Multitud apiñada delante de 'La Gioconda', un cuadro que desapareció del Louvre entre 1911 y 1913 y se protege como oro en paño. :: AP
Sociedad

MUSEOS CON GANCHO

La palma se la lleva el Louvre, con 'La Gioconda', que recibe 8 millones de visitas al año Sin una obra icónica, no hay manera de meterse al público en el bolsillo y hacerse de oro con el 'merchandising'

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Ponga un perro en su vida y sufrirá menos estrés'. Lo dicen los veterinarios (también los médicos) y la oscarizada película 'The artist' ha demostrado que el talento canino bien merece el aplauso de todo el mundo. Muy bonito, pero eso ya lo sabíamos en el País Vasco desde 1997. Desde que 'Puppy' se plantó delante del Guggenheim de Bilbao, se ha producido un fenómeno sin precedentes: el edificio de Frank Gehry y el terrier, concebido por Jeff Koons con eternas plantas en flor, han sumado fuerzas para convertirse en el mayor reclamo del museo. Tan ricamente. ¿Por qué negarlo?

'Casa y perro' es la viva estampa del museo que atrae a la mayor parte del millón de personas que paga su entrada cada año. En el siglo XXI, más que nunca, hay que agitar el estandarte que nos distingue de la competencia y tanto mejor si resulta espectacular o llamativo. Bien que lo sabían los papas, los primeros Guggenheim de la historia, ya sea por la fortuna como por el amor al arte que les caracterizaba. La bóveda de la Capilla Sixtina es un inmenso fresco para mayor gloria de Miguel Ángel y del pontífice Julio II, un hombre combativo que conocía a la perfección las estrategias del márketing y el autobombo.

La jugada le salió redonda a ese Santo Padre renacentista, que lo mismo se enfundaba la armadura para matar franceses que apretaba las tuercas a Miguel Ángel para que se diera prisa con la brocha. La posteridad no le ha tratado demasiado bien -salvo en la película 'El tormento y el éxtasis', con Charlton Heston y Rex Harrison- pero las pinturas se mantienen al pie del cañón. Nada menos que 500 años más tarde. Qué vértigo. Una friolera a la que también debería aspirar nuestro Guggenheim. Tiempo al tiempo.

El año pasado, más de cinco millones de turistas se dejaron caer en la sala que alberga la obra maestra de Miguel Ángel. Un récord de asistencia que solo superan colosos museísticos de la talla del Louvre (más de ocho millones), del Museo Británico (casi seis millones) o del Metropolitan de Nueva York (más de cinco millones). Mal que les pese a los puristas y expertos que prefieren otros criterios -programa de actividades didácticas o calidad de las exposiciones-, todavía no disponemos de una fórmula más exacta para valorar el éxito de los museos que el número de visitantes. Así las cosas, el Louvre se lleva la palma con un icono de la categoría de 'La Gioconda'.

El cuadro de Leonardo ejerce un magnetismo irresistible, no hay más que recordar el revuelo que se armó en el Museo del Prado cuando se presentó una copia hace unas tres semanas. Hasta seis filas de curiosos se apiñaban delante del lienzo, con los móviles y cámaras digitales en alto. Solo había ojos para la nueva Mona Lisa, más risueña y femenina que la original, pero un duplicado al fin y al cabo que se concibió en el taller de Leonardo. Da lo mismo. El 'efecto Gioconda' se impone y habrá que ver la que se monta cuando el próximo 29 de marzo se cuelgue a la 'gemela' en la pinacoteca parisina. Una advertencia: formará parte de la muestra 'Santa Ana, la última genialidad de Leonardo', de modo que no se colocará junto al cuadro del artista que más honores ha dado a una ciudad toscana llamada Vinci. Buena manera de evitar la locura colectiva.

Toda esta copla le suena muy familiar a un especialista como Antonio Urquizar, director del Departamento de Historia del Arte de la UNED. Lleva largo tiempo investigando la relación entre arte y sociedad moderna.

- ¿Qué opina del 'merchandising? ¿De los posavasos y los imanes para la nevera que llevan estampada la imagen de una obra maestra?

