Simon Peres y Mahmud Abás se saludan con un abrazo ante la atenta mirada del Papa Francisco. :: FILIPPO MONTEFORTE / AFP
MUNDO

Una insólita cumbre de paz espiritual para Oriente Próximo

En un emotivo acto, el Papa prueba con Peres y Abás una original vía no política para abordar el conflicto que se cierra con un abrazo entre todos

ROMA. Actualizado: Guardar
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Se sabía lo que iba a ser el acto de ayer en el Vaticano y parecía muy simple, un momento de oración común entre israelíes y palestinos con el Papa, pero otra cosa fue verlo, porque de inmediato quedó patente que era algo realmente nuevo. Lo asombroso es que a nadie se le ocurriera antes: tras más de medio siglo de fracaso de la política, por qué no probar por el lado espiritual, tratándose de dos pueblos profundamente creyentes y un conflicto hundido en la religión. La visión de Francisco, «una pausa de la política», es de Nobel de la Paz y ayer se transformó en un éxito. Los presidentes israelí y palestino, Simon Peres y Mahmud Abás, despojados al final de toda aura institucional, se abrazaron como simples vecinos deseosos de paz.

La ceremonia, las oraciones, la música de violines, arpa y flauta, el entorno de los jardines, el verano romano, logró abstraer a Peres y Abás de su cargo y disipar durante hora y media cualquier recuerdo de los detalles técnicos de la negociación o las afrentas históricas. El Papa les cogió por donde les duele, la fe: «Invocamos a Dios como un acto de suprema responsabilidad, de cara a nuestras conciencias y de frente a nuestros pueblos. Hemos escuchado una llamada, y debemos responder, la llamada a romper la espiral del odio y la violencia, a doblegarla con una sola palabra: hermano. Para decir esta palabra debemos levantar la mirada al cielo y reconocernos hijos de un mismo Padre». Les llamó a «derribar los muros de la enemistad» y advirtió que «para conseguir la paz se necesita coraje, mucho más que para hacer la guerra». Moraleja: ahora siéntense y pónganse de acuerdo.

Causaba impresión -más dentro de los muros vaticanos, aunque ya ocurrió en 2000 en un acto interreligioso- oír a un rabino entonar su salmo doliente y a un clérigo islámico cantar su plegaria. Y la conclusión, por obvia que sea, es que en realidad estaban hablando al mismo Dios y pidiéndole las mismas cosas. Como si así quedara aún más en evidencia que la paz está al alcance de la mano y es cosa de los hombres, que si son creyentes tienen un deber ineludible y no pueden escapar a esa obligación moral.

Peres, con 90 años, fue el más breve e intenso, el que pareció más sincero y conmovido, también porque se está despidiendo de la política sin ver la paz. Fue el que más se mojó: «La paz no viene fácilmente. Tenemos que empeñarnos con todas nuestras fuerzas para alcanzarla. Para alcanzarla rápido. Incluso si eso requiere sacrificios o compromisos. Y nosotros podemos, juntos, ahora, israelíes y palestinos, transformar nuestra noble visión en una realidad de bienestar y prosperidad. Está en nuestro poder llevar la paz a nuestros hijos. Este es nuestro deber, la misión santa de los padres».

Abás fue más vago y moduló su intervención como una invocación a Dios, al que le pidió «hacer el futuro de nuestro pueblo próspero y prometedor, con libertad en un estado soberano e independiente». «Nosotros deseamos la paz para nosotros y nuestros vecinos», concluyó.

Momento de civilización

Fue un estupendo momento de civilización, de cultura, de la religión como paz, de supremacía de la razón y la fe sobre la violencia. Su potencia radicó en la expresión sin fisuras, por ambas partes, de un deseo ardiente común: la paz. Es una premisa aparentemente obvia, pero ayer se manifestó con una fuerza fuera de lo normal, porque lo normal, desde la primera conferencia de paz en Madrid en 1991, es que todo esto ocurriera en una mesa de reuniones, en un ámbito político, con una credibilidad limitada. Ayer, en cambio, se desarrolló en un plano espiritual, un plano que pareció inclinado, porque el acto se deslizó fluidamente de modo tan natural que casi parecía que al final lo más lógico es que Peres y Abás se sentaran allí emocionados a firmar la paz. En cualquier caso, luego se reunieron en privado con el Papa y hablarían muy en serio, plegarias aparte.

Bergoglio, Peres y Abás hablaron al final. Antes, el acto se estructuró en tres turnos, por orden cronológico de, digamos, llegada al planeta: primero judíos, luego cristianos y al final, musulmanes. En textos, salmos y citas sagradas, conocidas previamente por todos los participantes, cada delegación tuvo tres momentos de intervención, leídas por distintas personas: un agradecimiento a Dios por la creación, una petición de perdón y una invocación de la paz. Sólo hubo una mujer, en el turno cristiano, que habló en árabe. Además de la que presentó el acto.

Al final Peres y Abás se saludaron afectuosamente, algo tocados y distintos tras ese largo rato de recogimiento. Luego cogieron la pala, con el Papa y Bartolomé I, para echar tierra a un olivo, que allí queda plantado como recuerdo de un día histórico, para medir con su larga vida cuán sinceros fueron los deseos manifestados ayer en ese rincón del Vaticano, como un símbolo de la utopía frente a la barbarie.