Un buen color

Hubiera sido un lugar distinto el mundo sin Sócrates, sin Platón sin Cristo y sin las personas corrientes que han intentado mejorarlo. Ahora las últimas formas de religiosidad, aunque suscrita al más acá y que no pretende chantajear la vida con castigos y recompensas post morten, se ha depositado en Los Verdes.

Después de la terrorífica catástrofe de Japón nos hemos dado cuenta todos de que podemos cargarnos el invento. Lo que llamamos Creación puede ser destruida por los que han sido sucesivamente creados para pasar una corta temporada en este planeta suburbial. Lo que se debate en el fondo es la idea del progreso, que no sólo se puede reducir a la lucha de la ciencia contra la superstición. La onda expansiva del tsunami ha hecho que el voto antinuclear hunda a la señora Merkel en su propio feudo electoral de Baden-Württemberg, donde las tenía todas consigo y se ha quedado con mucha menos gente. En Francia, el perspicaz pizpireto Nicolás Sarkozy también se ha pegado un batacazo en unos comicios locales marcados por la abstención, ya que los únicos que acuden a las urnas son los que votan enérgicamente contra la energía nuclear.

Quizá sea pronto para que los ecologistas asalten el poder, ya que esa fortaleza tiene muchas almenas que todavía puede decir que son suyas, pero no es tarde para que Los Verdes vayan tomando posiciones. La colectividad, que es un concepto confuso porque no exige tener carné para pertenecer a ella, tiene conciencia de que algunas formas de avanzar nos pueden llevar a la derrota final. No se explica de otro modo el inmenso gasto para colonizar el espacio sin la sospecha de que este mundo puede llegar a ser inhabitable para sus inquilinos. Aquí va a llegar un momento en el que no pueda vivir nadie sin mascarilla y los únicos que están dando la cara son Los Verdes, que quieren cambiarle el color. Quizá sean unos ilusos, como todos los precursores, pero son más simpáticos que los vendedores de armas. No hay color.