LIBROS

J. M. Coetzee, sin el dolor de lo ajeno

El Premio Nobel regresa con «Siete cuentos morales», un exquisito volumen protagonizado por su heterónima Elizabeth Costello

J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, Sudáfrica, 1940)
Mercedes Monmany

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En su último y espléndido volumen de relatos, Coetzee regresa a su personaje inolvidable, o feroz heterónimo pessoano, Elizabeth Costello. Escritora célebre, Costello recorre el mundo dando conferencias y defendiendo aguerridamente unos principios y unas formas de vida que devolverían al hombre una perdida humanidad, sobre todo en el trato a los animales, a los que además de negarles la razón se les ha negado la capacidad de sufrir. La anciana expatriada que es Costello -ya sea en Francia o en una remota aldea de la profunda España donde se ha instalado adoptando al tonto del pueblo, un impúdico exhibicionista que los avergonzaba a todos- se resiste en estos momentos a cumplir con las reglas piadosas y sensatas de la tribu que le aconsejan a cada momento lo que es mejor para ella.

Más huraña y militante que nunca, incansable azote moral de lo que siempre ha defendido y ha sido el innegociable eje de su vida, Costello no descansa un minuto. Incluso en ese aparentemente frágil otoño que avanza a pasos agigantados. Se trata de alguien con un compromiso dogmático, intransigente, que no admite los peros. Aunque fiel a sí misma y con principios inamovibles, ante los que no se permite la menor vacilación, la anciana expatriada Costello por la que sus hijos velan y recorren continentes inútilmente, intentando protegerla, no deja de sentir cierto pesar y melancolía en los adioses a muchas cosas, en la revisión descarnada de su propio pasado que ejecuta a diario.

Coetzee siempre ofrece a sus lectores textos de gran refinamiento intelectual

Todo, el mundo chillón, vulgar y ahistórico que interpela a diario, pero también ella misma, pasa por su implacable trituradora mental, de altas exigencias morales. Incluso a viejos y queridos conceptos para un artista o escritor como la idea de belleza , Costello les aplica el rigor de sus apremiantes preguntas: «¿Cuál es el saldo de la belleza? ¿En qué hace bien? ¿Nos hace mejores acaso?».

Fieros dilemas

Valiente e indómita, Costello no tiene miedo a nada. Ni a adentrarse en los cenagosos y muchas veces ambiguos pantanos morales que otros rehúyen hipócritamente. Que prefieren no cuestionarse en su vida o simulacro de vida, sin sentido de culpa. Reglas morales que cada uno adapta e improvisa en muchos de estos cuentos. Relatos en los que sus protagonistas llevan al límite, como si se tratara de una dura prueba de estrés, ciertas decisiones que no pocas veces dejan en el aire cuestiones vitales: ¿Se puede sobrevivir sin empatía, sin culpa alguna , sin lealtad hacia ningún ser o causa, sin el dolor por lo ajeno? ¿Sirvió de algo la literatura en nuestra vida, las enseñanzas de Musil o Chéjov?

Siempre deslumbrante, sorprendente, sumamente vital cuando nos enfrenta a fieros dilemas como los planteados por una encarnación tan demodé para algunos, tan de otros tiempos, como esta rígida moralista que es la intratable Elizabeth Costello (alguien que en no pocos lugares sería definida sin piedad simplemente como «una vieja loca»). Coetzee siempre ofrece a sus lectores textos de una gran exigencia, de enorme refinamiento intelectual, de admirable concisión narrativa , en los que no sobra ni una coma. Su creación más querida, Costello, con su «pasión por la exactitud», con esa ironía vitriólica y devastadora que pasa revisión a los sinsentidos y a la impiedad deshumanizada de lo contemporáneo, no deja indiferente a nadie.

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