Josep Maria Pou como Sócrates
Josep Maria Pou como Sócrates - efe
teatro

Sócrates en tiempos del Grexit

La dialéctica es el tendón de Aquiles del texto de Gas e Iglesias que Josep Maria Pou lleva al Teatre Romea

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La primera lección del juicio y muerte de Sócrates es su reivindicación de la ciudadanía frente a la supuesta mayoría que gobierna una Atenas que excluye a las mujeres y nombra magistrados por sorteo. «Hoy vamos a hablar de Sócrates...», anuncian Mario Gas y Alberto Iglesias en el pórtico de su obra sobre aquel filósofo del que «sólo tenemos sus palabras», transmitidas a la posteridad por Platón en su «Apología». Acusado de atacar a los dioses y corromper a la juventud, el Sócrates que encarna Pou se acerca mucho a cómo pudo ser aquel irónico sabio del «sólo sé que no sé nada».

El problema de la democracia es la corrupción, la renuncia a la verdad y la soberbia de quienes pretenden pasar por sabios sin saber nada.

Ejemplo de lo dicho es Meleto (Pep Molina): hipocresía, degeneración de la política, ineptitud y venalidad intelectual... «El que mata la verdad» podría ser cualquiera de nuestros políticos o tertulianos que se llenan la boca de democracia; desde el «estado de de derecho» al «derecho a decidir», pasando por la retórica neomarxista de los «podemonios»: a fuerza de manosearlos, los grandes conceptos devienen huecos jarrones chinos para decorar «diálogos» demagógicos.

Y es precisamente la dialéctica el tendón de Aquiles del texto de Gas e Iglesias. Su Sócrates reitera esa pasión por la verdad y la honestidad como guía de la vida, pero se echa en falta un abundamiento en ejemplos más concretos; pese a la imponente presencia escénica de Pou y de la impactante interpretación e Amparo Pamplona como su esposa Xantipa, este «Sócrates» no consigue implicarnos del todo. Si sólo tenemos las palabras, los autores podrían haber cincelado más esa joya socrática.

En cuanto al presentismo brechtiano que inspira la obra, el país de los Karamanlis, Papandreu, Tsipras y compañía tiene poco que ver con la Atenas de Sócrates, Platón y Aristóteles. Por eso resulta muy reveladora la postrera frase del filósofo agonizante: «Critón, le debemos un gallo a Asclepio. Así que págalo y no lo descuides». Pagar lo que se debe, mandato sócratico que los griegos de hogaño han ignorado desde la mala hora en que entraron en la Unión Europea.

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