- Pues, mire, si utilizamos 'El grito', de Munch, para pegar la lista de la compra en la nevera... ¡Mal andamos! La experiencia artística se reduce a la nada. En fin, esta tendencia es imparable en todo el mundo. Empezó en el siglo XX y desde entonces ha cobrado fuerza.

¡Y llegó Velázquez!

¿Desde cuándo somos tan modernos en España? ¿Tuvieron algo que ver los Juegos Olímpicos de 1992 y Cobi, el perro de Mariscal, que se convirtió en el llavero preferido de los 'yuppies'? Pues no, resulta que fue un poquito antes cuando descubrimos que el arte (y el diseño) pueden gustar a la mayoría de la gente. Y lo más importante: hacer caja.

El campanazo llegó con una exposición antológica, dedicada a Velázquez, que en 1990 hizo perder la cabeza a muchos amantes de la pintura. El sevillano, tan amigo de los honores y la pleitesía, se habría derretido de gusto. Más de 600.000 personas disfrutaron de la muestra (79 cuadros, de los que 23 venían del extranjero), sin importarles esperar hasta nueve horas en la cola. Se vendieron 300.000 catálogos de 467 páginas, al módico precio de 3.500 pesetas. Muchos libros similares superaban en aquella época las 10.000 pesetas. La experiencia marcó un antes y un después. El márketing aplicado al arte perdió los dientes de leche y maduró de golpe para hincar el colmillo al negocio.

Kosme de Barañano, exdirector ejecutivo del IVAM (Instituto Valenciano de Arte Moderno), analiza la situación sin caer en el esnobismo relamido de los exquisitos. A su juicio, visitar museos es «algo así como ir a la playa». Es decir, los hay que se conforman con mojarse los pies mientras otros, más avezados, no dudan en tirarse de cabeza y bucear hasta lo más profundo. «Yo valoro más lo segundo, por lo que tiene de ansias de conocimiento, pero nada más. No hay que presionar. Lo importante es abrir los museos a la sociedad», recalca Barañano.

El MET de Nueva York se aplica el cuento a rajatabla. Además de atesorar una colección de más de dos millones de piezas, que abarca desde la Antigüedad hasta el arte moderno, tiene una tienda de recuerdos y una librería que hace los ojos chiribitas. Lo mismo ofrece peluches de 32 dólares que una guía exhaustiva del Louvre por 75. Y, ojo, tampoco le falta una mascota como 'William', un hipopótamo de origen egipcio que ronda los 4.000 años. Es una figurita de barro vidriado, con dibujitos de plantas acuáticas, que mide 11,2 centímetros de altura y 20 centímetros de anchura. Cumple una función muy semejante a la de nuestro 'Puppy' y son muy pocos los aficionados que no compran una postal del animalillo. Con más de cinco millones de visitantes (número uno en EE UU), el Metropolitan domina a la perfección el arte de ganar dinero. ¡Maneja un presupuesto anual de más de 200 millones de dólares!

El Prado se conforma con poco más de 40 millones de euros pero amortiza de maravilla el encanto de 'Las Meninas', con cerca de tres millones de personas que pagan la entrada cada año. Hasta Picasso se volvió tarumba con este óleo. Llegó a pintar 58 versiones en 1957 con la estampa del rey Felipe IV y su familia. El malagueño era una esponja. En cuanto hallaba una fuente de inspiración, la absorbía hasta la última gota. Luego pasaba página y se olvidaba del tema. Como ocurrió con el 'Guernica', ya que le bastó y sobró para plasmar la tragedia de la Guerra Civil.

No retomó el tema pero ni falta que le hizo. Dejó para la posteridad un símbolo a la altura de 'Los fusilamientos del 3 de mayo', de Goya. El 'Guernica' se ha convertido en el principal foco de atracción de los más de dos millones de personas que visitan el Reina Sofía de Madrid cada año. Manuel Borja-Villel, director del centro, lo acepta con orgullo, sin plantearse -«ni muchísimo menos»- ceder la obra ni al Museo del Prado ni a la propia villa de Guernica con motivo del 75 aniversario del bombardeo. El frágil estado de conservación del lienzo lo desaconseja. «Aquí se queda», deja zanjado Borja-Villel, que cuenta en este punto con el respaldo del ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert.

