MUNDO

Los fantasmas de los atentados

NUEVA YORK. Actualizado: Guardar
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El olor a ceniza, el resplandor de los helicópteros en mitad de la noche, los ojos de los muertos observándonos desde las calles empapeladas con sus fotos. Eso es lo primero que se viene a la memoria de cualquier neoyorquino que viviese en el apocalíptico Nueva York del 11-S, una ciudad fantasmagórica que parecía herida de muerte. Los números arrojan luz sobre la dimensión del ataque más allá de los dramas personales, pero también sobre la milagrosa recuperación que solo pudo ser posible en la primera economía del mundo.

El balance de muertos en la Zona Cero es de sobra conocido: 2.749 víctimas, pulverizadas en 20.000 restos de los que más de 9.000 siguen sin identificarse. Los bomberos contribuyeron con 342 vidas, pero no se les llama héroes por eso, sino porque lograron evacuar a 18.000 personas. Sin embargo, la cifra de víctimas debería incluir a todos los que perdieron su casa, su trabajo o su negocio. Y en ese sentido el 11-S es abrumador. Su onda expansiva se extiende mucho más allá de la Zona Cero, que hoy visitan más de diez millones de turistas al año. Esos que desaparecieron de la faz de Nueva York el 11-S y sembraron tanta muerte en su economía como los propios terroristas. Por algo el instrumento de estos es el miedo, y en tanto que sucumbimos a él, todos fuimos cómplices del atentado.

El 38% de los turistas internacionales que planeaban visitar Nueva York cancelaron inmediatamente el viaje, además del 29% que lo dejó en el aire durante un año, según una encuesta que encargó entonces el fondo de inversión empresarial Partnership for New York City. Al mes, los vuelos internacionales a Nueva York habían caído un 30%. Casi medio millón de puestos de trabajo dependían directamente de su presencia, así que el sector empezó a sangrar.

Los hoteles se quedaron vacíos, algunos con un índice de ocupación que llegó a ser menor del 10%, y en esos meses era posible alquilar una suite de 800 dólares (570 euros) por 150 (105 euros). Tal era la desesperación por llenar las plantas desiertas, que esa estrategia hizo caer sus ingresos a casi la mitad y despedir al 25% del personal. Además, cuatro hoteles alrededor del World Trade Center (WTC) quedaron destruidos: Marriott WTC, Marriott Financial Center, Millennium Hilton y Embassy Suites.

Tal vez no se notara en Times Square porque buena parte de las firmas financieras de Wall Street reubicaron sus oficinas en la zona de Midtown, pero en los museos se acabaron las colas. Muchas de las atracciones míticas de Nueva York ya no estaban disponibles. El observatorio del WTC, que hasta su desaparición recibía casi dos millones de turistas anuales, había dejado de existir. La Estatua de la Libertad estaba cerrada. El observatorio del Empire State solo abría los fines de semana.

Broadway, sin embargo, se las ingenió para mantener la función reclutando a la población local. Los neoyorquinos necesitaban entretenerse más que nunca.

Estado de sitio

Cuesta imaginárselo hoy, pero en las primeras semanas se vivía oficialmente en estado de sitio y solo se permitía el paso a los residentes. A partir de la calle Canal, mítica arteria de Chinatown, el Bajo Manhattan se transformaba directamente en zona de guerra y hasta los periodistas tenían dificultades para pasar. Meses después, las restricciones de seguridad todavía prohibían la circulación de vehículos con un solo ocupante por miedo a un atentado suicida, lo que afectó especialmente a los camiones de reparto.

La ciudad perdió 10.000 negocios y en los que subsistieron el volumen de ventas bajó hasta un 80%. Hoy todavía la Policía, apostada a la entrada de algunos túneles, vigila escrupulosamente a los conductores y el tráfico sigue prohibido en torno a infraestructuras clave como la gigantesca central eléctrica de Con Edison, que ocupa varias manzanas alrededor de la calle 14. El miedo no se ha terminado de esfumar.

Hasta Wall Street ha vuelto a vibrar. La industria que generaba entonces el 75% de la actividad económica del Bajo Manhattan y el 14% de los ingresos fiscales de la ciudad perdió de golpe y porrazo más de 100.000 empleos y el 30% del espacio de oficinas, porque además del WTC varios rascacielos de alrededor quedaron demasiado dañados para ser habitables. Medio millón de pasajeros que solía viajar cada mañana al Bajo Manhattan para trabajar se encontró de pronto sin vía de transporte.

Muchos de sus inquilinos corporativos se mudaron a New Jersey u otros estados contiguos, a menudo para no volver, con la consiguiente pérdida de recursos para la ciudad, que tuvo que subir los impuestos un 18% a los que quedaron para enfrentar la mastodóntica tarea que tenía por delante. Solo desescombrar la Zona Cero y alrededores costó al Gobierno 14.000 millones de dólares (9.900 millones de euros) Sin embargo, el agujero que hicieron los atentados en la economía de Nueva York está cifrado en 83.000 millones de dólares (59.000 millones de euros). Los terroristas sabían lo que hacían cuando atacaron el corazón financiero de Nueva York.