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La oveja negra: Martínez Ares clama contra la violencia vicaria en un pasodoble antológico

La comparsa del Niño de Santa María aprovecha la efeméride de 'La ventolera' para cantar contra la tauromaquia

Comparsa La oveja negra Manuel Fernández

Jaime Cedillo

Cádiz

Comparsa

La oveja negra

Imagen - La oveja negra
  • Autor Antonio Martínez Ares

A la final

Una actuación de la comparsa de Martínez Ares en el Falla es un acontecimiento. Supura por las paredes del teatro un aroma a expectación difícil de encontrar en otras agrupaciones. Bien es cierto que el espectacular cartel de hoy, en el que la comparsa del Niño de Santa María compartía espacio con el pregonero, no le concedía todo el protagonismo. Pero cuando el grupo sale a escena todo se para.

Por el flanco izquierdo, la dupla de Cateto (octavilla) y Hugo León, brillantísimo tenor, se sostiene con el peso de la segunda que lo arropa por detrás. El polivalente Ramoni contribuye con lo que el grupo necesite —falseta, octavilla, tenor, coros...— en la parte derecha. Aquí manda Miguel Nández al tenor y, por arriba, Fali Vila y Javier Ramírez. Los arreglos de percusión y los coros son brillantes. El grupo es un bastinazo; el pase quizás no ha sido tan brillante como en otras fases. Las mejores letras esperan en la final.

Aprovechando que se cumplen 30 años de 'La Ventolera', el primer pasodoble está dedicado a los toreritos que vuelven al ruedo. ¿Se acuerdan de ese 'Acércate torito'? Representa la tauromaquia, según el criterio de Martínez Ares, a «la España más fascista», a «la plebe insensible aferrada a lo cañí». Ni cultura ni patria, ni milongas de los ganaderos; un torero es un animal y un asesino.

La segunda letra tiene una ambición mucho más poética: gira en torno al fin de semana que pasan unos niños con su padre. Acaba la letra convertida en una tragedia. Los dos niños asesinados en el pasodoble recuerdan al caso José Bretón, pero intuimos que es una denuncia genérica contra la violencia vicaria, una ramificación del machismo, que tiene como objetivo hacer daño a la madre.

Los cuplés, a los ofendiditos —con lenguaje inclusivo mediante— y a su vecina, que tiene un niño con 10 años hiperactivo. El estribillo es brillante y el popurrí, desgranado en las crónicas correspondientes a las fases anterior, es la parte del repertorio con mayor altura poética. La cuarteta final es impresionante.

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