Farruquito en el Festival del Cante de las Minas de La Unión
Farruquito en el Festival del Cante de las Minas de La Unión - EFE

Apoteósico fin de fiesta con Farruquito y Rancapino Chico

El Festival del Cante de las Minas de La Unión une otras dos dinastías flamencas: la del baile sevillano de los Farrucos y la del cante gaditano de los Rancapino, en una noche con duende

La Unión (Murcia) Actualizado: Guardar
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En la cuarta gala y penúltima del Festival volvía el bailaor Farruquito a pisar las tablas de la «Catedral del cante», después de 5 años, con su último espectáculo «Baila Moreno» que homenajea a su padre, mientras el cantaor Rancapino «Chico» hacía su debut en este escenario, en la única jornada que combinaba el baile y el cante.

Comenzaba el espectáculo, por supuesto en esta ocasión, mayúsculo sin ningún tipo de énfasis, por martinetes cantaban Pepe de Pura y Antonio Villar y Farruquito con andares majestuosos y en el centro del escenario comenzaba su baile magnético por seguiriyas con el cante desgarrado de María Vizárraga que ya ponía el listón emocional muy alto en la respuesta del público.

Los guitarristas Román Vinsent y José Galván tocan por bulerías para calentar el ambiente con los palmeros, mientras el bailaor se cambia de traje, hasta que Farruquito vuelve a salir y por alegrías recorre el escenario que llena de hondura, se para taconea y se marca el ritmo chasqueando con los dedos y al compás de los palmeros suelta una descarga y otra.

«Se siente el gozo y la felicidad que el bailaor siente y transmite»

Y llega un momento termodinámico de la noche en esa acción conjunta del cante y el baile; María le canta herida y despechada por bulerías ante el bailaor que está junto a una silla al otra lado del escenario y en el centro le increpa con el cante y el cantaor le responde con un electrizante baile en los quiebros, en los marcajes, gira vertiginosamente para hacer el desplante exacto, una y otra vez y levanta literalmente al respetable de sus asientos.

En estos bailes improvisaos, como si bailara para la familia o en una juerga o reunión de cabales, se siente el gozo y la felicidad que el bailaor siente y trasmite. Es el puro baile por el baile y para rematar la faena, a lo torero, da una verónica lenta con su chaqueta y se marcha con andares de triunfador.

Un solo de guitarra y un solemne baile por soleá y algunas espectadoras no se pueden contener: ¡Guapo¡ ¡Baila, gitano! Y con esa garra, técnica, y esa gran seguridad que el bailaor posee en sus giros, en sus andares, y sus requiebros, en un final vertiginoso en el que parece que no hay límites, ponía el recinto al rojo vivo. Aplausos interminables.

Palabras de Farruquito

El bailaor tomaba el micrófono y decía: ¡Voy a cantar una cartagenera! ¡Ay, si supiera! Y tras definir su modo de entender el baile como algo basado en la improvisación natural que se da en el ambiente familiar o entre amigos, recordaba las palabras de su abuelo: « El Farruco», que decía: «Prefiero bailar mal de verdad que bailar bien de mentira».

El bailaor se sentía feliz y el público pedía más y más y llegó un apoteósico fin de fiesta por bulerías. Invito a salir al escenario a Rancapino «Chico» que cantó por bulerías caracoleras mientras bailaba muy bien el percusionista, «El Potito» y a continuación María le volvía a cantar a Farruquito, para la ponerle el broche de oro a una apoteósica noche.

Actuación de Rancapino «Chico»

Si el baile gitano lo había puesto Farruquito, antes; el buen cante gitano lo puso Rancapino «Chico», que actúo abriendo la gala, y, que comenzó su actuación, acompañado con el toque perfecto de Antonio Hidalgo, con tarantos con esa particular manera de interpretar estos cantes que su padre hacia, en la mezcla con aromas de la cartagenera, le siguió la malagueña de «El Mellizo» alargando los tercios con poderío para salir airoso en los remates.

Pasado el trago de subir a ese escenario que siempre impone por su historia, dijo: «Me siento muy orgulloso de estar aquí por primera vez y este cante va para ustedes». Y ahí que salieron sus palmeros: «El Chicharito» y José «Rubichi» y se montó la fiesta. Por tangos lentos con un compás cadencioso que iría subiendo, le metía el ritmo al ambiente y la temperatura se iba elevando.

Los fandangos gitanos por derecho, marca de la casa Rancapino, también son un gozo en la voz de Alonso, que se sentía a gusto, y por los del estilo de Manolo Caracol, lo bordaba. La fiesta continuaba y los palmeros marcaban el compás electrizante y hechizante por bulerías, que acariciaban los oídos con un ritmo contagioso.

A Rancapino Chico le pedían más y ya terminaba su muy buena actuación con la zambra: «La historia de mi niñez», compuesta por el guitarrista Paco Cepero, dedicada a su padre, en la que se acuerda de sus inicios con Caracol y Camarón. Y en ese fin de fiesta volvía a brillar por bulerías la voz limpia de Rancapino Chico.

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