Arphae muestra su carné de identidad mientras carga en brazos a una de sus hermanas, 'inexistente' aún para las autoridades. :: Z. ALDAMA
MUNDO

Mi vida sin nacionalidad

Decenas de miles de personas viven en Tailandia sin país que reconozca su existencia y en la extrema pobreza

CHIANG RAI. Actualizado: Guardar
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Arphae tiene 19 años, pero solo hace dos que nació. Oficialmente. Fue entonces cuando el Gobierno tailandés le concedió la nacionalidad y la inscribió en el registro. Y no es que esta joven sea una inmigrante que ha tenido que pasar por un largo proceso burocrático para obtener sus papeles, no. Pertenece a la etnia Akha, que habita la jungla del norte del país desde hace siglos, y nació en suelo tailandés, igual que sus padres.

El problema es que su madre dio a luz en el remoto poblado en el que habita la familia, a más de cien kilómetros de la capital de provincia, Chiang Rai, y a unos 35 kilómetros del ambulatorio más cercano, y nadie se preocupó de anunciar su llegada al mundo en órgano gubernamental alguno. Así, a efectos prácticos, Arphae no existía.

Pero la joven quería una identidad que le permitiese hacer una vida corriente. Quería acudir a la escuela, aunque eso supusiera caminar dos horas todos los días por caminos embarrados; quería poder viajar libremente por su propio país sin que la detuvieran en los diferentes controles donde la Policía también llegó a abusar de ella; y quería que se reconociesen derechos básicos como el del acceso a la Sanidad. Es más, quería participar en la elección de su presidente. Así, no es de extrañar que su posesión más preciada no sea de mucho valor económico. «Lo que guardo con más esmero es mi carné de identidad», reconoce.

Mundo paralelo

No en vano, es una de las pocas habitantes del pueblo que tiene uno. Tanto sus padres como sus cuatro hermanos siguen sin figurar en ninguna parte, aunque todo apunta a que lo harán en breve. Técnicamente, en su pequeña casa de bambú y paja solo vive ella. «Este es un mundo paralelo en el que la gente subsiste sin apenas contacto con el mundo exterior», explica Moo Chit, directora de la Fundación Mirror, la organización local que ayudó a Arphae a conseguir la nacionalidad tailandesa.

«Tradicionalmente, en Asia no han existido fronteras para algunas minorías étnicas, pero cuando se importó ese concepto occidental no se tuvo en cuenta a los pueblos sin Estado que han habitado siempre zonas remotas que ahora pertenecen a diferentes países. Y esas personas no se han adaptado a la nueva situación porque se les ha negado sistemáticamente el acceso a la educación y se ha hecho muy poco por su integración», analiza Moo Chit. De ese modo, en poblados como el de Arphae se nace y se muere sin dejar ni rastro. «La mayoría nunca sale del poblado o de la zona, por lo que no ve la necesidad de registrarse. No conocen la legislación, así que tampoco se les ocurre que tengan derecho a recibir nada del Estado», añade la cooperante. «Y, claro, al Gobierno tampoco le interesa que esta población salga a la luz porque así se ahorra presupuesto en beneficios sociales y no empaña las estadísticas de pobreza». Según diferentes fuentes no gubernamentales, entre 40.000 y 50.000 personas nacidas en el país de padres tailandeses son actualmente apátridas.

Sus casos son los más sangrantes, pero no son los únicos. En el reino asiático residen y trabajan entre dos y tres millones de birmanos, a los que se unen decenas de miles de laosianos, camboyanos, chinos y bengalíes que han llegado a través de Birmania. Son empleados del servicio doméstico, obreros, y campesinos. Contribuyen a la economía del país y, muchas veces, también dan cohesión a la sociedad. Sus hijos nacen en Tailandia, pero, desde que se reformó el código civil en 1992, no obtienen la nacionalidad. Y los países de origen de los padres, sobre todo Birmania, tampoco los reconocen como sus ciudadanos. Son de ninguna parte.

«Nacen ilegales, y son tratados como tales», denuncia el responsable del departamento de Asesoramiento Jurídico de la Fundación Mirror, Natthapon Singtuan. «No pueden moverse libremente y tienen restringido el acceso a servicios educativos y sanitarios», explica Singtuan.