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Torrente, Óscar y el cine

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Sábado 26 de marzo, sesión de las 22.45 en el cine Alexandra de Barcelona. Uno de los dos pases de la película 'La mitad de Óscar', de Manuel Martín Cuenca. En la sala, siete personas. Se apagan las luces. En pantalla aparece un insólito, por verde, paisaje almeriense. Un hombre avanza en bicicleta por el camino que atraviesa unas salinas. A partir de ahí, y durante poco más de hora y media, se desarrolla un virtuoso relato cinematográfico, que concluye, con el sabor clásico de las historias plenas y redondas, con ese mismo hombre llegando en esa misma bicicleta a esas mismas salinas, donde ya, después de lo que nos han contado, nada será igual.

A esa hora, en cientos de salas del país, cientos de personas en cada una de ellas (lo que hace muchas decenas de miles en total) contemplan con alborozo las últimas ocurrencias de Santiago Segura enhiladas en 'Torrente 4. Lethal Crisis'. Con cameos de Belén Esteban, Paquirrín y Poti, entre otros muchos, con el derroche de caspa y explosiones marca de la casa y el ya inevitable recurso a las pajillas, que el inefable sabueso del Atleti propone como única opción a sus descerebrados partenaires cuando no se le ocurre con qué ocupar el tiempo.

Nadie lea en el párrafo anterior el menor desdén hacia un filme bien producido y distribuido, y que aun en sus ribetes más esperpénticos no deja de ser una radiografía, a ratos dolorosamente certera, del país en que se ha rodado. No se trata más que de una somera descripción de la película que en este primer trimestre le ha salvado las cifras y la cara al cine patrio.

Con todos los respetos hacia el señor Segura y sus espectadores, todo eso está muy bien, y bienvenidos sean además el empleo y la riqueza que crean las ocurrencias del zafio poli y su corte de 'freaks', pero el cine, al menos para algunos que todavía no hemos dejado de ir a las salas, viene siendo otra cosa.

El cine es, por ejemplo, esa delicada textura de luz y de silencios con que se teje 'La mitad de Óscar'. El cine es cómo miran Rodrigo Sáenz de Heredia y Verónica Echegui, mientras evocan y eluden su secreto, o cómo habla el portentoso Antonio de la Torre, en una secuencia interpretada casi íntegramente de espaldas. El cine es cómo nos cuenta la historia Martín Cuenca, sin decir nunca todo y a la vez sin escatimarnos nada, en el más rotundo y deslumbrante manejo de la elipsis del cine español reciente.

Dentro de poco, ya no estará en cartelera. Pero en tanto no la quiten, merece que haya más de siete personas viéndola.