el oasis catalán

Reflujo

En la respuesta de los escépticos y descreídos se percibe la desconfianza ante un «proceso» que esconde el deseo de poder de quienes hoy lo detentan en Cataluña

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Hay indicios para señalar que el «proceso» ha entrado ya en la fase de reflujo. En definitiva, el descenso de la marea independentista. No se trata solo de unas encuestas a la baja, ni de una unidad soberanista más aparente que real, ni de una hoja de ruta nacionalista inexistente que delata los desacuerdos sobre el qué, el cómo y cuándo de la cosa. Y no se trata únicamente de la ausencia de unidad estratégica en las filas independentistas. Hay algo más.

El ambiente, por ejemplo. Me explico. Hace unos días, me entretuve en las respuestas que, en una encuesta aparecida en la prensa de la causa, cuarenta y siete personajes de la sociedad civil catalana daban a la pregunta «¿cómo valora el acuerdo de Artur Mas y Oriol Junqueras?» Cierto es que hay quien habla de «por fin, votaremos por la independencia» o «si la queréis, la independencia no será un sueño» o «hay que trabajar para que la independencia deje de ser una creencia y sea una realidad plausible» o «que un nuevo desacuerdo no nos haga traidores».

Pero, no es menos cierto que los escépticos y descreídos ganan a los convencidos. Así, se imponen respuestas como «no vemos que el debate nacional y social se aborden al mismo tiempo», «resulta aconsejable agotar los cuatro años de mandato para hacer una acción de gobierno firme», «espero que los partidos nos expliquen de forma clara cómo será la Cataluña independiente», «la gente no debería olvidar los recortes», «ahora no es el momento de hacer elecciones, hay que priorizar los problemas sociales», «necesitamos un nuevo país que funcione, no un país en el limbo».

En la respuesta de los escépticos y descreídos se percibe la desconfianza ante un «proceso» que esconde el deseo de poder de quienes hoy lo detentan en Cataluña. Y se percibe que el «nuevo país» que el nacionalismo promete en una Cataluña independiente es un anzuelo -que muchos ya no muerden- para pescar votos. La emoción se agota, el «pueblo» se siente engañado y el ciudadano no se presta a la tomadura de pelo.

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