CINE

La Ley Seca y el hampa que inspiraron al cine

Hace un siglo, Estados Unidos quiso acabar con el alcoholismo por las bravas. La prohibición propició una espiral de corrupción y violencia que ofreció argumentos para soberbias películas

«Los intocables de Eliot Ness»

Víctor Arribas

Hay tres momentos en la historia de Estados Unidos en los que hasta sus más animosos admiradores reconocen un borrón. El país de las libertades individuales y de los sueños cumplidos ha tenido encrucijadas históricas en las que no estuvo a la altura de lo que la historia exigía. Esos tres ejemplos de fracaso colectivo son, sin orden alguno, la esclavitud, la caza de brujas y la Ley Seca . En ellas respectivamente se lapidaron derechos fundamentales del ser humano, se persiguió a las víctimas por tener unas determinadas creencias, y se patinó a fondo en la solución del alcoholismo que anidaba en una sociedad, la de principios del XX, que tenía demasiadas cosas larvadas que olvidar con un buen vaso de alta graduación en la mano.

Cuando los congresistas se plantean en 1919 la aprobación de la 18ª Enmienda a la Constitución, el desenfreno es ya de tal calibre que la administración se ve en la obligación de frenarlo. Existe lo que entonces se definió como la «degradación del sábado noche» , las capas sociales más diversas se zambullían en la bebida y destrozaban cuerpos y almas, generaciones sobre las que la América puritana y conservadora, encarnada en el Movimiento de la Templanza y la Liga Antibares , quería imponer su sentido del orden. Ese puritanismo se anotó la batalla parcial de la entrada en vigor en enero de 1920 de la Ley Volstead , que no castigó el consumo sino la fabricación, transporte, venta, intercambio, importación o exportación de cualquier licor embriagador. El país entero se disponía a pasarse a la trastienda de la clandestinidad para seguir produciendo el brebaje, a meter en sótanos las tabernas y a hacer las fiestas de los happy twenties en el doble fondo de funerarias y almacenes.

Género de gánsteres

Las consecuencias están en el cine de la época, que convirtió en mitos a los matones y jefes mafiosos que se hicieron fuertes en ese detritus que generó la Prohibición. Capone, Bugsy Siegel, Legs Diamond, Dillinger, Lucky Luciano, Machine Gun Kelly ... Los americanos querían parecerse a ellos, matar como lo hacían ellos, beber como ellos y sus mujeres. La corrupción anidó rápidamente en los estamentos político, judicial y policial, hasta que se derogó el Acta en diciembre de 1933. Para entonces había ya suficiente mítica realista, bastantes iconos elevados a altares con los que Hollywood se ha alimentado y ha saciado generosamente su sed gracias a la Ley Seca.

En El padrino II , Francis Ford Coppola lo refleja en los años de Robert de Niro como Vito Corleone , que transcurren paralelos al liderazgo de Al Pacino como su hijo Michael. Hasta su estreno, pasaron cuatro décadas desde que irrumpió La ley del hampa , de Joseph Von Sternberg , que se puede considerar como la película iniciática en el género de gánsteres en 1927, con la visión romántica del director vienés sobre la historia de dos amigos que aman a la misma mujer, escrita por el prestigioso Ben Hecht .

La escasa convicción de Paramount al producir esta importante obra silente, derivó en la irrupción de otras majors en el abordaje de las historias criminales relacionadas con el contrabando de alcohol y la corrupción del sistema. Y así es como los hermanos Warner , especialmente Jack L. que intuía el éxito, se interesaron por los relatos que más pudieran interesar al pueblo americano. El enemigo público (1931) es un compendio de las vivencias de los señores del crimen, personificado en Tom Powers , un joven delincuente que acabará siendo el mafioso más importante de la ciudad. Los productores, Zanuck y la Warner Bros. , incluyeron un rótulo explicativo al principio del metraje en el que aclaraban que la intención de la película no era glorificar a aquellos despojos de la sociedad convertidos en ídolos por la sociedad. William Wellman logró una de sus cimas en la dirección gracias al sádico personaje de James Cagney , el que le planta un pomelo en la cara a Mae Clark mientras ambos desayunan, con una de las caras de desprecio más notables de todas las películas.

