Detalle del autorretrato que dibujó Unamuno en uno de los cuadernos de su viaje de 1889 por Europa
Detalle del autorretrato que dibujó Unamuno en uno de los cuadernos de su viaje de 1889 por Europa
LIBROS

Los diarios de viaje del joven Unamuno

El escritor bilbaíno recorrió Italia, Suiza y Francia en 1889, cuando contaba 25 años de edad. Recogió sus experiencias en dos cuadernos que verán la luz a finales de enero (Oportet). Un relato cargado de frescura, intimidad y fina ironía

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«En las logias de Rafael lo que más me gustó fue el Padre Eterno con facha de bonachón, presentando Eva a Adán. Es la Eva más linda, más infantil y más graciosa que he visto, con sus brazos cruzados cubre los senos pero nada más, y está en la actitud de una ternerita pronta al sacrificio. El holgazán de Adán, rojo, la mira sentado con una satisfacción burguesa que encanta, y el Padre Eterno apoyando una mano sobre el redondo hombro de la mujer observa la cara que pone Adán el rojo. Adán y Eva están desnudos, como es natural, Dios vestido como también es natural».

Miguel de Unamuno escribe estas líneas el 12 de julio de 1889. Tiene 25 años y está en Roma, entusiasmado hasta los tuétanos por la oportunidad: su tío Claudio, hombre de negocios, y un amigo de este, don Adolfo, personajes ambos de posibles y envueltos en un misterio biográfico, le han invitado a que comparta con ellos un periplo europeo en ferrocarril que incluye varias ciudades de Italia, Suiza y Francia.

Es como un programa Erasmus de la época. Un paréntesis en su vida como profesor interino en Bilbao y opositor a diversas cátedras, buscador todavía de su lugar en el mundo. Antes de enfilar hacia la Costa Azul los tres viajeros recalan en Barcelona, donde Unamuno compra dos cuadernos en el Bazar de los Andaluces, situado en el pasaje Madoz, cerca de las Ramblas, como demuestra la estampilla en las guardas. Desde muy joven le gusta preñar cuadernillos y folios con pensamientos y vivencias. Con palabras e, incluso a veces, con dibujos, como el autorretrato que ilustra este reportaje. «No voy a comprar fotografías [postales] porque empobrecen la realidad». El recuerdo para él no es un daguerrotipo ajeno, sino la experiencia propia trasladada a unos cuadernos de viajes que por vez primera estarán al alcance de los lectores.

Pensaba usar estos apuntes en artículos, pero apenas lo hizo porque hay detalles íntimos

«Muchos de esos manuscritos de juventud han desaparecido. Pero estos en concreto tienen el valor añadido de la coherencia de un libro», comenta Pollux Hernúñez, traductor de profesión e investigador de la obra de Unamuno. Salmantino («lo que hace obligatoria mi aproximación al escritor») y autor de «Venceréis, pero no convenceréis»: la última lección de Unamuno (Oportet Editores), es el responsable del prólogo y de las notas de «Apuntes de un viaje por Francia, Italia y Suiza», de la misma editorial, obra que estará impresa la última semana de enero y de la que ABC Cultural ofrece una prepublicación en este número. «He escrito notas fuera del texto», matiza. «Al final del volumen, no a pie de página, para explicar el escenario y glosar aspectos que necesita saber el lector».

«En el mercado extranjero»

Cómo llegaron los originales a Hernúñez daría para otro relato si quien se los entregó quisiera revelar los detalles, que no quiere. «La persona que los tenía se puso en contacto conmigo -confiesa Hernúñez-. Me dijo que los consiguió “en el mercado extranjero”. En cualquier caso no hay duda de su autenticidad. En el inventario que los herederos de Unamuno hacen de su obra en 1967 no aparecen estos cuadernos. ¿Cuál es su historia, por cuántas manos pasaron? Lo desconocemos. El escritor reconoce en las primeras páginas que los apuntes eran para utilizarlos en otros trabajos. De hecho, publicó después artículos sobre Pompeya, pero no aprovechó todas las notas como él esperaba».

El motivo, según Hernúñez, es porque incorpora detalles íntimos. De hecho, en los artículos que escribió (incluidos en los apéndices de este volumen) desbroza esos pasajes. Unamuno, desde niño, estaba enamorado de la que luego sería su esposa, Concha Lizárraga, con quien tuvo nueve hijos. Cuando emprende este viaje ya eran novios y existen muchas alusiones a ella en los diarios. Acude a las oficinas postales de los diferentes destinos a enviar misivas y a esperar las de Concha, que vive en Guernica.

Fascinación y críticas

El viaje, «desde el 28 de junio de 1889 que salí de Bilbao hasta el día 15 de agosto que volví a él», según escribe en la primera cuartilla, discurre por Barcelona, Gerona, Montpellier, Arlés, Marsella, Tolón, Niza, Montecarlo, San Remo, Génova, Pisa, Florencia, Roma, Nápoles, Pompeya, de nuevo Roma y Florencia, Milán, Lucerna, Berna, Ginebra, París, Cestona y Alzola (Elgóibar) antes de regresar a la capital vizcaína. «Se queda prendado de Florencia, y en Pompeya muestra su pasión por el mundo antiguo y por la obra del poeta romántico Giacomo Leopardi», añade Hernúñez. Uno de los pocos libros que se llevaría años más tarde a su destierro en Fuerteventura es, precisamente, los «Cantos» de Leopardi. «No escatima duras alusiones al Papa (ocupa León XIII la cátedra de San Pedro) y a la religión. En las once jornadas que está en París visita la Exposición Universal -con su atracción estrella, la Torre Eiffel- y también Versalles».

«Aunque Unamuno los llama apuntes, son mucho más: un producto acabado y muy ameno», comenta Jean-Claude Rabaté, hispanista y autor, junto a su esposa Colette, de una biografía sobre el escritor. «Emilia Pardo Bazán o Blasco Ibáñez también tienen cuadernos de viajes, era una costumbre de aquellos años. Unamuno siente fascinación y, al mismo tiempo, rechazo por París: ama su cultura y monumentos (salvo la Torre Eiffel, “un artefacto sin historia”), pero rechaza su frivolidad. Se siente como un cuáquero en un lupanar, dicho con humor. Si bien sale de copas por primera vez -¡un exceso!- y comenta el aspecto físico de las mujeres, destacando el escote que lucen las marsellesas».

La edición de los cuadernos ha llevado a Hernúñez varios años de trabajo, con interrupciones por otros proyectos. «Llega en un buen momento. A Unamuno se le ignoró durante décadas. Salamanca es una ciudad conservadora y le otorgó mala fama después de su muerte, a pesar de que como rector introdujo un espíritu crítico en la Universidad y no quiso que fuera una “fábrica de diplomas”. Paradójicamente las autoridades franquistas abrieron la Casa-Museo de Unamuno y le erigieron una estatua, algo que no satisfizo a muchos falangistas. Ahora ha vuelto el interés por su figura, su obra y su inconformismo, sobre todo entre los jóvenes, y no solo por la aparición de inéditos, sino por películas como " La isla del viento"».

«Unamuno es un paisajista», concluye Rabaté. «Sale poco al extranjero, pero recorre España. Nos falta completar su rompecabezas vital. Estos cuadernos son una valiosa pieza para seguir avanzando».

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