La plaga de insectos que la codicia británica propició en Australia

Durante tres siglos los españoles exportamos y vendimos cantidades ingentes de la grana cochinilla americana a nuestros vecinos europeos

Chumbera, planta en la que viven las cochinillas Archivo

Pedro Gargantilla

El color ha sido durante siglos un medio para expresar el estatus social de una civilización. La búsqueda del preciado púrpura imperial, por ejemplo, llevó a los fenicios a poner al borde de la extinción al molusco Murex .

Más adelante tomaría el relevo el conocido como “ rojo Turquía ”, un colorante que se obtenía, después de meses de arduo trabajo, de la elaboración de una mezcla pestilente de estiércol de vaca, sangre de ternera y aceite de oliva rancio.

El oro rojo que llegó de América

El término “ carmín ” procede del latín carminium, del árabe girmiz –carmesí- y éste del sánscrito krimiga , que significa “producido por insectos”.

En la América precolombina se elaboraba un carmesí natural que se obtenía a partir de la grana cochinilla, un pequeño insecto –Dactylopius coccus- que se alimenta del nopal. Cuando la hembra se somete a un proceso de desecado y trituración se extrae el ácido carmínico rojo.

El color carmesí natural de este compuesto químico se torna rojizo si se mezcla con ácidos –como el jugo de limón- y morado al combinarse con alcalinos.

Cuando los españoles conquistaron México en 1521 tuvieron noticia por vez primera de estos insectos y, a partir de ese momento, comenzó su transporte a granel hasta Sevilla, utilizándose como colorante en la fabricación de terciopelos, sedas y tapices.

Tal fue su aceptación que, después de la plata e incluso antes que el oro, la grana cochinilla se convirtió en la segunda exportación más valiosa procedente del Nuevo Mundo . Se estima que pasamos de transportar unas veintidós toneladas en 1557 a ciento cincuenta en 1574.

Desde tapices hasta casacas

Desde España el carmesí natural se distribuyó al resto de Europa, eso sí ocultando celosamente tanto la fuente natural como el proceso de fabricación, para evitar poner en riesgo el monopolio.

Los tintoreros del Viejo Continente quedaron absolutamente fascinados por su color, era el rojo más brillante y saturado que jamás habían visto. En aquellos momentos su potencial artesanal parecía infinito.

Se rindieron a sus pies los maestros venecianos – Tiziano y Tintoreto - y la corte de Versalles lo utilizó en el tapizado de sillas y en la confección de cortinas.

En 1858 el anatomista alemán Joseph Von Gerlach lo introdujo por vez primera en la tinción de las neuronas. Desde entonces este pigmento no ha dejado de emplearse en el campo de la histoquímica.

Una cuestión de estado

Las tropas británicas no fueron ajenas a sus encantos y decidieron usarlo en la confección de sus famosas casacas rojas. Parece ser que optaron por esta tonalidad porque con ella no se vería la sangre de los soldados heridos por armas de fuego.

A finales del siglo XVIII el trabajo de los espías británicos dio sus frutos y descubrieron que para obtener las preciadas cochinillas era indispensable disponer de chumberas . Únicamente les faltaba encontrar un emplazamiento estratégico para la producción de esta planta. Después de muchas deliberaciones la elección recayó en Australia . Allí no había chumberas pero el clima parecía a priori especialmente idóneo.

A pesar de los esfuerzos de los ingenieros británicos, las cochinillas no consiguieron adecuarse al nuevo hábitat, por lo que desistieron en su empeño, dejando finalmente abandonadas las chumberas a su suerte.

Estas plantas encontraron un ecosistema perfecto, en donde no había depredadores y las aves ayudaban a la difusión de las semillas. Los resultados no se hicieron esperar, en 1920 ocupaban una extensión de más de treinta millones de hectáreas convirtiéndose en un gran problema ecológico .

El gobierno australiano, desesperado, ofreció una recompensa a quien fuese capaz de proponer una solución que pusiese freno a la “invasión” descontrolada de las chumberas.

La respuesta llegó en 1926, se introdujo una polilla argentina – Cactoblastis cactorum - que en apenas dos décadas acabó con el peligro botánico. En el estado australiano de Queensland hay una ciudad llamada Chinchilla con un monumento que homenajea a la “salvadora argentina”.

M. Jara

Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación.

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