«Viajes de placer», de Pedro Rojas
«Viajes de placer», de Pedro Rojas
125 AÑOS DE «BLANCO Y NEGRO»

Javier Montes: «Gatos de agosto»

El 2 de agosto de 1891 Pedro Rojas publicaba esta caricatura, «Viajes de placer». «Seguimos siendo un país de veraneantes que sueña con que llegue agosto para poder maldecirlo», asegura Javier Montes

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Ya al abrirlo en mi ordenador me gusta el dibujo escaneado que Antonio Fontana ha elegido para mí, allá en la redacción. Me gusta sobre todo la tarea: ilustrar al ilustrador, cambiarse papeles y saltarse el orden. Sí, soy de esos a los que les va bien escribir con pie forzado: ya de niño eran liberadoras las redacciones con tema.

¿Hace falta decir el de esta? Es uno eterno: «Mis vacaciones». La caricatura es veraniega ya hasta en la fecha: 2 de agosto de 1891. Entonces como ahora, marcaba la estampida hacia la playa, la montaña o el pueblo de los abuelos de todo urbanita que podía. Sé bien a qué sabe esa fecha: es la de mi cumpleaños, precisamente (imposible que Antonio la eligiera por eso, pero me gusta la casualidad).

Los estoicos niños de agosto supimos siempre que nuestros cumples pasarían sin pena ni gloria, con amigos en desbandada, padrinos y tías y regaladores potenciales bien lejos, padres sin tiempo ni ganas de fiestas, deshaciendo maletas y abriendo casas. En mi pueblo de Asturias decían que los gatos de agosto no valen para nada y hay que tirarlos al río: justo así me sentía yo cuando llegaba la fecha de este dibujo.

También soy, sí, de los que necesitan plazos y estudiaban la noche antes del examen.

Hay garabatos como pajarracos sobrevolando la escena, y también reconozco al segundo la caligrafía. Es tan brusca y pinchuda como la que usábamos en las redacciones que mandaban como deberes de verano el último día de clase.

Y el URGENTE apresurado al pie, una amenaza que sigue siendo igual de redundante. Puedes escribir, ilustrar o maquetar, pero cualquiera que tenga que ver con un periódico la tiene grabada a fuego en la retina y la ve bailando ante sus ojos mientras trabaja. La estoy yo viendo ahora mientras escribo esto a un día de la fecha de entrega (y ya voy retrasado): todo urge siempre en el oficio, ahora y en 1891, cuando se suponía que la vida tenía un ritmo distinto.

Imagino a Antonio esperando que mi correo aparezca de una maldita vez en la bandeja de entrada de su ordenador, allá en redacción. Imagino al ilustrador Pedro Rojas imaginando a su Antonio Fontana esperando su dibujo con la misma aprensión, con las mismas prisas. También soy, sí, de los que necesitan plazos y estudiaban la noche antes del examen. Pronto toda esta mecánica será prehistórica, pero ahora mismo aún estamos más cerca de 1891 de lo que parece.

Un país de veraneantes

Ahora la historia, que cae de su peso. Ese proto-veraneo familiar ibérico y ancestral que se reproduce cada agosto, que ya era eterno en 1891, y que sigue teniendo ilustradores famosos y arquetipos a prueba de bombas: la señora fondona (imposible no llamarla Concha), el padre sufrido (Mariano, digamos), el niño repelente (Vicente, claro).

Casi da miedo entenderlo todo tan bien, 125 años después: Mariano maldice el momento en que se les ocurrió salir de casa y no ve la hora de volver. Concha suda y no atina; en vez de protegerse del sol con el abanico diminuto podría usar la sombrilla: pero le faltan manos o fuerzas para abrirla. Vicente sonríe atontolinado, y le falta exactamente una viñeta para meterse el dedo en la nariz y dejarlo ahí hasta septiembre. El único que lo pasará bien es el hermano adolescente y presumido. La familia no le verá mucho el pelo en las próximas semanas: ya va pensando en cómo escaquearse.

Digo que da miedo porque al final por lo visto no hemos cambiado tanto como pensamos, y seguimos siendo un país de veraneantes que sueña con que llegue agosto para poder maldecirlo. Y seguimos dejando para el último día los deberes de verano. Por lo menos yo creo que por estas fechas cada vez se tiran al río menos gatos.

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