Refugiados sirios en un campamento en Turquía. :: VADIM GHIRDA / AP
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El miedo atrapa a miles de sirios en tierra de nadie

Muchos desplazados no se atreven a cruzar a Turquía por temor a las represalias de El-Asad y sufren toda clase de penalidades

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Las personas que escapan de la ciudad rebelde de Yisr al-Shagur llevan retratado en sus pupilas el horror de la represión del régimen sirio de Bashar el-Asad. Presos del pánico, son ya más de 8.500 los desplazados que, sin dudarlo, han buscado en Turquía un refugio que les proteja de los tanques y disparos del Ejército de Damasco. Tres comidas calientes al día, medicamentos y una tienda de campaña es la recompensa para aquellos que se deciden a cruzar la frontera. Al otro lado, sin embargo, otros tantos miles sumidos en el desamparo y azotados por las penalidades quedan consumidos por el temor y las dudas de abandonar su tierra y, con ella, a sus amigos y buena parte de sus familiares.

«Si vamos a los campamentos, nos registrarán. Tenemos que dar nuestros nombres y nos fotografían. Tenemos miedo de ser castigados si luego retornamos a nuestros pueblos en Siria cuando las cosas se calmen», confiesa un joven que por miedo a las represalias prefiere no ser identificado. Víctimas de la incertidumbre, a solo centenares de metros del país vecino, una multitud de mujeres, hombres, ancianos y niños se agolpa en tierra de nadie y únicamente unos pocos se acercan a Turquía en busca de alimentos para curar las heridas del hambre.

Bolsa de plástico

«Dos bebés murieron en la noche de ayer [por el lunes]. Hay muchas personas que no tienen nada que comer», afirma en la localidad otomana de Güvecci un hombre que lleva en una bolsa de plástico unos quince panes para llevar a su familia. «Esto no es nada. Treinta personas se lo terminarán en un minuto», añade consternado. «Desde hace tres meses estamos resistiendo y tomando las calles a favor de la libertad. Por eso, nos matan», admite un bombero de mediana edad oriundo del barrio Shimal de la ciudad mártir de Yisr al-Shagur. «Incluso le cortaron un pecho a una mujer», recuerda.

Tras un alambre de espino y a la intemperie, aguardan al mismo tiempo en las proximidades de la zona fronteriza de Güvecci un creciente número de sirios que esperan a ser llevados a un sitio seguro. Antes de iniciarse las protestas contra el régimen de Damasco, el pueblo otomano vivía del contrabando de cigarrillos, alcohol y ganado procedente del país árabe. Ahora, paradójicamente, es la puerta a la esperanza para quienes escapan de la maquinaria represora de El-Asad. «Hemos pasado toda la noche bajo la lluvia. Somos cientos de personas. Las autoridades turcas vienen y montan a unos cuantos en un microbús. Cuando los llevan a los campos de refugiados, vuelven y recogen a otro grupo», relata un desplazado que espera su rescate.

«Los soldados nos atacaban cada vez que nos acercábamos al centro para comprar productos básicos. No hay gasolina, ni electricidad, ni agua, ni teléfono. Han traído a gente de fuera para que se manifiesten a favor de El-Asad», relata otro testigo de la violencia desde uno de los cuatro centros de asistencia que ha preparado el Gobierno de Ankara con la colaboración de la Media Luna Roja. «Los bebés necesitan leche. Las madres no pueden darles porque ellas mismas no tienen qué echarse a la boca», confiesa con tristeza.