David Shields
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LIBROS

David Shields: deshacerse en pedazos

El escritor hace en «Lo que pasa con la vida es que un día estarás muerto» una biografía del cuerpo humano

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«Por cierto –me escribió X.–, he visto que has compartido alguna vez escenas de la serie "En terapia". Siempre quise verla. ¿Te gusta?». Se refería a la serie que HBO emitió entre 2008 y 2010, y a la que yo había llegado con nueve años de retraso, porque salvo a las citas llego tarde a todo. «Por cierto –me escribió X. dos semanas después–, vas a pensar que estoy loco, pero acabé la serie».

X. se merendó la serie de esta manera porque viéndola sentía que él también se sometía a terapia: a sesiones cortas, de 25 minutos, la duración de cada capítulo. El doctor Paul Weston, interpretado por Gabriel Byrne, recibe en cada uno de ellos a un paciente distinto, uno por cada día de la semana.

«Tiene mucho mérito desarrollar un arco narrativo a base de sesiones psicoanalíticas –me decía X.–, a base de conversaciones. A mí me hace reflexionar sobre cosas de mi vida a través de los personajes. En algún momento he parado el episodio y me he puesto a pensar: yo también actúo así porque… Me he zampado tantos capítulos que a veces salía a la calle y me creía Paul, hablando como él, poniendo esas caras, haciendo esas preguntas».

Es una serie intensa, con montones de preguntas que quedan sin responder: «¿Cuándo fue la última vez que te sentiste realmente feliz?», «¿por qué nadie es capaz de decir la verdad?», «¿qué demonios sabe ella de mí?». En uno de los episodios, el doctor Weston, esta vez como paciente, se pregunta por qué dudó de su anterior psicóloga.

«Debí haber sido más diligente en encontrar a una terapeuta con un poco más de experiencia de vida que tú –le dice Paul, que teme sufrir párkinson, a su psicóloga–. Propones esas teorías absurdas porque en realidad no tienes ni idea de cómo sienta envejecer, ver tu cuerpo deshacerse en pedazos. No tienes ni idea de lo que es. Y no eres consciente de que a la vuelta de la esquina puede haber una discapacidad completa que puede ser el principio de un camino muy corto hacia la muerte». «Tienes 57 años, no 80», le responde ella.

Paul, separado y sin ilusión por su trabajo, está empezando a sentir algunos de los efectos que David Shields atribuye en «Lo que pasa con la vida es que un día estarás muerto» (Dioptrías) a un cuerpo de 50 años: que decrece la capacidad de percibir vibraciones, igual que decrecen las señales de información que se transmiten al cerebro. El cerebro comienza a perder peso y disminuyen la memoria y la capacidad de concentración. La piel se debilita y se seca. Aparecen las arrugas y las canas.

«A los 50 –según una cita de Orwell reproducida por Shields–, cada uno tiene la cara que se merece».

Si «En terapia» da el pego como apoyo psicológico, «Lo que pasa con la vida es que un día estarás muerto», publicado el año en que se estrenó la serie, es un libro ideal para que dejemos de tomarnos tan en serio. A ratos autobiografía, a ratos una biografía de su padre, la obra es sobre todo una biografía del cuerpo. Una investigación sobre «los hechos puros y duros de la existencia», según explica Shields, con un hecho definitivo: «El envejecimiento seguido de la muerte es el precio que tenemos que pagar por la inmortalidad de nuestros genes».

Shields combina con humor y agilidad datos científicos, citas de autores y anécdotas de su vida y la de su padre, que a ratos parece un superhéroe, capaz de terminar –y ganar– un partido de tenis tras sufrir un infarto. Es un ensayo original, inclasificable. Una ocurrente tragedia sobre la vida, con una conclusión que el autor encuentra «apasionante y liberadora»: que «el individuo no importa». Ni siquiera su padre. «La vida es sencilla, trágica y siniestramente bella».

De nada sirven esas preguntas que surgen viendo «En terapia»: «¿La gente realmente logra perdonarse a sí misma?», «¿nunca te has odiado a ti mismo?», «¿por qué este dolor que todavía llevo conmigo?».

A punto de entrar en la treintena, ahora sé que no seré famoso, porque Goethe dijo que «quien no haya alcanzado la fama a los 28 debería abandonar cualquier sueño de gloria que tenga». Ahora sé que mi vigor físico ya ha tocado techo, que mi entusiasmo por el deporte decaerá, que voy a empezar a perder 1,5 milímetros de altura cada año y que mi cerebro lleva encogiendo desde los 25.

«En las lápidas de mucha gente debería decir: “Muerto a los 30, enterrado a los 60”», bromeó Nicholas Murray.

Sé también que alcanzaré el punto más alto de mi talento creativo en esta década que viene, porque los mayores logros creativos llegan en la treintena, aunque esa capacidad luego baja con rapidez: no debo perder el tiempo. Y sé que probablemente lo máximo a lo que pueda aspirar sea a que alguien escriba mi nombre en unos baños públicos.

«Cuando tenía 31 –escribe Shields con 51–, me informaron de que alguien había escrito en uno de los retretes del baño para mujeres de una librería: “David Shields es un gran escritor y tiene un polvazo”. Este es con mucho el momento cumbre de mi vida».

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