Isabel Escudero
Isabel Escudero - Nieves Muriel
LIBROS

Isabel Escudero, la lengua y el milagro de la tinta robada

Amaba cantar, contar y saltar. Filósofa de la razón al vuelo y amiga de esa sabiduría de contrarios que coinciden en el corazón, Isabel Escudero nos dejó el pasado 7 de marzo. Pero su nombre no le teme al colmillo del olvido

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Hay una experiencia de la lengua que cruza el tiempo. Es un milagro en la voz, si esta acierta a ser flecha y herida, haciendo que las palabras toquen en algún sitio que el alma saborea. En esta experiencia humana, tan vieja como el mundo y de origen femenino, la palabra se agita inquieta, vuela libre de la jaula del libro y esa jaula que es toda escritura. Y vuelve, siempre vuelve, devolviéndonos todo unido, como fue en un principio. Como fue en ese inicio robado, ese origen que como almendra cerrada, custodia esa experiencia primera de la lengua y la poesía.

Isabel Escudero(1944-2017) nunca olvidó ambos casos de lengua. Niña sabia y sibila -Isabel Escudero Ríos, Doña Isabel Escudero, Isabelita-, todas ellas sentían esa experiencia desde la más tierna infancia.

Quizá por niña extremeña, quizá por hija de maestra y maestro -no lo sé- pero su razón al vuelo y en las ramas es hoy un legado único, tejido a la madeja de esa razón que nos devuelve Todo y Nada en un mar revuelto, velando y desvelando la realidad. Pensar cantado y cantar pensando que ella ha custodiado toda su vida.

En 1984 publica « Coser y cantar» (Editora Nacional, 1984) con el que además de ser fiel a la huella de la lengua, a las idas y venidas del agua y del amor, puso patas arriba la llamada poesía de autor o, mejor dicho, de autora, que parecía -por trampantojo de los medios y la crítica literaria más patriarcal y rancia- había empezado a escribirse en los años 80. «Coser y cantar» -cuyo nombre y color rosa semejante al de la flor de la fucsia dieron para hablar mucho- hoy da para seguir cantando, como toda su obra poética repartida en las editoriales Lucina, Hiperión y PreTextos.

Acertar al instante

Oído fino y atento, Escudero robaba su tinta al río y con ella tramaba el desvelo de una razón soñada con la que trajo de nuevo al mundo esa experiencia de la lengua en la que las mujeres se han movido con gracia desde la oscuridad de los tiempos. Hoy no se encuentra a Isabel Escudero en ninguna de esas antologías, tan necesarias y tan falsas, y casi es de agradecer porque esta poeta del tiempo y del amor vivió toda su vida alejada de las falsas cuentas de la realidad. Por eso su nombre no le teme al colmillo del invierno ni al olvido.

Quienes la querían y siguen de lejos-cerca, quedan embebidos por su maestría

Quienes se acercaban a escucharla, quienes la oían y la oyen sin saber su nombre, quienes la querían y siguen de lejos-cerca, quedan embobados y embebidos atendiendo a su gracia y maestría. A esa capacidad muy suya de hilar y decir y acertar al instante -con la lengua- lo que tenía que ser visto y hasta entonces dormía en las sombras: «El almendro florido, / la luna arriba: / el año pasado / no te conocía».

Isabel Escudero amaba cantar, contar y saltar. Cantar al amor, contar con belleza e inteligencia y saltar de una cosa a otra con la gracia de una palomica. Filósofa de la razón al vuelo, amiga de esa sabiduría que se mueve desvelando las relaciones entre lo de arriba y lo de abajo, entre el amor y la guerra, entre lo del más allá y el más acá.

Mas todos los contrarios coinciden en el corazón y por eso quien se acerca a Isabel Escudero acaba oyendo esa experiencia y que está por debajo de la lengua encontrando en su acerico -en sus preciosos libros- la gracia del pinchazo del alfiler. Que igual que en los cuentos de hadas, nos duerme y nos vela, nos hace morir un poquito para revivirnos luego, mostrándonos la paradoja que es estar vivas y vivos y coleando: «Alma mía: / después de la poda, / más florecida».

Del amor y del alma, si es que acaso no son lo mismo, deliraba Isabel Escudero, como nodriza de Antígona, en los últimos tiempos y lo ha hecho durante toda su vida -en los años ochenta, en Malasaña, en el Bar La Manuela-, en su poesía y escritos a través de esa experiencia de la lengua imborrable e imperecedera. Hoy sus ensayos sobre política, mujeres, cultura y cine están recogidos en Huerga y Fierro.

Lo feo patriarcal

En los 90, y al hilo de ese collar de perlas de otras universales como Gabriela Mistral o Gloria Fuertes - más universales ellas que ellos. Piénsenlo-, Escudero miró a lo niño de la infancia esperanzada en trasformar lo social y lo feo patriarcal desde lo simbólico. Lo hizo llevando la experiencia de la poesía a las escuelas junto al misterio de las adivinanzas y las canciones, como enseña en «Razón común=Razón poética» (Uned, 1994) y «Cántame y cuéntame. Cancionero didáctico» (Uned, 1997): «¿Qué cantan los pajarillos? / En una tarde de marzo / Doña Isabel ya se ha ido».

Pero nadie se lo cree, pues la experiencia del amor y del tiempo, de las cosas que hablan y de todo lo que hay de libertario y libre en sus coplillas es una invitación viva a seguir jugando y cantando que no tiene fin ni principio. Un juego que ella compartió con mucha gente que la quiso, y con otras y otros -«Alfileres» (La Cotali y otros, 2014)-, y al que les invito a acercarse, igual que invita su voz amable donde quiera que se escuche. Larga vida, Isabel, porque grande y dulce es tu voz a lo sentido. Gracias, Isabel Escudero.

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