- Sea sincero, ¿tanto protagonismo de un solo cuadro no perjudica al resto de la colección de su museo?

- Bueno, tenemos obras muy importantes de Dalí, Miró, Gris, González, Tàpies, Saura, Gordillo...

- Insisto. ¿No corren el peligro de caer en el fetichismo?

- Mmmm, eso sucedería si descuidáramos la parte didáctica.

- ¿A qué se refiere?

- Debemos contar un relato lo más completo posible.

- ¿Se refiere a contextualizar la pieza?

- Eso es. Hay que recordar que el 'Guernica' se enmarca en el pabellón de la República (de la Exposición Internacional de París, de 1937). Es fundamental que el público conozca el valor de las creaciones de los años 20 y principios de los 30.

- ¿Y si la gente ignora todo eso?

- Eso sí que sería fetichismo.

La casa de 'Psicosis'

Desde que los museos existen como tales, entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, siempre han apostado por una pieza (o una colección) como seña de identidad. Lo típico: simplifica y vencerás. Eso sí, en ocasiones ni siquiera hay que tomarse la molestia de marear la perdiz. Vean el caso de la iglesia romana de María de la Victoria, que atesora el 'Éxtasis de Santa Teresa', de Bernini. No tiene pérdida, es la joya del templo. El cura de la parroquia nunca ha tenido que darle vueltas al asunto. La entrada es gratis en el templo de María de la Victoria, salvo que eche una moneda para encender la luz dentro de la capilla. Menudo realismo. Se entienden las quejas de un sector de la jerarquía eclesial, que llegó a tacharla de 'obscena'. Así es la vida, no se puede satisfacer a todo el mundo. Ya lo decía la mujer de John D, Rockefeller Jr.: «Las cosas preciosas no deslumbran a primera vista». Tomemos nota.

Aquella señora tan sagaz se llamaba Abby Greene Aldrich y le debemos la existencia del MoMA de Nueva York. Uno de los santuarios de arte moderno y contemporáneo. Las obras de Jackson Pollock -encarnado brillantemente por Ed Harris en la película 'Pollock'- se exhiben como uno de tantos ganchos irresistibles. Su estilo 'goteante' hipnotiza a los fans. En sus arrebatos de inspiración, el pintor de Wyoming arrojaba manchones sobre el lienzo para dar rienda suelta a la 'fiera' que llevaba dentro. Un talante muy distinto a Edward Hooper, otro de los astros del MoMA, que daba la impresión de ser todo nitidez y equilibrio. En apariencia, solo en apariencia. Tenía un trasfondo inquietante que ha seducido a muchos directores de cine. Uno de los ejemplos con más morbo: la residencia-motel de 'Psicosis' es un calco clarísimo de 'Casa junto a la vía de tren'. Fíjense bien y tiemblen.

A los amantes del arte les encantan esos guiños. Actúan de estímulo para su pasión, sobre todo para los japoneses. No solo viajan compulsivamente por Europa y EE UU, también acuden en masa a sus propios museos. Pensemos en los 777.551 visitantes que tuvo hace un par de años el Centro de Arte Nacional de Tokio en un mes. Una plusmarca que les aupó al primer puesto en el ránking de exposiciones temporales. ¿Se puede saber qué les seducía tanto? Muy sencillo: se trataba de una colección del post-impresionismo cedida por el Museo d'Orsay, un marchamo de calidad y pedigrí. ¡A ver quién era el guapo que se perdía prodigios como 'Las mujeres de Tahití', de Gauguin!

Ese cuadro maravilloso tiene mucho mundo, parece que no sufre daño si va de aquí para allá. Otras piezas no admiten traslados, ya sea por seguridad o política del centro. Han echado raíces y, a pesar de las críticas, no se mueven. Ahí está el busto de Nefertiti, que concentra todas las miradas en el Neues Museum de Berlín. Lejos de su Egipto natal, parece que se le alarga todavía más el cuello de cisne. Pero no se engañen. Los iconos no tienen sentimientos. Solo se dejan adorar. Y cuantos más millones de devotos, mejor que mejor.