Hilario J. Rodríguez
Hilario J. Rodríguez - Adolfo Serra
CINE

Cine: lo que comienza en los sueños

No sólo de grandes taquillazos vive el espectador de cine. El sector ha dado pie este año a títulos que, aunque no mayoritarios, han dejado un buen sabor de boca en los especialistas

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Como dijo Flannery O’Connor, «nuestra honestidad no se basa en señalar lo que podemos hacer, sino en reconocer lo que no». Al fin y al cabo, nuestra voluntad siempre está en conflicto con miles de voluntades que no nos permiten actuar tan libremente como nos gustaría. Y ser consciente de lo anterior, sumidos en la inconsciencia a la que nos arrastra la tecnología con su supuesta hiperconectividad y su prometida democratización de la cultura, ya es mucho.

Viviendo en Virginia Occidental (Estados Unidos), es imposible saber, ver, escuchar y leer todo, pese a mi conexión de banda ancha a internet. El dinero y el tiempo juegan en mi contra, aunque no tanto como la borrachera de información e imágenes que define al mundo occidental hoy, donde nuestra primera misión consiste en discriminar las fuentes fiables de las menos fiables.

Diálogo con Shakespeare

Uno de nuestros nuevos paradigmas también consiste en saber qué papel jugamos ante lo que consumimos. El cine, sin ir más lejos, ¿nos pide que seamos espectadores o interlocutores?, ¿que demos una respuesta o un simple «Me gusta / No me gusta» a cuanto nos presenta?, ¿que lo utilicemos para alimentar nuestros sueños o para interpretar la realidad e intervenir en ella?

Mientras en las salas comerciales las propuestas radicales cada vez son más escasas, los festivales y las filmotecas se abonan a las modas, y uno tiene que tirar de internet o dvds para no caer en discursos globalizados, en busca de tesoros ocultos bajo los restos del día. Mientras en la televisión las series generan un diálogo interminable con Shakespeare como telón de fondo, plataformas como Netflix o Amazon se suman a la babélica tendencia, y uno vuelve a percibir –parafraseando a Tabucchi– que el tiempo envejece más deprisa que nosotros mismos. Mientras en los museos se cacarea que los nuevos contextos están ampliando las posibilidades del cine, los comisarios y artistas lo utilizan la mayoría de las veces con fines discursivos pero no creativos, y uno tiene que aislar ciertas obras de la palabrería de sus creadores y hermeneutas para encontrarles algún valor, si lo tiene.

Televisión a la baja

Las primeras temporadas de «True Detective», «Fargo» y «The Knick» fueron tres de los acontecimientos seriéfilos de 2014, pero este han puesto de relieve la intrascendencia de la televisión para profundizar sobre sí misma, quizás porque en ella las ideas cambian de manos constantemente y sus estrategias son comerciales. Aun así, miniseries como «The Jinx» o «Show Me a Hero», y producciones como «Bitter Lake» o «Heimat: La otra tierra», ponen de relieve que cuando un auténtico creador ahonda en sus obsesiones siempre podemos esperar que dé un paso hacia delante.

Sin establecer demasiadas diferencias entre cine, televisión, instalaciones o vídeo arte, algunas de las mejores propuestas audiovisuales que he visto en 2015 son «El pequeño Quinquin», de Bruno Dumont; «Jauja», de Lisandro Alonso; «Timbuktu», de Abderrahmane Sissako; «Natural History», de James Benning; «Mia madre», de Nanni Moretti; «Carol», de Todd Haynes; «Taxi Teherán», de Jafar Panahi; «Phoenix», de Christian Petzold; «Viaje a Sils Maria», de Olivier Assayas; «Cemetery of Splendor», de Apichatpong Weerasethakul; «O futebol», de Sergio Oksman; «Cabala Canibal», de Daniel V. Villamediana; «La asesina», de Hou Hsiao-Hsien; «Queen of Earth», de Alex Ross Perry; «La langosta», de Y. Lanthimos; «Cavalo Dinheiro», de Pedro Costa; o «Un pájaro se posó en una rama...», de Roy Andersson.

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