Montero Díaz
Montero Díaz - NIETO
DOMINGOS CON HISTORIA

El proyecto imperial de Montero Díaz

Fue uno de los intelectuales que mejor formuló la idea de Imperio tras la Guerra Civil

MADRID Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Si hubo una consigna que prendió con fuerza en la atmósfera de la España de la inmediata posguerra, fue la que aludía al Imperio. El Imperio frente a la decadencia, el Imperio frente a la disolución, el Imperio frente al separatismo, el Imperio frente al patrioterismo burgués, el Imperio frente a la revolución marxista, el Imperio frente a la pérdida de los valores de España en el mundo, el Imperio como síntesis del poder temporal del caudillaje y la autoridad espiritual del catolicismo.

Con lamentable frecuencia, una superficial aproximación a los elementos más teatrales y retóricos de aquellas palabras alusivas a la idea imperial ha convertido la severidad de un concepto integrador y ambicioso en una hueca gestualidad oportunamente ridiculizada.

Nuestro tiempo ha hecho mucho más que huir de los peligros del radicalismo y los excesos de las religiones políticas. Ha llevado adelante una depuración insensata de todo lo que implique compromiso, ideas, convicciones y, desde luego, conciencia de la nación como espacio originario de nuestro ser social y nuestra existencia histórica.

Hubo, desde luego, exceso verbal y procacidad litúrgica en aquellos escenarios en los que se invocaba el sacrificio, el pasado de España y el orgullo, tantas veces imprudente y despiadado, de la victoria sobre otros españoles. Pero habremos de aceptar la grandeza que tuvieron aquellas llamadas de los fundadores del nacionalsindicalismo a recuperar una España imperial, a pesar de que perdieran buena parte de su dignidad en manos de quienes desmantelaron su notable impulso moral. La evocación del Imperio había sido, en los jóvenes redactores de «La conquista del Estado» una forma de asumir el conjunto de la historia de España y una promesa de actualizarla, sacando a la patria de una postración que la había conducido a los arrabales del siglo XX. Nada había de nostalgia o anacronismo en aquella exigencia imperial. Todo lo contrario. El Imperio se proclamaba como una forma de modernización y adaptación a los tiempos nuevos. Para el grupo de Ledesma, lo viejo eran el liberalismo, las generaciones de la Restauración, las ideas del siglo XIX, incluyendo la rectificación frustrada del socialismo marxista. La afirmación de «España, sangre de Imperio», que invadía la portada de aquel semanario efímero publicado en 1931, era referencia a una continuidad de los valores espirituales que habían construido la nación española. Pero era, sobre todo, la convocatoria de la juventud a una empresa que entendiera la disciplina imperial como creación de un nuevo Estado, de una nueva economía basada en la justicia social y de una nueva moral fundamentada en la conciencia fraterna de una comunidad.

Esa idea fue elevada en su capacidad expresiva en la palabra de José Antonio Primo de Rivera, entre cuyos hallazgos fundamentales se encuentra la sustitución de las tentaciones nacionalistas por la defensa de España como unidad de destino en lo universal. Destino equivalía a empresa católica, que en tiempos de desconcierto y de riesgo de hundimiento de una cultura milenaria pretendía recuperar la hegemonía de los valores de la España eterna, de la que alcanzó su plenitud histórica en el siglo XVI.

Intelectual sobresaliente

Entre los intelectuales que definieron mejor esta idea imperial, perfectamente ajustada al carácter universal de la Guerra Civil, destaca Santiago Montero Díaz, cofundador de las JONS y, tras la contienda, uno de los historiadores de más fuste de la Universidad española. Su trayectoria manifiesta todas las contradicciones en las que se movieron tantos pensadores españoles en los años centrales del siglo XX. De su primera militancia marxista y galleguista, pasó Montero Díaz al nacionalsindicalismo, manteniendo toda su vida un emocionado recuerdo y reivindicación de Ramiro Ledesma, incluso cuando tomó partido por la oposición al franquismo en las turbulencias universitarias de los años 50, y buscó referencias políticas en movimientos de emancipación de distintas ideologías. Su intransigencia revolucionaria le había llevado a romper con las JONS cuando Ledesma aceptó la unificación con Falange. Pero regresó, estallada la Guerra Civil, a desempeñar un papel de intelectual sobresaliente en la formulación de un discurso que desarrollaba aquella idea imperial esbozada en los años fundacionales del nacionalsindicalismo.

«La primera nota constitutiva de la idea de Imperio es la de universalidad». Universalidad conseguida con el poder territorial, con el regreso de España a su condición de potencia internacional que recupera su supremacía en un área de la que había sido expulsada siglos atrás. Pero universalidad, sobre todo, de aquellos valores que permitieron a la nación superar los localismos sin despreciar su diversidad interna. Los principios que inspiraron la formación de España, rescatados por el nacionalsindicalismo, habían de ser la base de su proyección espiritual sobre Occidente. «La idea imperial se presenta como un programa de salvación». El Imperio proponía el «orden ético y religioso que lo español postulaba y encarnaba en el mundo. La unidad del género humano». Frente a los imperios comerciales inglés y americano, España proponía un nuevo Imperio de la unidad de civilización y los valores morales que el cristianismo había impreso en la historia europea.

En las condiciones de 1943, cuando pronunciaba estas palabras, Montero Díaz identificaba su propuesta con la necesidad de involucrarse en la guerra que asolaba Europa. Una deriva desastrosa hacia la Alemania nazi que hoy nos resulta el aspecto más deleznable de sus sueños. Montero Díaz pagaría aquellas afirmaciones osadas y peligrosas con su confinamiento. Como otros intelectuales críticos del nacionalsindicalismo, ni siquiera esa ortodoxia imperial halló resguardo en el régimen de la victoria. Pero, tantos años después, quizás se podrá reivindicar lo que, más allá de las circunstancias, y muy lejos de toda inocencia ante la barbarie, contiene su mensaje: la defensa de una nación como empresa y voluntad aplicada a la historia, como tradición actualizada y alforja de valores universales identificados con nuestra civilización. Esa era, en el fondo, la idea del Imperio que algunos jóvenes orteguianos lanzaron a un mundo que rompía sus costuras éticas en la gran crisis de los años treinta.

Ver los comentarios