Cultura, barra libre

Más de veinte días encerradita en casa, en modo «teletrabajo», como la inmensa mayoría de los españoles, y ya tenía ganas de soltar esto que me reconcome por dentro. Me parece maravilloso que se recomiende cultura en sus muchas variedades para desayunar, comer y cenar, incluso para la merienda y para ese brunch vía Skype que se ha puesto tan de moda, y así hacer las horas de espera mucho más llevaderas, pero que se pague dinerito contante y sonante por cada libro, por cada exposición que se «entre» a ver en modo virtual... No sé por qué me da que algunos no se han enterado aún de que hay un ente, en absoluto abstracto, que se denomina industria cultural, cuyo tejido es tan productivo como la cadena de montaje de una fábrica de coches.

En un país como el nuestro, en el que los índices de piratería superan con creces a los de cualquier otra nación civilizada, ponerse a regalar libros en plataformas editoriales y desde el salón de casa como quien tira confeti por la ventana no solo resulta absurdo, sino del género idiota. Y disculpen si elevo el tono, pero no me trago la demagoga coletilla de que así se anima a la gente a leer , a que coja un libro entre sus manos, que no muerde. También sé, para deshonra patria, que habitamos un paraíso de sol y playas cuyos índices de lectura resultan más propios de otros lares menos paradisíacos, y que ingenuidades oportunistas como esta quedan muy bien en el glosario del marketing orwelliano . Pero no, así, señores y señoras, sólo se matan moscas con el rabo. Se debe pagar por todo lo que cuesta y la cultura, en todas sus variedades, cuesta un rato . Termino la diatriba señalando directamente: por favor, no me lloren más sobre cuánto va a dejar de ganar el fútbol de elite. A nadie le he escuchado sugerir que se pase un ratito por nuestra casa, de gratis, el futbolista de turno para dar unos pelotazos en amor y compañía. ¿Saben ustedes cuánto va a perder la industria cultural durante estas semanas de confinamiento? No les voy a pasar la cuenta.