El retrato de Pamela Anderson por David La Chapelle es parte de la decadencia que puede verse en Gaasbeek
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ARTE

¡Divina decadencia!

El Castillo de Gaasbeek, en Bélgica, se convierte en el mejor «plató» para la exposición «Decadencia divina». Una reflexión a diferentes niveles sobre su imposibilidad histórica

Lennik (Bélgica) Actualizado: Guardar
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En el siglo XIX, durante la Revolución Industrial, aparece en Europa la figura del dandi, tipo presuntuoso, despectivo y sublime que asumió como destino la defensa del buen gusto frente a la vulgaridad burguesa. Amante de la belleza, entendida a la vez como elegancia y trascendencia, se le acusó de narcisista y arrogante, algo relacionado con el hecho de que, en su lucha contra las convenciones, esgrimiera las armas del desencanto: el matiz y la ironía. Consciente de la inutilidad de su rebeldía, se burló de su fracaso obrando con la resignación del cruzado que, mientras caían los Santos Lugares, supo ocultar bajo la cota de malla un saquito de reliquias.

Entre los dandis, destacó un personaje de ficción, el duque Jean Floressas Des Esseintes, protagonista de «À Rebours», la gran novela del decadentismo.

Su historia, obra de Huysmans, es bien conocida. Harto de la vulgaridad ambiente, Des Esseintes decide un día recluirse en su mansión y olvidar el mundo. Los medios de que dispone le permiten acondicionarla confortablemente y rodearse de obras de arte y objetos preciosos. Palmo a palmo, decora y amuebla la residencia a fin de crear la atmósfera que necesita para reconstruir su alma. Licores, perfumes, telas, cuadros, muebles, flores, libros, joyas, todo está pensado para llevar a cabo una vida sublime. El plan, no obstante, fracasa. El silencio y la soledad se le meten dentro y lo sumen en la desesperación. Despreciar la vulgaridad no garantiza que exista algo que proponer a cambio. Si confiaba en satisfacer sus necesidades metafísicas con la ayuda del arte y la poesía, de pronto se da cuenta de que ya no cree en un mundo superior, lo añora simplemente. Nada de extraño tiene por eso que, como el propio Huysmans, sueñe al final con el momento previo al declive de los valores, cuando todavía cabía la posibilidad de ser tocado por la luz de la gracia.

Según sus criterios

Des Esseintes tuvo innumerables imitadores, unos de carne y hueso, Fernand Khnopff o D'Annunzio; otros de ficción, como Martial Cantarel, el protagonista de «Locus Solus», la novela de Raymond Roussel. Ninguno deseaba repetir fielmente su experiencia, pero sí recrearla según sus criterios, igual que se ha hecho en el Castillo de Gaasbeek con « Décadence divine». La exposición –una gigantesca instalación que, aprovechando el castillo, sus alcobas y su colección, reúne esculturas, cuadros, fotos, vídeos, «performances» y plantas y animales disecados del museo de Historia Natural– se inspira tanto en «À Rebours» como en otra narración de Huysmans publicada siete años después, en 1891: «Là-bas». En ella debuta Durtal, protagonista de la mayor parte de sus narraciones, un hombre que, igual que Des Esseintes, necesita escapar de la realidad y franquear los límites del intelecto, aunque su salvación no la vea en el arte, sino en el ocultismo, el satanismo y la perversión erótica.

La diferencia entre ambos personajes es relevante. Mientras que el estilo en la mansión de Des Esseintes era el de sus dos artistas predilectos –Gustave Moreau y Odilon Redon– en Gaasbeek, el estilo que se impone es el de Félicien Rops, referente fundamental de Durtal. Su erotismo blasfemo fija el tono de una exposición que se mueve entre lo alusivo (Von Stuck, Khnopff, Beltrán Masses) y lo pornográfico (Von Bayros, Terry Rodgers), y donde lo sexual, antaño considerado la mayor amenaza contra el orden establecido, recorre el arco que va desde la excentricidad (encarnada en las piezas dedicadas a Luisa Casati, la marquesa divina) a lo siniestro (calaveras, objetos macabros y una habitación helada donde un figurante que arroja falsos dólares a la chimenea invita al visitante a tenderse sobre una camilla de autopsias), y de ahí a lo monstruoso (Salomé, el mariscal de Reís o la condesa sangrienta, a la que se evoca en un aseo cuya bañera rodean jarros de sangre).

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