EDUCACIÓN | IES HUERTA DEL ROSARIO (CHICLANA)

Adultos de dieciséis años

Los alumnos de Bachillerato encaran el nuevo curso con sus miras puestas ya en la Universidad

CHICLANA Actualizado: Guardar
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El día se esparce desapacible sobre Chiclana y la segunda jornada de clases se eterniza como las tardes perezosas de bicis y zanganeo. La fiesta se acabó y las mochilas ya no guardan la toalla y el bocata, sino los libros de texto. Pero la primera semana de instituto no sabe tan mal cuando comienza en jueves y termina en viernes, aunque la mañana se prolongue más de la cuenta. Porque la tormenta de verano que chafó la hora del recreo, cede ahora el testigo a una leve llovizna justo en el segundo momento dulce: la salida.

Una docena de rezagados sin paraguas espera que escampe y se debate entre el resguardo del porche y la intemperie de la acera de la calle. De puertas para adentro, en el IES Huerta del Rosario, está prohibido fumar. Vaqueros, zapatillas de deporte y camisetas serigrafiadas dibujan un trazo de color sobre el ambiente gris de la calle con la viveza que sólo tienen los quinceañeros. Charletas, bromas y risas alivian la impaciencia y el rugir de los estómagos.

Las fotos también amenizan la espera, con esa insólita capacidad que los adolescentes han desarrollado para posar desde que el ‘Tuenti’ entró en sus vidas. Después de todo, la lluvia no conseguirá borrar las sonrisas de sus caras, todavía aniñadas. Caras sencillas, limpias, marcadas por un poco de acné y por un mucho de expectativas. Y entre todas, una conocida. María José. Sus grandes ojos castaños nos suenan de otro encuentro, en otro aula, de otro instituto. «El Fernando Quiñones», aclara. Ella formaba parte del grupo de Robótica, la asignatura integrada en Tecnología que se imparte en este centro público. Ahora ha comenzado una nueva etapa y en sólo dos días ya se ha topado con la importancia del cambio. «Es más difícil, el nivel sube bastante y hay que estudiar más». Y tanto que lo hará, para acceder a la formación que está en sus planes: Ingeniería de Telecomunicaciones, nada menos.

Marcado por la crisis

El Huerta del Rosario es uno de los dos institutos que existen en la zona de Chiclana que se conoce como La Banda. El río Iro marca esta línea divisoria y deja a El Lugar en su otro margen. Circundado por una serie de barrios populares –El Arenal, Carabina, Los Barrancos...– el centro –con más de 700 alumnos y un claustro de 56 profesores– se encuentra condicionado por unas características socioeconómicas distintas a las de otras zonas.

«Muchos alumnos son hijos de albañiles. La crisis ha pegado muy fuerte aquí, Chiclana lo ha notado más en la construcción. Hay chavales sometidos a situaciones difíciles con familias inmersas en problemas económicos. A muchos les hemos tenido que ayudar a comprar el material escolar. Eso afecta mucho tanto a su rendimiento como a su carácter. De ahí algunas actitudes agresivas o comportamientos anómalos».

Manuel Rey, director, se apresura a aclarar que estas circunstancias no desmerecen a sus alumnos. «No son mejores ni peores que los de otros barrios, sólo forman parte de una estructura social con unos problemas determinados». ¿Y eso perjudica a la convivencia?. «El conflicto es lógico. Forma parte de la vida. Pero hay que educarlos para que ellos sean capaces de conciliarlos. En líneas generales, el ambiente es bueno. No hay grandes enfrentamientos y las relaciones son cordiales». Leída desde fuera, esta afirmación pierde fuelle porque desde hace años, la norma general que se ha instalado en el ideario colectivo es que las aulas son poco menos que junglas donde impera la ley del más fuerte. Pero la realidad, hasta cierto punto, es otra. Es una intrahistoria cuajada de buenas vibraciones que no genera titulares. Pasa desapercibida.

Pablo, Jeny, María, Helio, José Antonio, Ángela y Sergio venden su instituto mejor que el director. Esa querencia por un espacio comunitario que a fin de cuentas es sólo la antesala de toda una vida, se pasa con los años, pero marca a fuego una señal de civismo en la personalidad de cada uno. Y eso no se pierde tan fácilmente. «Estamos un poco agobiados esta mañana porque los profesores nos están dando caña. Este año es más difícil. Es un cambio grande». Los chavales cuentan lo bien que se llevan, la de horas que pasan juntos en el instituto y desvelan que éste se está quedando pequeño.

Todos cursan Primero de Bachillerato y quieren presentarse a la Selectividad para estudiar una carrera. «Nos piden que si no tenemos interés por las clases, que las dejemos ya y no entorpezcamos a los demás». La autoridad del docente ha de marcar el territorio desde el principio, y las advertencias preparan el camino para el estudio, la disciplina y el sacrificio que requerirán a sus pupilos durante todo el año si es que quieren conseguir sus logros.

Ellos lo asumen con toda la responsabilidad de sus 16 años, pero lejos de distanciarse de la tarima se agarran del brazo de los profes y curiosamente sólo les cambia el gesto grave cuando les preguntan por ellos. Todo son sonrisas. «Les puedes pedir lo que quieras. Te ayudan con todo, si demuestras interés y trabajas. Hay mucha más confianza cuando llegas a Bachillerato. A veces también les contamos nuestras cosas...». En un breve recorrido por los pasillos no se les escapa detalle. Educación invirtió más de dos millones de euros en su reforma. Y el estreno fue el curso pasado. Un contingente adecuado, a la altura de su contenido.

Recuperar pupilos

Grupos flexibles, adaptaciones curriculares y atención a la diversidad. Esto que suena a chino, son las herramientas proporcionadas desde el sistema de educación pública para combatir los problemas de integración, que normalmente van de la mano de la desigualdad en el nivel de formación. En general, se trata de adaptar los contenidos académicos a los alumnos en función de sus necesidades.

Para ello, el profesor compone grupos que se desligan de los demás durante determinadas clases para recibir otras lecciones que compensen esas carencias y les ayuden a seguir el ritmo del resto de compañeros. Pero más allá de la teoría y la práctica de estos mecanismos, también subyace otra realidad, más compleja, que tiene más que ver con el talante, la paciencia y la mano izquierda inherentes a la vocación por la enseñanza, que consiguen sacar adelante los casos más difíciles.