Un biznieto de Cézanne posa junto a uno de los retratos del artista de la exposición que acoge el Museo Thyssen. :: BELÉN DÍAZ
Sociedad

Los enigmas de Cézanne

El Thyssen reúne casi sesenta piezas del gran «hechicero» de la pintura moderna en una exposición histórica

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«La obra de Cézanne aún encierra muchos enigmas, está muy viva y ofrece resistencia. Estas cualidades son parte de la grandeza de un creador decisivo para el arte del siglo XX, que hechizó a sus su coetáneos y sucesores y que apenas firmó trece telas en toda su vida». Lo dice Guillermo Solana, máximo responsable del museo Thyssen-Bornemisza y comisario de la muestra 'Cézanne: Site/Non-site' que supone para él «un sueño cumplido». «Nos armamos de arrojo y coraje y por fin podemos ofrecer esta exposición tan esperada, especial y distinta», se felicitó Solana junto a la baronesa Thyssen, Tita Cervera, cuyo papel ha sido determinante para obtener préstamos clave en una muestra histórica.

El Thyssen ha logrado reunir casi sesenta piezas estelares en la trayectoria de Paul Cézanne (1839-1906) que ordena por temas entre los que priman los desnudos, las naturalezas muertas y el paisaje. Se confrontan con otras nueve pinturas de Pissarro, Gauguin, Bernard, Derain, Braque, Dufy y Lhote, maestros, discípulos y colegas a los que sedujo, a pesar de la difícil aceptación inicial de su obra.

«Fue el último de la fila, el más torpe y excéntrico entre los impresionistas y, quizá por eso sería luego el primero», dice Solana, quien subraya que la crítica tildó de «brutal, tosca, infantil o primitiva» la obra de Cézanne. «Muy difícil de reconocer por su rareza y originalidad, era único y distinto y no le aceptaron a la primera, y por eso su obra sigue viva y ofreciendo resistencia. Aún hoy es difícil de entender», diagnostica Solana. Rechazado en los salones parisinos y retirado en Aix, la leyenda de este pintor obsesivo que se echaba al campo cada amanecer se inició con la exposición de 150 obras en la galería de Amboise Vollard en 1895.

La del Thyssen es la primera muestra de Cézanne en España en treinta años, desde la exposición que le dedicó el MEAC en 1984, «a la que supera con creces haciendo historia» según la baronesa, y «muy distinta a esta», según Solana, que no oculta la «enorme dificultad para llevarla adelante». Tanto que confiesa que «estuvimos a punto de tirar la toalla en varias ocasiones», aunque se alegra ahora «de descubrir una generación que no ha podido ver a un Cézanne múltiple y complejo».

Arranca la muestra con un lienzo del Thyssen, 'Retrato de un campesino', e incluye 58 obras del genio francés, pionero del impresionismo, precursor del cubismo y hechicero de la modernidad. Son 49 óleos y nueve acuarelas procedentes de museos y colecciones privadas de todo el mundo. Hay préstamos históricos llegados de Estados Unidos, Australia o Japón, pinturas fascinantes e inéditas en nuestro país. Una selección con la que Solana y su equipo quieren desvelar al Cézanne menos conocido, «al que le interesa más el proceso de pintar que la pintura en sí».

Desapego

«Apenas firmó trece de sus cuadros en toda su vida», destaca Solana para dar cuenta del enorme desapego de Cézanne por su seminal obra. «Sus telas estaban por el suelo de su taller; las pisaba y dejaba inacabados infinitud de trabajos que tiraba por la ventana o abandonaba en el campo», relata el comisario, que ha logrado traer a España cuatro de las telas con la rúbrica de Cézanne, pero que ha renunciado a solicitar telas archiconocidas como 'Los jugadores de cartas'. Como contrapartida ha logrado reunir cuatro naturalezas muertas de una misma serie pintada entre 1892 y 1895 y otros tantos lienzos de bañistas «de pequeño formato e importancia capital».

La exposición explica la fascinación y el hechizo que la obra de Cézanne produjo en algunos sus colegas con la exposición en 1895 y que alcanzaría luego a Picasso, a Dalí, a los expresionistas, objetivistas alemanes y cubistas, a los que inspiró muy directamente. «Todo el arte de la primera mitad del siglo XX está bajo su influjo y participa de ese hechizo, pero aún nos quedan rincones por explorar, y es lo que busca esta selección», dice Solana. Como la compleja relación del pintor con el erotismo «latente en sus bodegones, con sus admiradísimas manzanas que son símbolo erótico y que tienen bastante que ver con el pecho femenino».

«Cézanne es aún un pintor muy enigmático y en estos treinta años ha cambiado la manera de verlo. Hoy sabemos mucho más sobre sus obsesiones y su evolución; cómo pasó del romanticismo inicial al impresionismo, cómo cambió su paleta, pincelada y su manera de enfrentarse a la pintura», enumera Solana. «Para Cézanne la tela es como una pizarra donde el geómetra tiene que resolver sus problemas. Le interesa mucho más el cómo, el proceso para la resolución del problema que el resultado final, de ahí el enorme desapego por la obra final y por la autoría», explica el comisario.