ANDRÉS IBÁÑEZ-COMUNICADOS DE LA TORTUGA CELESTE - OPINIÓN

La literatura de K. O.

A pesar de la opinión mayoritaria, Andrés Ibáñez cuestiona con argumentos la calidad literaria de «Mi lucha», de Karl Ove Knausgärd

ANDRÉS IBÁÑEZ-COMUNICADOS DE LA TORTUGA CELESTE
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Lo más impactante del libro es que se llama, precisamente, «Mi lucha«, el título más maldito del mundo. Y luego está la foto del autor, que tiene pinta de tipo malo, malo, malo. Todo esto impresiona e hipnotiza. Los críticos le adoran. Ben Lerner afirma que «Mi lucha» es «una obra genial». La verdad es que cuando se produce un fenómeno de estas características casi nadie se atreve a disentir. Seguramente por varias razones. La primera, el temor a ser considerado un viejo, un anticuado, un elitista gilipollas que no se entera de nada y que es demasiado pedante para reconocer un talento nuevo que rompe los moldes establecidos. La segunda, la sensación de que si uno afirma que Knausgård no le parece bueno, su juicio estético jamás será considerado un juicio estético, sino un acto de venganza, la reacción de un resentido. La tercera, la pura y simple cobardía. Si tantos críticos excelentes afirman que «Mi lucha» es una obra maestra y yo digo que es una castaña, entonces pareceré un arrogante y me ganaré enemigos. De modo que para no parecer un anticuado esnob gilipollas, un resentido lleno de envidia o un arrogante que se cree más listo que nadie, el crítico decide dejarse llevar por la corriente.

En cuanto a mí, podría decir que no me importa que me consideren un anticuado gilipollas porque sé que no lo soy, pero la verdad es que sí me importa, y que escribo esta columna con una cierta sensación de temeridad y de miedo. Tengo que decir también que he leído a K. O. K. con la mejor disposición y esperando encontrar en «Mi lucha» una gran novela contemporánea. He leído los tomos primero y cuarto, y me dispongo a continuar con los otros porque el caso me intriga de verdad. Pero, por resumir mi valoración general de la obra, yo diría que se trata del caso más impresionante de buena suerte de toda la Historia de la Literatura. K. O. K. es un escritor pésimo, y el nivel artístico de esos librotes (el tomo quinto, que acaba de aparecer, tiene casi 700 páginas) es próximo a cero. Los que hablan de la fuerza emocional de estos libros y de la gran humanidad de K. O. K. deben de estar de coña.

He intentado que me guste Knausgård y he intentado también valorar su posible originalidad

He intentado que me guste Knausgård y he intentado también valorar su posible originalidad. He considerado que si no me gustaba era porque proponía algo demasiado nuevo, algo que nunca había sido intentado antes. Pero, por Dios bendito, el emperador está desnudo, y eso pálido que se bambolea a su paso no son otra cosa que sus nalgas. Lo peor de «Mi lucha» es que no es poesía. No importa si la estructura es errática, si las frases son cortas, si el lenguaje es claro. No es poesía. No es una obra de arte. Carece por completo de ambición artística. La literatura consiste en hacer magia con las palabras. Puede ser la magia de Nabokov o la de Joyce, o la magia de Hemingway o la de Kafka, o la de Sebald o la de Bukowski, no importa, pero si esa magia no existe, si las palabras no construyen imágenes, significados y redes simbólicas, entonces lo que tenemos serán palabras, serán textos de alguna clase, pero nunca podrán ser literatura, no digamos ya buena literatura.

Sin rodeos

Hablando de los poemas de su tío, el joven Karl Ove pregunta: «¿por qué no puede escribirlo como es, sin rodeos?». Su madre le dice que algunas cosas no se pueden decir «sin rodeos», y el joven pregunta: «¿como qué?». En verdad, decir las cosas «como son», y sin rodeos, es el deseo de cualquier verdadero escritor. «No ideas sobre la cosa, sino la cosa en sí», decía Wallace Stevens. Pero esa «cosa en sí», ese «como es», es algo un poco más sutil y misterioso que lo que el joven K. O. K. parece creer.

Intento decirme que «Mi lucha» es una obra revulsiva porque destruye completamente la ilusión artística. En las obras de arte, todas las cosas significan, pero Knausgård cuenta las cosas simplemente porque pasaron. El padre de Karl Ove le llama K. O. a su hijo, pero este detalle no significa nada y no ilumina en nada al personaje, porque el padre no es un personaje y porque esta no es una obra de ficción. Durante la boda de su padre, K. O. va al baño y se queda dormido. Luego se despierta, vuelve al comedor y todos le preguntan por qué ha tardado tanto. Y uno se pregunta, ¿para qué me cuentan esto? ¿Qué importa si se quedó un rato dormido? No importa nada y no significa nada, es cierto, se nos cuenta simplemente porque pasó. K. O. deja una bolsa llena de dinero en el suelo, y la madre la coge y la tira a la basura. El chico pregunta dónde está, y corre asustado al cubo: allí dentro está el dinero, que recupera sin dificultad. ¿Y qué? ¿Qué importancia tiene esa anécdota intrascendente? Ninguno, desde luego, no significa nada, ni explica nada. Pero pasó, y por eso Knausgård lo cuenta.

Este debe de ser, sin duda, uno de los libros más insípidos y vacíos jamás escritos. Es posible que su fascinación provenga precisamente de esto. Este amontonamiento de escenas insignificantes y de conversaciones rutinarias se lee con una gran facilidad porque no presenta obstáculos de ninguna clase. Es como visitar un museo del que se han retirado todos los cuadros. Es, en realidad, un libro que cualquier persona con un mínimo de cultura y paciencia podría escribir sin excesiva dificultad. ¿Será eso lo que resulta tan atractivo y cautivador para tantos lectores?

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