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La reconquista rebelde asusta a Gadafi

Los sublevados vuelven a tomar Ajdabiya mientras el régimen acusa a la coalición de ir más allá de la protección de los civiles

AJDABIYA. Actualizado: Guardar
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La liberación de Ajdabiya huele a muerte y suena al chasquido de las suelas de botas pisando sobre un piso repleto de casquillos de bala. Los aviones aliados se emplearon a fondo y acabaron con la resistencia de las fuerzas gadafistas que desde hacía una semana controlaban los accesos a esta ciudad, situada 160 kilómetros al sur de Bengasi, una posición estratégica en la que se hicieron fuertes tras el primer ataque de la coalición internacional que abortó sus planes de tomar la capital rebelde.

Ni los disparos al aire en señal de alegría, ni el estruendo de los cláxones, ni los niños encaramados a los tanques abandonados haciendo el gesto de la victoria podían distraer del espectáculo macabro de decenas de cuerpos de soldados gubernamentales chamuscados en la puerta oeste de la ciudad. La salida hacia Trípoli, que los gadafistas intentaron proteger hasta el último momento, pero de la que tuvieron que huir ante la lluvia de fuego aliado. El Ejército de Gadafi quedó reducido a cadáveres calcinados en el interior de los blindados o desmembrados por la potencia de los impactos. Los menos descansaban enteros mirando al cielo cubiertos de polvo y arena como durmientes a los que los vencedores tapaban y descubrían para hacerles fotografías.

Trípoli informó a media mañana de la retirada de sus fuerzas de Ajdabiya y acusó a la coalición de respaldar a los rebeldes en lugar de ocuparse exclusivamente de proteger a la población, según denunció el viceministro de Exteriores, que no se refirió a los ataques de sus hombres contra el hospital de la ciudad, mezquitas o casa particulares a lo largo de la semana.

Naji Muftah ha vivido la última semana dentro del centro sanitario que ayer a primera hora evacuó a todos los heridos a Bengasi y Tobruk. «Ha sido horrible, atacaban las ambulancias y no podíamos evacuar a nadie», recuerda mientras muestra los desperfectos causados por el impacto de un cohete en la planta superior del centro sanitario. En su barrio de Sabiet las casas de las familias Daud, Sahati y Shafi son puro escombro. «Menos mal que sacamos a las mujeres y niños a tiempo», señala Naji, cuya familia permanece en una aldea del norte y a la que no piensa traer de vuelta «hasta que la situación se normalice y volvamos a tener agua y electricidad».

Unas manzanas más allá un grupo de vecinos grita. La mezquita del barrio es un auténtico colador y la alfombra destinada al rezo está cubierta de excrementos y restos de comida. «Es peor que Hitler, no respeta nada, ni siquiera los lugares sagrados», lamenta en voz alta el jeque Ahmed Ibrahim, estrella televisiva de la cadena iraquí Al-Hurra y enviado especial al frente para hacer un reportaje sobre los desperfectos en los templos. Del minarete cuelga ahora la bandera tricolor revolucionaria y la gente se esmera en la limpieza del lugar porque «llevamos dos viernes sin poder orar en comunidad. Cada vez que lo intentábamos empezaban a dispararnos», apunta Walid Shafi, hijo único varón de su familia y por tanto, «como dice el Corán», exento de ir al frente por lo que optó por quedarse en Ajdabiya y apoyar a los insurgentes en temas logísticos.

«¡Gracias Sarkozy!»

La noticia de la liberación se difundió con rapidez. El desánimo de días pasados se convirtió en euforia y miles de coches colapsaron durante toda la jornada la carretera que une Bengasi con Ajdabiya. «¡Gracias a Dios, primero, y a Sarkozy después!», bromeaban los rebeldes mientras cargaban en sus camionetas la munición abandonada por los gadafistas en su repliegue. Y la algarabía aumentó cuando se supo que la avanzadilla de los sublevados se encontraba a solo 20 kilómetros de la ciudad y enclave petrolero de Brega sin que las tropas gubernamentales les hicieran frente.

Tras una semana de estancamiento, el castigo aliado al dictador abre las puertas de la conquista de Trípoli, aunque el camino todavía será muy largo.