Gómez-Acebo (a la derecha) conversa con Santiago de Ybarra y Juana de Aizpuru en una cena en ABC
Gómez-Acebo (a la derecha) conversa con Santiago de Ybarra y Juana de Aizpuru en una cena en ABC - Colección ABC
ARTE

Fallece Enrique Gómez-Acebo, el galerista «inamovible»

En la madrugada del pasado domingo, moría en Madrid Enrique Gómez-Acebo, fundador de EGAM, una de las firmas más longevas de la capital; la de un profesional que creció en contacto con grandes como Juana Mordó o Fernando Vijande

MADRID Actualizado: Guardar
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En el debate de cuál era la galería madrileña más longeva que permanecía abierta en Madrid, durante muchos años Enrique Gómez-Acebo Mariscal, EGAM (Madrid, 1940-2017), se preció de ser «el galerista que había permanecido en su sitio» (entiéndase «sin mover la localización de su negocio») durante más tiempo. Y al final lo consiguió definitivamente, cuando hace un par de años cerraba aquel local que abrió a finales de 1969, en un semisótano ya mítico del nº29 de la calle Villanueva, en el Barrio de Salamanca. Parecía un matiz un tanto insignificante en principio, pero, a poco que se conociese su personalidad, resultaba determinante.

Porque, en efecto, ese permanecer sin moverse definió los rasgos más acusados de su personalidad humana y profesional: fidelidad imperturbable hasta a la rutina; dominio de lo cercano (el gusto de recibir en casa); innegable recreo en el confort; glorioso, simpatiquísimo, singular encastillamiento de una manera de entender un negocio que fue evolucionando sin su consentimiento más que ante su indiferencia…

Cantera de artistas

A su vera, algunos artistas desarrollaron así toda su carrera ( Mitsuo Miura, Gerardo Aparicio, Ricardo Cárdenes, Juan Antonio Aguirre, Nati Bermejo...), exposición tras exposición, a lo largo de más de cuatro décadas, sin salir de ese cómodo pero limitado ámbito de influencia. Otros acabaron por escapar de él. Porque Egam, Enrique propiamente, era un epicentro estático y permanente que convocaba en su pequeño despacho una tertulia inagotable, reemplazada a cada rato por los que entraban y salían, pero a la que casi siempre se volvía, donde las risas estaban garantizadas, igual que la conversación en torno a cualquier tema que no fuera necesariamente el arte.

Desde ese despacho interior, con aquellos cactus de plástico que tampoco crecían ni se marchitaban, iluminados por la luz insustancial de un fluorescente, Enrique controlaba su sala sin moverse del sillón desde el reflejo de un espejo estratégicamente situado para el caso. Pocas veces le vi brincar para salir a recibir a alguien que bajaba aquel puñado de escalones, pues lo habitual era internarse hasta su cueva para saludarle y quedar allí enredado; pero, si salía, el encanto y «savoir faire» estaban garantizados.

Entre los rasgos más acusados de su personalidad: fidelidad imperturbable hasta a la rutina; dominio de lo cercano; innegable recreo en el confort...

Su salida de ARCO la hemos comentado todos como el punto de inflexión de este galerista que lo tuvo todo para ser uno de los grandes entre su gremio: envidiables contactos sociales, una cultura y una educación impecables, dominio de idiomas, viajado, gracioso y guapo (nuestro Cary Grant), pionero en el medio y crecido en contacto directo con nombres como los de Juana Mordó o Fernando Vijande… Y con todo, él prefirió optar por el tono medio y la discreción, evitando tanto las prisas como el excesivo esfuerzo.

Sin embargo, un lento declinar y un cierre silencioso, sin homenajes ni el merecido reconocimiento a una trayectoria única, se aliaron al final con una salud que falló en los últimos tres años y unos ánimos que le retiraron contumazmente de nuestro mundo. Desde hace tiempo rechazaba invitaciones, evitaba el contacto, colgaba el teléfono, y para nuestro tan injusto, desmemoriado y atolondrado medio, desapareció prácticamente en el olvido aquel proyecto inmenso que hoy ya se fija del todo, en una imagen estática que quizá a él no le habría desagradado el todo. Hasta siempre, querido Enrique.

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