CÁDIZ

SCHUBERT Y SU BELLA MOLINERA

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Continúa el ciclo de música Tiempo de Cambios, esta vez con la actuación del barítono Damián del Castillo, acompañado al piano por David Aijón, que en el salón de actos del Centro Unicaja de Cultura, interpretaron Die Schöne Müllerin (La bella molinera), que es el primer gran ciclo de lieder compuesto por Schubert en 1823, sobre un texto de 20 poemas escritos por Wilhem Müller entre los años 1818 y 1820, en los que se cuenta la historia de un hombre que, paseando por el campo, se enamora perdidamente de la hija de un molinero, con la que mantiene un corto idilio, que termina bruscamente cuando ella lo abandona por un cazador. En estas canciones, desprovistas de artificio y que suenan espontáneas y resultan asequibles para todas las sensibilidades, se va exponiendo de forma magistral el estado de ánimo del enamorado, sus esperanzas y sus temores.

En principio fueron escritas para la voz de tenor, pero, posteriomente, el propio Schubert las adaptó para la cuerda de barítono, dedicándolas al cantante Karl F. von Schönstein, teniendo que transportar los números 7, 8 y 9, de tesitura más aguda. Existen numerosas grabaciones discográficas, tanto a cargo de tenores como de barítonos, entre las que se incluyen algunas rarezas, como las cantadas por un contratenor o una mezzo.

Si bien Del Castillo comenzó cantando con cierta solemnidad los primeros números, que deben tener un carácter bucólico, a partir del número 8, Morgengruss (Sueño matutino), en el que se expresa una mezcla de incertidumbre y de esperanza, su canto se volvió más intimista, hasta llegar al número 11, Mein! (¡Mia!), vibrante y expresivo, para lograr una dicción muy matizada en el número 13, Mit dem Grünen Lautenbande. En el número 14, Der Jäger (El cazador), aparece la figura amenazadora del rival, que lleva al enamorado a reconocer su impotencia ante acontecimientos que le superan y no puede evitar, y ya, dentro del buen hacer del cantante, destacaríamos los dos números finales, el 19, Der Müller und der Bach (El molinero y el arroyo), en el que el protagonista dialoga con el arroyo que ensalzaba en los primeros números y que terminará siendo su tumba, y que desemboca en el final, el número 20, Des Baches Wiegenlied (La nana del arroyo), que cierra el ciclo en tono de tragedia, con esta canción de cuna que Schubert transforma en una marcha fúnebre.

En una obra como esta resulta fundamental el acompañamiento del piano, en el que David Aijón estuvo en todo momento justo y adecuado en este género musical tan difícil.

En el programa de mano entregado a los asistentes figuraba el texto original en alemán y su traducción al castellano, para mayor facilidad en seguir el hilo argumental.

De nuevo, la falta de coordinación de los distintos organismos organizadores, hizo que a la misma hora, en la Iglesia de Santa Cruz se celebrara otro concierto.