El misterioso dinosaurio cojo de Cuenca

Casi tan grande como un minibús, dejó sus huellas deformes en el fondo de una charca hace 129 millones de años

Las huellas del pie izquierdo (foto de la derecha) del dinosaurio muestran un dedo curvado hacia atrás Equipo de investigación de Las Hoyas, Universidad Autónoma de Madrid

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Hace unos 129 millones de años, un dinosaurio desconocido al que un hombre adulto no llegaría ni a la cadera y casi tan largo como un minibús deambulaba de una forma extraña por lo que hoy es la serranía de Cuenca. La bestia, de la que solo se sabe que era un terópodo carnívoro, el más grande del lugar, probablemente sufría una deformación en una de las dos patas sobre las que caminaba. Al atravesar un estanque, dejó unas inusuales huellas que han podido ser examinadas por un equipo coordinado por paleontólogos de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Los hallazgos, publicados en PLOS ONE , son el fruto de un trabajo que se podría calificar de detectivesco.

Cuando los científicos que trabajan en el yacimiento de Las Hoyas descubrieron el rastro de seis huellas de un dinosaurio bípedo, no tardaron en percatarse de su excepcionalidad. Observaron que las marcas del pie derecho medían 45 cm de longitud y mostraban los tres dedos, mientras que las del izquierdo eran más cortas, unos 35 cm, y apenas se apreciaba en ellas el dedo más interno, lo que parecía indicar una malformación, como si estuviera curvado hacia dentro. Además, las huellas se encontraban más espaciadas de lo que cabría esperar, lo que sugiere que este dinosaurio ajustó su paso para compensar su pie lesionado. La profundidad y ciertas marcas de las uñas de las huellas derechas respaldan la idea de que el animal estaba poniendo más peso en ese lado, como si sufriera una ligera cojera, aunque era capaz de apoyar las dos patas.

«Fue un reto descubrir qué es lo que estaba pasando. Tuvimos que debatir y descartar muchas cosas, que no había dos dinosaurios ni que el sedimento tuviera una consistencia distinta», explica a este periódico Ángela D. Buscalioni, profesora del departamento de Biología y Paleontología de la UAM y directora del Centro para la Integración en Paleobiología (CIPb-UAM).

El segundo dedo del pie, en lugar de extenderse, estaba curvado hacia atrás Lara de la Cita

Como las palomas

Curiosamente, deformidades similares se observan en los dedos de las patas de las aves, algo que conocen muy bien los cuidadores de palomas y que no es tan difícil observar en los parques de las ciudades. Las aves con estas dolencias tienen las patas muy abiertas y comportamientos de compensación similares en sus movimientos.

La identidad del dinosaurio al que pertenecían esas huellas todavía es un misterio. «Sabemos lo que no es, pero no sabemos lo que es», reconoce Buscalioni. El tamaño de las huellas sorprendió a los científicos, ya que eran mucho más grandes que las de dos famosos dinosaurios de Las Hoyas: Pelecanimimus, que recuerda a un avestruz, o Concavenator, con una particular joroba en el dorso. Esto indica que el misterioso dinosaurio, de una especie aún no descubierta, les podía hacer sombra. La alzada del animal hasta la cadera debía de llegar a los dos metros y fácilmente alcanzaba los seis o siete de longitud. Eso ya era extraordinario en sí mismo. «Después de 30 años de excavaciones en Las Hoyas encontrar evidencias de la existencia de una nueva especie y además de esa talla es algo impresionante», indica la investigadora.

El dinosaurio dejó sus huellas al pisar una alfombra microbiana en el fondo de una charca cuyas aguas de aspecto lechoso eran probablemente pestilentes. En ese momento, la península ibérica era en realidad una isla oceánica situada en el Mar de Tetis, entre Eurasia, América y África, y en la actual serranía de Cuenca había un ecosistema de humedales repleto de vida. Allí se han registrado desde algas, insectos y peces hasta aves, mamíferos y dinosaurios. «Las Hoyas supone la fotografía completa de un momento», dice Buscalioni. Ahora, la aparición de grandes espacios con un gran número de huellas viene a ampliar aún más los márgenes de esa instantánea. «Seguimos trabajando porque sabemos que debajo de algunas capas encontremos más huellas», anuncia.

Capaz de sobrevivir

Es imposible saber qué hacía allí el dinosaurio cojo, si se había acercado a beber al estanque o estaba de caza por los alrededores. En esas aguas había cientos de peces, por lo que tampoco podría descartarse que se alimentara de ellos como está confirmado que sí hacían otros dinosaurios, aunque, de momento, eso se queda en el campo de la especulación. «Pensamos que el animal no vivía en esa zona sino que cruzaba por ahí en un momento de cambio estacional», añade. Lo que sí resulta «una sorpresa«, apunta la investigadora, es que un dinosaurio de ese tamaño fuera capaz de sobrevivir, cazando o alimentándose de carroña, y llegar a ser adulto a pesar de su defecto.

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