EL CASO MATZNEFF

Juicio sumarísimo a los sueños

Se ha perdido el sentido de lo que es el arte, la diferencia entre ficción y realidad

Paul B. Preciado
Andrés Ibáñez

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Hace poco, el gran novelista Pablo D’Ors afirmaba en estas páginas que la literatura contemporánea está enamorada del mal y de la crueldad, y que era muy difícil encontrar obras narrativas que tuvieran una visión esperanzadora o luminosa. Estoy de acuerdo con su visión, que no hace constatar más que un estado de cosas. Lo extraordinario, entonces, es esta obsesión moralista de ahora y la curiosa idea de que si un autor no es una buena persona, no debemos leerle. De modo que la literatura ha de hablar de horrores, pero el autor o autora deben apoyar siempre las grandes causas (y superar severos escrutinios que aseguren que no son racistas ni machistas por obra u omisión como, por ejemplo, el test de Bechdel) y ser, en su vida privada, personas modélicas y ciudadanos ejemplares. ¿Cómo hemos llegado a esta situación tan absurda? La idea de no leer a autores a los que consideramos «malas personas» es tan delirante como la de leer sólo a aquellos escritores que sean buenas personas. En un ensayo que llegó a hacerse célebre, el escritor Chinua Achebe acusó a Joseph Conrad de ser un racista (a bloody racist ) por usar la palabra maldita, «nigger» (que, desde luego, no se usaba del mismo modo en el siglo XIX), y por presentar África como un lugar exótico y remoto en El corazón de las tinieblas. Y eso a pesar de que esa novela sea una de las fábulas más terribles jamás escritas contra el colonialismo.

El hecho de que todo resida en tales sutilezas y sofismas nos indica que hay algún tipo de filosofía de por medio. Y es que todo esto comenzó en los años ochenta cuando una generación de pensadores franceses que estaban ya en declive en su país ( Baudrillard, Derrida, Foucault, Lyotard, Deleuze, etc. ) se trasladaron a Estados Unidos, donde se establecieron como la fuerza dominante en el discurso académico. Es la llamada «Teoría francesa», desarrollada en «estudios culturales» tales como el postcolonialismo, el postfeminismo, los estudios de género o la teoría queer .

La Teoría Francesa se basa en una serie de principios generales: primero, que todo lo que existe (el yo, la identidad sexual, el amor, la ciencia, la geografía, la naturaleza) no son otra cosa que construcciones culturales ; segundo, que puesto que todo es una construcción arbitraria, no existen criterios de ningún tipo para dar valor a las cosas . Uno de los efectos de la teoría francesa ha sido convertir el cuerpo y la biología, y por extensión la naturaleza, en una cuestión cultural. Todo son creaciones sociales, y todas esas creaciones han sido hechas desde un punto de vista patriarcal y racista. Pero ¿cómo liberarse de las cadenas que nos oprimen si no existe ningún criterio para diferenciar, si «todas las lecturas son posibles», si es imposible salir de una construcción cultural para caer en otra, si la naturaleza o la vida no existen, si nuestras emociones o predilecciones no son más que acuerdos sociales en los que hemos caído sin saberlo? Paul B. Preciado , uno de los principales exponentes de la teoría queer , hizo hace poco una visita a Argentina, donde recibió veladas críticas de tener una actitud colonialista (ya que es español) y de defender un modelo masculino al ser una mujer (Beatriz) que ha decidido convertirse en un hombre (Paul). Pero si el paradigma de la filosofía queer , su ejemplo viviente y uno de sus más eruditos y brillantes exponentes, es también sospechoso de machismo y de colonialismo, ¿quién está a salvo?

Dejemos a un lado la enojosa cuestión del Código Penal. Hace poco aparecían en la prensa unas noticias escalofriantes donde se decía que Bertolucci le había dicho a Marlon Brando que violara a Maria Schneider en El último tango en París . Hemos de leer con gran atención esas noticias, escritas por pésimos periodistas que buscan el sensacionalismo y que son deliberadamente imprecisos y ambiguos, para entender lo que de verdad sucedió. «Ella ya sabía que iba a ser violada, porque había leído el guión», afirmó Bertolucci. De modo que no hablamos de una verdadera violación, sino de una violación escenificada. El hecho de que sea tan difícil deslindar ambas cosas es significativa: es como si se hubiera perdido el sentido de lo que es el arte, la diferencia entre ficción y realidad .

Porque los actos se juzgan, no los sueños. La fiscalía de París ha abierto una investigación contra el escritor Gabriel Matzneff tras la publicación de la novela El consentimiento , cuya autora, Vanessa Springora , cuenta la relación que tuvo con Matzneff cuando ella tenía catorce años y él cincuenta. Pero esto son actos, no ficción . Nada tiene que ver con una reciente polémica sobre Lolita , por ejemplo, sustentada por personas que, al menos en apariencia, no han entendido el libro.

A mí no me gustan los machistas, pero ¿creo que los machistas deberían desaparecer? ¿Creo que habría que castrarlos de algún modo, enmudecerlos? No, yo creo que los machistas tienen derecho a ser machistas: que digan lo que quieran. También yo quiero decir lo que quiera: no quiero ser enmudecido, pero tampoco deseo enmudecer a otro , aunque lo que diga no me guste. Muchos de los que defienden los estudios culturales, por ejemplo, aborrecen la espiritualidad y la meditación, y la persiguen y ridiculizan con saña. Los que condenan las religiones patriarcales defienden con fiereza una ciencia patriarcal y una visión tecnificada y utilitaria de la vida que es también patriarcal. La imaginación debe ser libre.

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