Marqués de Sade
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¡Un esfuerzo, ciudadanos!

Análisis de Gabriel Albiac

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«¡Franceses! ¡Un esfuerzo todavía, si queréis ser republicanos!» Interpolado en el manual de disipación que es La philosophie dans le boudoir, el manifiesto revolucionario de Sade, ha sido redactado justo tras los fastos mortuorios del Terror que cierran en 1794 el ciclo de la Revolución Francesa; cinco años que parecerán milenios a quienes los sobrevivieron

Donatien Alphonse François fue uno de ellos. No es verdad que haya asistido desde su calabozo a la toma de la Bastilla. La ha profetizado doce días antes. 2 de julio de 1789. Informe del Marqués de Launay, gobernador del presidio: «[Sade] se asomó ayer a su ventana y se puso a gritar con todas sus fuerzas que estaban asesinando a los prisioneros de la Bastilla y que había que correr a su socorro».

Lo hace trasladar al manicomio de Charenton. El 14 de julio, Launay es linchado por los asaltantes. ¡Un esfuerzo, ciudadanos! ¡Un esfuerzo!

El marqués (o Conde) de Sade es ya un veterano de la vida carcelaria. En Vincennes primero, después en la Bastilla, lleva doce años preso. Historias sórdidas. Y oscuras. Fustigamiento de una prostituta 1768, orgía con consumo de cantárida junto a cuatro filles de joie en 1772. La participación de su lacayo lo pone en el blanco de la acusación por sodomía, penada con la muerte. Escapa a ella por la lettre de cachet que lo condena a pudrirse en la cárcel. Puesto que no hay mundo en el calabozo, Donatien se inventa uno en la escritura. El hombre de mundo se extingue. Nace Sade: una obra. Desmesurada, extraña, imprescindible.

Trece años de encierro

Mishima imaginó, en Madame de Sade, a ese hombre saliendo de la cárcel. Y a su fiel mujer Renée rechazándolo a su vuelta, tras haberlo venerado durante trece años de encierro. Fue un Dios; no quiere verlo como un hombre vencido: «Donatien, el hombre más misterioso que jamás conocí, supo sacar del mal un juego de luz y transmutó en santa esencia la substancia de la podredumbre que fue recogiendo». Es sagrado. E intocable. Y Renée se recluye en un convento.

No es un convento ahora. Aunque sea también templo: el museo lo es de las sociedades laicas. En 1957, la audiencia de París condenaba aún la edición de Sade al secuestro y quema. Hoy, Sade oficia en el Museo de Orsay. La República lo consagra. Y lo hace intocable. ¡Un esfuerzo todavía, ciudadanos!

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