LIBROS

Lorenzo Silva, nadie conoce a nadie

El autor madrileño llega magistralmente a su décima novela protagonizada por Bevilacqua

Lorenzo Silva Óscar del Pozo

Marina Sanmartín

Nadie conoce a nadie, incluso después de pasar más de 20 años juntos, compartiendo una miríada de días en pos de los asesinos más temibles. Esto es lo que nos ocurre con Rubén Bevilacqua , el investigador de la Guardia Civil creado por Lorenzo Silva (Madrid, 1966) que, con El mal de Corcira , alcanza su décima novela, la más larga de la serie publicada íntegramente por Destino, y se abre en canal para mostrarnos, en paralelo a su madurez, el recuerdo de sus primeros pasos en el cuerpo, marcados por la participación del ahora ya subteniente en la lucha contra ETA .

Como ocurre siempre con las cosas que nos producen placer, el tiempo al lado de Bevilacqua y su inseparable compañera de fatigas, Virginia Chamorro , se ha esfumado ante nuestros ojos con la celeridad de una estrella fugaz y nos ha sabido a poco, por eso resulta tan bienvenida esta nueva entrega de sus cuitas, en la que Chamorro sufrirá un percance estando de servicio y Bevilacqua se verá obligado a volar sin ella a Formentera, acompañado del cabo Arnau y de la Historia de la guerra del Peloponeso . La razón del viaje, la aparición de un cuerpo en una playa, el del exetarra Igor López Etxebarri , y la insistencia del teniente general Pereira en que sea Bevilacqua quien se haga cargo del caso, obligándole así a rememorar algunas de las decisiones que, tomadas en el pasado, marcaron su trayectoria de por vida.

Contar sin prisa

Resulta casi imperdonable que Lorenzo Silva, líder absoluto, al lado de Alicia Giménez Bartlett, de nuestra ficción criminal más reciente, no haya protagonizado antes una reseña en esta sección, pero el remordimiento por esta larga ausencia se ve compensado con la posibilidad de profundizar aquí en el que sin duda es uno de los mejores títulos de la colección, que incluye un Premio Ojo Crítico, a El lejano país de los estanques (1998); un Premio Nadal, a El alquimista impaciente (2000) y un Premio Planeta, a La marca del meridiano (2012); y es que El mal de Corcira esconde entre sus páginas, donde se barajan dos tiempos y varias ubicaciones geográficas, el brillo de una impecable narrativa, que trasciende el género policiaco actual precisamente porque b ebe de una literatura más clásica y pausada , en la que no importa tanto la acción trepidante y aturdidora, a la que tan mal nos han acostumbrado las plataformas audiovisuales, como la conveniencia de contar sin prisa, construyendo la intriga a partir de la mirada transparente de Bevilacqua, que se interroga, igual que nosotros, sobre el mundo que compartimos, perfectamente integrado en la trama, y se acepta a sí mismo siendo benevolente con quien una vez fue.

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