OPINIÓN

25-N: «Eliminar contacto»

... hasta se atrevió a decir que la culpa era tuya; que no le gustaban nada las pinturitas que llevabas en los ojos

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Es la una y media de la mañana. Abres la puerta con cuidado, te quitas los zapatos, y sin encender la luz avanzas por el pasillo con la blandura de un felino. ¿Eres tú, Marta? Te cuesta fingir la normalidad de otras veces. Sí, mamá; duérmete tranquila; ya estoy en casa, respondes mientras ella le dice a tu padre que no son horas para una mocosa de 15 años, y que le duele la boca de repetir siempre la misma canción sin que nadie la escuche.

Entras al cuarto de baño y echas el pequeño cerrojo, no vaya a ser que a tu madre se le ocurra levantarse como hace otras veces. Te acercas al espejo y miras tu cara con miedo.

Un hematoma cárdeno señala tu frente, y dos regueros de lágrimas han arrastrado el rimel que por primera vez te pusiste por la tarde en las pestañas.

Estabas en la discoteca «light» a la que sueles acudir con tus amigos. Un chico al que nunca habías visto, se te acercó de pronto y sentiste sus manos pegajosas por debajo de tu cintura. Adrián se puso furioso. No paraba de gritarte, te insultó con la peor de las palabras, y hasta se atrevió a decir que la culpa era tuya; que no le gustaban nada las pinturitas que llevabas en los ojos, y menos, esa falda roja con la que te encantaba provocar. Te tenía cogida por un brazo y tiró de ti con tanta fuerza hacia la puerta de salida, que perdiste el equilibrio y te golpeaste la cabeza con una columna. Pero ahora el golpe te duele más por dentro.

Apenas hace mes y medio que Adrián te acompañó al Puente de la Peraleda. Era una mañana luminosa de un otoño que seguía vistiéndose de verano. Lo mismo que vosotros. Los dos hicisteis pellas ese viernes; la causa bien lo merecía. «A tres metros sobre el cielo», le dijiste mirándole a los ojos. ¿Qué dices?, te preguntó él sin entender.

Es el título de un libro de Federico Moccia, aclaraste tú. ¡Y quién es ese tío! Pues uno que escribe cosas de amor…

Adri te cogió por la cintura y te besó en los labios. Entonces comprendiste aquello tan bonito que le dijo Step a Babi: «Tú y yo... A tres metros sobre el cielo». Luego sacaste el candado que llevabas escondido en la mochila, y le explicaste a Adri que para que vuestro amor no terminase nunca, teníais que amarrar aquel candado a la barandilla, cerrarlo bien, y tirar la llave al Tajo. Así nadie podría abrirlo jamás.

Y desde ese día, Adrián comenzó a mirarte como miraba su moto nueva. Con celo. Con orgullo. Con temor a que el aire pudiera rozarte. A que te robaran; a ti no podía ponerte una cadena como hacía con su moto. No quería que ninguno se te acercara en los descansos. No le gustaban las faldas porque enseñabas las piernas. Tampoco los pantalones ajustados ni las mallas, porque mostraban las formas de tu cuerpo…

Esta noche, en la discoteca, cuando aquella palabra inmerecida te estalló en los oídos, sentiste que caías al vacío desde más allá del cielo, y que los príncipes azules de todos los cuentos huían a galope de tu mundo.

Ahora, frente al espejo, la vida te obliga a decir adiós a la niña convertida en mujer, mientras tu móvil sigue bombardeando mensajes de Whatsapp de un contacto erróneo que, entre lágrimas, te apresuras a eliminar.

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