Sociedad

BRAVÍSIMO TORO DE ALCURRUCÉN Y SEBASTIÁN CASTELLA

CRÍTICA TAURINA Actualizado: Guardar
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Cinqueño el primero, con el que confirmó alternativa con sitio seguro el mexicano Joselito Adame. El segundo, remangado y casi vuelto, pitones negros, estrecho y ensilladito, tuvo también hechuras notables.

El segundo fue de una velocidad y una entrega absolutamente insuperables. No sólo el tranco de más: era el galope de los purasangres. La bravura como una exhalación, en tromba, desatada.

Impecable la firmeza de Castella con ese toro tan bravo y, por tanto, tan difícil. Después de doblarse en tablas para afinar las cuerdas, lo difícil fue, cuando el toro rompió, aguantarse, estarse, no arrugarse, acompasarse y ajustarse al ritmo endiablado de los viajes sin que el toro enganchara la muleta, ligarlo sin perder pasos, soltarlo y volverlo a tomar. No cansarse, respirar.

Una soberbia tanda última en los medios: el pase de la flores cosido con un molinete, dos en redondo, el cambio de mano y el de pecho. Sonó un fastidioso aviso antes de cuadrar Castella el toro.

Una estocada con vómito. Con el vómito se fue la que hubiera sido bien ganada segunda oreja. Se pidió la vuelta para el toro. Para denegarla pesaría en el palco la conducta del toro en varas. Pero es que hasta eso lo exigía el guión.

Muy resuelto, Adame, que abrió en el platillo con estatuario de repertorio, se vio mejor tomando de largo al toro que en corto, pero redondeó sin dejarse ganar ni terreno ni iniciativa. Una tanda de bernadinas antes de una estocada trasera.

En la línea de los dos primeros no salió ninguno más. Cabezón, sillote, rechoncho, corto de cuello, engallado, el tercero, de vivo trote, cobró un brutal porrazo contra la jamba de un burladero después de banderillas y lo acusó. Tardo, algo mirón, se lo pensó, no descolgó, salía de viaje con la cara arriba. Un tranco de menos y no de más. Perera faenó firme y poderoso. La cosa se encontró alguna reticencia. Había muchos que no distinguían la diferencia entre el toro recién jugado y este otro. Un perverso bajonazo.

El cuarto, acaballado de tan ensillado, larguísimo, gruesas mazorcas, fea traza, escarbó, metió la cara entre las manos enseguida y, cuando tomó engaño, lo hizo en sacudidas humilladas.

Una rareza, porque se frenaba al cuarto viaje seguido. Castella estuvo con el toro tragón, firme y encajado, tiró lo indecible del toro y no se aburrió ni siquiera cuando, colmo del descaro, el toro se fue a las tablas al galope en rajada insólita. Un pinchazo, una estocada, un descabello, un aviso. El quinto lucía percha pavorosa por astifina. Cornalón, sólo que de pitones apuntados en alto. Dos antenas pero cabía. Salió manso: sin fijeza. Y listito: de adelantar por las dos manos. Perera le tomó la matrícula en ocho muletazos de cata y hasta en una tanda en lazo algo apurado. Pero ya no quiso el toro, que huyó a tablas al galope también. Muy trasera una estocada que debió de entrar por los bajos.

Y un sexto, de reata de músicos, pero de mucho escarbar, de apoyarse en las manos y cortos viajes. Noble sin fondo. Compuesto y firme Joselito Adame. Pero ya parecía entonces otra corrida distinta de la de la confirmación.