Kenneth Branagh, durante su visita a Madrid para promocionar «Cenicienta»
Kenneth Branagh, durante su visita a Madrid para promocionar «Cenicienta» - BELÉN DÍAZ

Kenneth Branagh: «Trabajo en Hollywood para pagar una deuda de la niñez»

Llega este viernes a las pantallas españolas su nueva versión de «Cenicienta», protagonizada por Lily James, Cate Blanchett y Helena Bonham Carter

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Mirada azul océano, elegante porte en el vestir y en los movimientos. Sir Kenneth Branagh lleva a cabo la promoción de su «Cenicienta», una película que en su primera semana ha barrido todos los récords de taquilla en Estados Unidos con 70 millones de dólares recaudados. Por el semblante no parece que eso inquiete lo más mínimo al director: «Sir, un honor». Estrecha la mano con los dedos, de forma sutil y británica, y luego no deja de mirarte, face to face, mientras contesta, probablemente para indagar en las entrañas de la entrevista en sí.

–¿Cómo surgió esta idea?

–Vino de Disney y resultó un bello reto para mí. Fue muy bueno porque lo que más me sorprendió es que en este cuento hay tantos valores, tantas capas emocionantes donde poder trabajar y hacer el filme...

Me encantó tener esta gran oportunidad.

–No hizo excesivos cambios del cuento original. Pensamos que caería en esa tentación.

–Eso es relativo. Es verdad que hay un príncipe, carruaje, hermanastras, hada madrina... Es cierto, todo eso no ha sido tocado, pero aquí hemos contado algunas cosas más, por ejemplo, su vida familiar, hemos visto cuando era niña, la relación entre sus padres, que era una mujer que leía y también en la versión de 1950 vemos al príncipe en el baile. Aquí, sin embargo, lo narramos mucho antes, nos damos cuenta de que ella quiere conocer al hombre, no va a la carrera por un matrimonio. En todo caso, convengamos en que hemos puesto más carne en los personajes.

–Acabamos de ver que lleva 70 millones de dólares en taquilla. Parece algo sorprendente en una historia tan clásica como esta. Es un éxito rotundo.

–He aprendido a no tener expectativas en este aspecto con Hollywood, pero de cualquier forma he de decir que estoy muy contento con ese dato que me da.

–Usted es un experto en clásicos, fundamentalmente en Shakespeare y, de hecho, «Cenicienta» también es un clásico. Es de suponer que en esta ocasión manejó registros similares.

–Cierto, tienen en común bastante más de lo que podría parecer. Lo que te enseña Shakespeare es a tener respeto por el material. Si tú lo respetas, él te respetará a ti. Eso es una calle de dos sentidos que has de tener en tus huesos y sentirlo. Es como tu segunda naturaleza. Que sea una obra contemporánea o sea una obra clásica de Shakespeare, lo que siempre hay ahí, latente, es el respeto, el suyo hacia ti siempre que tú tengas el tuyo hacia él.

–Alterna bastante Hollywood con el teatro. No sé hasta qué punto echa de menos este cine inglés moderno que se está haciendo y que resulta tan interesante.

–Tengo una pequeña variante respecto a eso. Hago una serie allí que se llama «Wallander». Es verdad que últimamente he hecho muchas películas fuera, pero también logro tener mis momentos de placer en esa serie con personajes muy contemporáneos. Digamos que así mato el gusanillo.

–Sigue teniendo adicción al teatro.

–Por supuesto, de hecho lo próximo que voy a hacer va a ser volver al teatro y no sé, veremos..., algo de Shakespeare para variar ¡no? (sonríe).

–Últimamente vemos una cantidad de actores británicos que invaden la pantalla con gran rotundidad y éxito. Hablamos de Eddy Redmayne, Matthew Goode, Mark Strong y, sobre todo, Benedict Cumberbatch. ¿Qué opina de esta era de esplendor de la nueva generación británica?

–Son magníficos. He tenido la suerte de trabajar con algunos de ellos. De hecho, recuerdo que vi a Benedict hace diez años haciendo el papel de Hawking. Lo estaba viendo con mi mujer y le comenté que ese chico iba a ser una estrella. Le dije que no sé cuánto tardaría, pero que llegaría con toda seguridad. Ver a los dos juntos este año en los Oscar ha sido algo formidable, porque es el sitio que les corresponde.

–Resulta, como mínimo extraño, que un hombre de su rígida formación teatral se sienta tan cómodo en Hollywood. No solo eso, sino que cada cosa que toca, tipo «Thor», la convierta en oro. Parece que le gusta aquello.

–Bueno. Para empezar no vivo allí, que quede claro (carcajadas abiertas). En realidad, el porqué trabajo allí es para pagar una deuda, una deuda adquirida cuando yo tenía siete u ocho años en Belfast. Iba a ver películas, daba igual, «El Mago de Oz», «Ben Hur», lo que fuera... Y lo que a mí esa industria me hizo sentir, la magia que me transmitió, es inigualable. No es que me acepten, es que el hecho de que simplemente me dejen estar allí ya me parece un privilegio para devolver dicha deuda. Forma parte de mi niñez, de mis sentimientos y es algo que me llena de placer.

–¿Qué le lleva a ser actor o director según el momento: la historia, las ganas, el dinero...?

–(Más risas). En realidad me dejo llevar por el instinto. Y, sobre todo, escuchar la voz de mi cabeza o de mi corazón. Y uno de los dos siempre habla más alto. Entonces sigo esa voz.

–Algo que se me olvidaba y no quería dejar en el tintero. Cuando le compararon con Laurence Olivier y con Orson Welles, ¿qué sintió?

–Le diré una cosa: en aquel momento, cuando se dijo, me pareció una tontería muy grande, y le diré más: ahora me parece la misma estupidez que entonces (risas sin freno).

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