El secreto del Salón de Reinos: la «champions» de la historia de la pintura

Javier Portús, especialista en Velázquez, pone en valor la proyectada recreación del lugar en el que Felipe IV recibía a los embajadores, centro ceremonial del Palacio, que mostraba tanto magnificencia como crueldad

Reconstrucción del Salón de Reinos según uno de los proyectos arquitectónicos a concurso
Jesús García Calero

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Toda la magnificencia de los Reinos bajo dominio del Monarca español. Y también una muestra honesta de la crueldad de ese poder que dominaba medio mundo. La oportunidad de volver a ver en todo su esplendor y en todos sus matices un lugar único en la historia de nuestro país ha generado numerosas polémicas. Lo malo es que bajo ese manto de humo, pocos han pensado en lo fundamental: en el valor que supone volver a juntar las pinturas realizadas para aquella ocasión en 1634 y 1635. Fue la champions del arte del Siglo de Oro. Darle la espalda es una torpeza.

Tras muchos años de polémicas por la ocurrencia de llevar el «Guernica» de Picasso al edificio del antiguo Salón de Reinos, hoy parte del campus del Museo del Prado, la recreación parece más cercana. ¿Cuál es su valor para los ciudadanos de la España de hoy? Interesante pregunta. Los máximos especialistas dicen que mucho. John Elliott dijo hace poco más de un año que aportan claves para los europeos de hoy, para evitar errores como los que vemos cada día: «Precisamente, entidades políticas como la Monarquía de los Austrias eran una superestructura interesante , porque abrigaban relaciones recíprocas entre la periferia y el centro, un diálogo que fracasó varias veces pero funcionaba bastante bien».

Así era el Salón

El salón estaba decorado con los escudos de los veinticuatro Reinos de la Corona, que daban nombre al espacio, más cuadros sobre doce grandes victorias de Felipe IV en los confines del imperio (uno de ellos es «La rendición de Breda» de Velázquez , lo cual da idea de las dimensiones), más los grandes retratos ecuestres velazqueños de la familia Real y una serie mitológica de Zurbarán sobre los trabajos de Hércules. Abrumaban al visitante.

Pero las conexiones con la Europa y el mundo de hoy son evidentes, según los mayores expertos. John Elliott y Jonathan Brown publicaron el estudio de referencia sobre el Buen Retiro , «Un palacio para el Rey», que también se convirtió en una exposición. Desde que el libro apareció, la pertinencia de recrear ese espacio irrepetible con las obras originales que fueron pintadas para él fue una tentación.

Javier Portús, en su despacho del Museo del Prado ISABEL PERMUY

Con la reforma del edificio de los últimos vestigios del Palacio de Felipe IV en marcha, el especialista del Prado Javier Portús, que acaba de pulblicar «Velazquez: su tiempo y el nuestro» (CEEH) explica para ABC por qué estamos ante una oportunidad verdaderamente única en la historia: «Si finalmente el Salón de Reinos se reconstruye, una de las cosas que aportará tiene que ver con el contexto. En 1634-35, cuando se hace su decoración, era el lugar más importante para el que podría trabajar un artista en España . Era un lugar que tenía que ser decorado muy rápidamente y para ello no se hizo lo mismo que se solía hacer para otras series del Retiro, encargar series a artistas en Italia. Aquí tenían que ser españoles».

¿Por qué?

-Porque había que controlar los tiempos de producción y también era necesario controlar la iconografía. Controlar los temas. Es un lugar único en la historia de la pintura española. Ni antes ni después tantos artistas importantes habían trabajado simultáneamente para el mismo lugar.

¿Cómo lo hacen?

-Excepto Alonso Cano, para el Salón de Reinos trabajan entonces los mejores pintores que había no solo en la Corte, sino en España. Se llama a Zurbarán a Sevilla para que venga. Es un lugar de competición, cada uno sabía que el vecino estaba trabajando en ello y eso un acicate para todos. Pereda es el más joven. Solo tiene 23 años cuando trabaja y lo que hace es firmar indicando la edad: «Antonio Pereda fecit, aetatis...» y esa parte no sabemos bien si pone 23 o 24. Quiere dejar constancia de que tan joven ha sido convocado para ese lugar y ha sido capaz de hacer semejante alarde, «El socorro de Génova por el segundo marqués de Santa Cruz», que es de lo mejor de todo el salón. El espectador encontrará un lugar lo mejor que daban de sí los artistas en activo en España en 1634 y 1635.

Quienes querían llevar allí el «Guernica» dijeron que era un discurso triunfalista de la historia...

-Pues se les escapa un discurso complejo. Mezcla alusiones territoriales por la treintena de escudos de los dominios de la Monarquía Hispánica, los trabajos de Hércules que se pone como antecedente de ese poder. Y las escenas de batallas dejan comprender una parte de la historia de esa época, en Italia, Alemania, Holanda, América... Y también es una galería de retratos, porque además de los retratos ecuestres figuran los generales en cada batalla. Es un lugar de memoria.

Pero ¿es la memoria que necesitamos?

Se ha dicho que se escenifica la magnificencia por el caballeroso de Spínola en Breda. Pero no falta la crueldad. Uno de los cuadros de Carducho, «La victoria de Fleurús» muestra cómo los españoles pasaron a degüello a cincio mil alemanes después de la victoria. Lo que da una dimensión distinta a la que generalmente se ve. Y en «La recuperación de Bahía» hay un general expulsando a los judíos. Se podía perdonar a los herejes pero no a los judíos. No es una idealización. Es fiel a la época y poliédrico.

A todo esto, ¿qué rasgos personales de Velázquez se aprecian en esta competición?

-Era frío, astuto, seguro y distinguido. Por los temas a que se dedicó se ve su templanza y resistencia a transmitir emociones. La sensación es muy cerebral. En los cuadros de Velázquez se aprecia un ser humano no con muchas pulsaciones, pero muy inteligente. Eso es muy moderno, aunque también lo sería lo contrario. Mi sensación personal es que se mantiene a mucha distancia de los temas que pinta. Solo se habla de que tuvo afecto por un personaje de sus cuadros: el perrillo del retrato de Felipe Próspero.

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