Víctima

Los movimientos de Artur Mas obedecen a una cuestión de poder y supervivencia política. De hecho, la vocación de «ordeno y mando» de Artur Mas -una reiteración que manifiesta la imposibilidad de la desobediencia- está presente desde del inicio de la cosa. Poco a poco -vía presión política y desprestigio del adversario-, el presidente de la Generalitat ha alcanzado una mayor cuota de poder en la Cataluña política. La ruptura de CiU es el penúltimo episodio de esa ambición.

A Artur Mas le molestaba Unió y Duran Lleida. No quería ninguna sombra ni mosca cojonera. Por eso, rompe la federación. Un adversario menos. Y ya van unos cuantos. ¿Querría hacer lo mismo con una ERC y un Oriol Junqueras que le pisan los talones? Ya lo ensayó con la lista común para las europeas y la propuesta de lista unitaria.

Un esfuerzo más: la candidatura «con el presidente» para las elecciones del 27-S como bote salvavidas de Artur Mas y manera de neutralizar a ERC acentuando el carácter personal-plebiscitario de las autonómicas. Todavía otro esfuerzo: la retórica de una agenda social -la sindicalista Neus Munté llega a la vicepresidencia de la Generalitat conservando la consejería de Bienestar y Familia- que compita con ERC y el «sí se puede» que pesca votos de izquierda en el mundo soberanista. Suma y sigue: Artur Mas escenifica el acercamiento a la CUP -la alianza de la corbata y la camiseta- con la intención de aislar a los republicanos.

Artur Mas -que desea ser el Elegido de la sociedad civil independentista- es una carga de profundidad contra un «proceso» que se acerca al colapso. Y es que Artur Mas moviliza al constitucionalismo y a la izquierda no nacionalista emergente y ahuyenta al catalanismo moderado tras la ruptura con Unió y la desintegración -huérfanos incluidos- de Convergència. La lista “con el presidente” -si llega a constituirse: ¿alguien se fía de quien todo lo tritura?- se convertirá en un plebiscito sobre Artur Mas. Probablemente, Artur Mas sea la próxima víctima de Artur Mas.