arandina - cádiz

La pizarra del Arandina - Cádiz

Los hombres de Sergio entendieron mal el partido y fueron arrollados por un club demasiado inferior para que fuese verdad

Ocampo lo intentó pero se empeñó en no creerse lo que estaba viviendo. LOF

Alfonso Carbonell

¿No tuvieron infancia?

Que sí, que no se tuvo que jugar, ¿pero acaso estos jugadores del Cádiz no han tenido infancia? El caso es que se jugó sobre una charca y los humildes jugadores del Arandina, que por no cobrar no cobran ni la miseria que se le supone ganar a un futbolista de Segunda RFEF, fueron mejores en ganas, corazón, empuje y hasta técnica para llevar a cabo en situaciones como las que se vivieron sobre el encharcado césped de El Montecito. Cuesta entender que los jugadores del Cádiz no hayan jugado nunca de pequeños sobre un campo lleno de charcos pero con la ilusión por bandera de chapotear en cada lance a escondidas de los padres.

1. Un once baldío

Tan pronto como empezó a caer la intemerata sobre Aranda de Duero ya se sabía que todo lo planeado el día anterior de cómo superar el segundo trámite copero se había ido al traste. Pese a ello, Sergio no cambió sus planes y sacaba de entrada un once que se esperaba pero que no fue el más acertado según se vio.

Aznar en puerta; Pires, Meré, Chust y Zaldua en defensa; San Emeterio y José Mari en doble pivote; Ocampo y Navarro en bandas y arriba Guardiola y Negredo. Pues bien, sin tiempo aún para conocer el verdadero y desastroso estado del terreno de juego, los hombres de Sergio salían dormidos al partido y la Arandina se adelantaba en el marcador en el minuto 4 tras un saque de banda mal defendido por la defensa.

2. Reacción sin continuidad

Despertados por el gol, los amarillos (de negro quinqui en Aranda) se echan hacia arriba y comienzan a transmitir que se han dado cuenta de la situación dado que el portero Aznar echa a todos hacia delante para jugar al patadón y tentetieso. El combate iba a estar en lo físico, en el choque, en la valentía, en la hombría. Fue así como llegó el empate en una jugada dentro del área que acabó definiendo San Emeterio.

Con tablas en el marcador, al Cádiz le volvía a comer la tostada los jugadores veloces de la Arandina, que estuvieron equilibrados con una defensa expeditiva, sin contemplaciones ni complejos. Fue así como se comenzó a decidir el partido. Los extremos y hombres rápidos del conjunto burgalés conducían el balón con muchísimo más tino que los intentos en vano de Navarro u Ocampo, que se empeñaban en no ver la realidad mientras sus rivales daban patada a seguir al balón con la fe de que se detendría en el siguiente charco. El internacional caboverdiano Raly Cabral fue todo un ejemplo de lo que había que hacer; antes lo hizo sus compañeros Santa, Otu, Haji o Ayoub.

3. Cambios tardíos y eliminación

Sergio solo hizo un cambio en el descanso y fue para dar descanso a San Emeterio. El canterano Diakité entraba para reemplazarlo en el centro del campo. Tuvo que esperar el técnico cadista a que la Arandina se pusiera de nuevo por delante en el marcador para hacer sus cambios. Así, en el 67' entraban Maxi y Momo Mbaye por Navarro y Ocampo cambiando por completo la manera de intentar empatar. Viendo que por tierra no se pudo, se intentaría por aire. De ellos dos, solo Momo dio señales de estar en el campo porque al uruguayo lo único que se le vio fue llegando al estadio con su mate.

A la desesperada, en el 77', entraba Sobrino por José Mari para refrescar un ataque que no paraba de toparse con la muralla defensiva de la Arandina. Por supuesto que hacer valoraciones deportivas del esperpento vivido en Aranda de Duero no sería del todo justo, eso sí, si se hacen valoraciones sobre el compromiso, la intensidad y la rigurosidad ante un envite como el que se vivió los cadistas saldrían goleados. Ya lo dijo su propio entrenador. Fue de vergüenza.

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