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Perder el oremus

Las nuevas generaciones han perdido muchas sábanas de conocimiento metafórico en las coladas de la posmodernidad

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Los alumnos de cuarto de ESO imaginaron ayer cómo sería un día sin internet en un examen de competencias básicas. Si a esos chicos de 15 años se les preguntara el significado de expresiones como rasgarse las vestiduras o que un partido político comienza su travesía del desierto, muchas de las respuestas pondrían en evidencia las lagunas culturales que tiene la juventud en materia de religión, cuando la historia sagrada y las costumbres litúrgicas mantienen intacta su influencia en nuestro lenguaje y vida cotidiana.

Las nuevas generaciones han perdido muchas sábanas de conocimiento metafórico en las coladas de la posmodernidad. Les queda lejos la tradición católica, cristiana y judía, que es la que ha sustentado a nuestros antepasados durante dos milenios.

Más allá de la indeleble huella en la historia del arte, en Europa hemos dado la espalda a nuestras raíces más profundas. Pero la juventud cree no haber perdido nada. Un extremo que invita a la reflexión, porque la lengua evidencia nuestra dependencia de la cultura judeocristiana, como queda patente en expresiones como «estar limpio como una patena», «ir de Herodes a Pilatos» o «llorar como una Magdalena» sin pensar que se trata de la leche que chorrea cuando mojamos uno de esos bollos pequeños presentado en molde de papel rizado.

Digo todo esto en víspera del jueves gordo o lardero, pórtico del carnaval, fiesta de los excesos cuya celebración se recuperó, pero sin el sentido de ser el preámbulo de la cuaresma, esa travesía espiritual que nos prepara para la Semana Santa en un tiempo en que los creyentes intensifican oración y penitencia. Son cuarenta días de purificación que arrancarán el próximo miércoles con el rito de imposición de la ceniza que representa la destrucción de los errores mientras el sacerdote dice: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver».

Pero antes de que arranque la cuaresma, la tradición invita a degustar la butifarra de huevo, sea en versión disfrazada como la que ofrece el gastrobar Butikfarra, o las que elaboran los charcuteros del GremiCarn, que el domingo repartieron en La Boquería 6.500 en menos de una hora, a razón de dos raciones por segundo. Muchos son los que han perdido el oremus, pero no las ganas de disfrutar, sin reparar que el morado ha sido el color elegido por el partido del anticatólico Iglesias, tal vez por ser el símbolo de la actitud penitencial a la que someterá España. De momento, el sistema atraviesa un calvario mientras nos hace la Pascua.

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