Apología de un hombre decente

Castelo nos transmitió que las páginas del periódico estaban abiertas a nuevas generaciones y nuevas ideas

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¿Pero cómo, vas a escribir en ABC? Recuerdo como si fuera ayer mismo los comentarios de algunas personas, entre mediocres y desinformadas, que me reconvenían ante la posibilidad que se me abrió en 2000, al poco de volver de Oxford, de colaborar en estas páginas. Fernando R. Lafuente, amigo y maestro, me abrió las puertas. José Miguel Santiago Castelo me enseñó los códigos y en un cursillo acelerado de dos conversaciones –el tiempo que había, bienvenido, esto se llama periodismo– me puso al día de lo que significaba. Le debo muchas cosas, para empezar la autoestima ampliada que supuso comprender lo que significa ABC, una institución que expresa como pocas el vigor de la sociedad civil española.

Pero lo que me gustaría compartir en esta hora triste de su fallecimiento es que Castelo, como todos lo llamaban, nos transmitió que las páginas del periódico estaban abiertas a nuevas generaciones y nuevas ideas.

Él sabía, iba sobre seguro, que si son buenas son también las de siempre. Pero había que fabricarlas de otro modo y en eso fue un maestro. El canal por el que se comunicaba era emocional, con una capacidad de verdad como he visto pocas. En eso se notaba que era una persona arraigada, con Extremadura siempre en el corazón. Recuerdo su alegría cuando se puso a disposición de todos el acceso digital a la hemeroteca y el lienzo extraordinario que fue el siglo XX español salió a relucir.

Su pasión por el archivo del periódico era vivencial, pues reflejaba nuestra experiencia colectiva. Aquellas fotos y textos increíbles de ABC –de 1903 en adelante, reiteraba– no los contemplaba bajo la pátina de la España negra y aburrida, o de la bobada folclórica y romántica, sino de una energía común que venía de muy atrás y ha llegado muy lejos. Que la tierra te sea leve, querido amigo.

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