Vergüenza nacional

Howard Hawks no hizo Scarface, el terror del hampa (1932) con los Warner, pero bien que hubieran querido ellos. Tony Camonte tiene el rostro de Paul Muni , un actor marcado por una cruz en su mejilla izquierda en una película plagada de cruces en la que su autor quiso dar su visión sobre los gánsteres y contraponerla a las de Wellman y Mervyn Le Roy en la también fundacional Hampa dorada . El guionista W. R. Burnett , que había escrito la novela en que se basaba esta última, construye una tragedia griega con las relaciones incestuosas de Camonte y su hermana Cesca. Años más tarde escribiría su obra maestra, High Sierra , sobre el gángster con buenos sentimientos que vimos en El último refugio . Hawks compone una de las mayores joyas del genero negro con sus elipsis, travellings y offs visuales. The Shame of a Nation fue el subtítulo impuesto por la censura para dulcificar la glorificación del delito en la que Hawks incurría con su dibujo social y sentimental de un país en descomposición.

«El enemigo público», de William Wellman, protagonizada por James Cagney y Jean Harlow

Muchos años después descubrimos en el cine de donde venía el caldo que se vendía en los locales ilegales de las grandes ciudades. Lawless, sin ley (2012), de John Hillcoat , adaptó el libro del descendiente de los hermanos Bondurant , que vivieron en el condado de Franklyn, el más húmedo del mundo, donde por la noche se veían brillar los alambiques destilando whisky como luces en los árboles de Navidad. El licor fluía de las montañas a las ciudades, donde el crimen organizado se encargaba de su distribución. Eran los bootleggers , que fabricaban el licor tomando como base cualquier cosa, nabos, maíz, calabazas, zarzamora o corteza de árbol, y lo envasaban en frascos de tomate frito vacíos. Al sheriff le compraban con unos cuantos de esos botes. Hasta que el nuevo fiscal y su esbirro, un policía de Chicago, meten sus narices en la tranquila América profunda y provocan una guerra total. Salen a relucir las ametralladoras Thompson , conocidas como «Tommy Gun», un subfusil creado por J ohn Taliaferro que usaban tanto los criminales como los policías, con un tambor circular, permitía realizar setecientos disparos por minuto. Floyd Banner , conocido como «Pretty Boy», mata a tiros a un perdedor con una de ellas al comienzo de este extraordinario film.

La industria ha sabido narrar hechos reales dándoles un barniz satírico o realista. Con faldas y a lo loco (1959), de Billy Wilder , y La matanza del día de San Valentín (1967), de Roger Corman , reflejan lo ocurrido en aquel garaje en febrero de 1929, Capone versus Bugs Moran con una evidente desigualdad a favor del primero por mor de las metralletas y los disfraces de policía que se colocaron sus matones. Aunque nadie superó nunca los disfraces de Tony Curtis y Jack Lemmon para huir, orquesta mediante, de los hombres de Botines Colombo.

«Érase una vez en América»

A ritmo de Morricone

Con un baño de melancolía barnizó Sergio Leone Érase una vez en América (1984), un fresco histórico sobre aquellos años en que las bandas criminales gozaban de camaradería y del placer de vivir desde la infancia, todo ello punteado por un Morricone en eterno estado de gracia . Del lado de la Ley se puso Brian de Palma al acometer Los intocables de Elliot Ness (1987), siguiendo los pasos de la brigada federal que persiguió a Al Capone hasta que se percató de que sólo se le podía pescar por delito fiscal, a pesar de los innumerables asesinatos que cometió u ordenó. Seguramente la popularidad de esta obra es superior a su fuerza artística, pero sigue siendo gozosa.

Con la perspectiva que le daba el transcurso de casi una década desde el final de la Ley Seca, Los violentos años veinte (1939), de Raoul Walsh , convirtió a un taxista en jefe del hampa gracias al ambiente que se instauró con la nueva norma. Eddie Bartlett (otra vez Cagney) es un producto de su tiempo, de los años locos de los garitos clandestinos y las botellas de alcohol barato circulando por todas partes. Un compendio de aquellos años, la quintaesencia del cine sobre la Ley Seca , un documental magnífico sobre la sociedad norteamericana y sus filias y fobias. Humphrey Bogart daba aquí la réplica a la estrella del reparto, que expiraba sobre la nieve en las escaleras de una iglesia curando sus pecados. Nadie que la haya visto olvidará esa secuencia.

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