Sociedad

Escarceos con la heroína y el suicidio

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«En los clubes había hierba por todas partes, y en aquel tiempo estaba al alcance de los músicos. Ser un músico significa, dependiendo de lo lejos que quieras ir, sumergirte en las profundidades del rollo en que estás metido. Y cualquier músico es capaz de cualquier cosa con tal de llegar a esas profundidades». Lo decía Dob Dylan en 1978, en una de sus escasas entrevistas.

El hombre que hoy cumple 70 años cabalgó sobre ese triste caballo llamado heroína al principio de su carrera. Incluso, la idea del suicidio le rondó más de una vez la cabeza. Así lo cuenta la página web de la BBC, que habría sabido de otra entrevista, rescatada de 1966. El autor, Robert Shelton, el hombre que con una favorable crítica en el 'New York Times' consiguió que a Bob le llegara por fin un contrato discográfico.

La entrevista, grabada en el avión privado del músico durante una gira, ha sido descrita por Shelton como «un monólogo caleidoscópico». No se sabe si Dylan le abrió su corazón, pero le sirvió en bandeja su cabeza y sus pensamientos: «Conseguí pegarle una patada a la heroína en Nueva York. Durante una temporada, estuve muy, muy colgado, muy enganchado. Tenía un vicio de 25 dólares al día, pero lo dejé».

Como a tantos otros músicos, la fama le cogió por el cuello. La idea del suicidio se le metió entre ceja y ceja cuando la gente empezó a llamarle genio: «La muerte no significa nada para mí. Sé que podría haber muerto deprisa si yo lo hubiera querido. Admito que tuve esas ideas suicidas. Podría pegarme un tiro en la cabeza o tirarme por una ventana si las cosas se pusieran realmente mal. Sabes que puede pensar en la muerte sin ningún problema», le cuenta Dylan a Shelton, quien durante años y años escribió una monumental biografía, 'No direction home', en la que se basó Martin Scorsese para realizar su documental homónimo sobre el cantor de Minnesota.

Shelton también tuvo la oportunidad de conocer de primera mano lo que aquel Dylan de 26 añetes pensaba sobre su propio trabajo. «Soy el que menos en serio se lo toma», le confesó. «Sé que no me va a abrir las puertas del cielo, ni me va a sacar las castañas del fuego. Ni me va a hacer más feliz, ni va a conseguir que mi vida sea más larga. Felicidad es una palabra muy sobada».