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Recuerdo los tiempos de mi niñez en los que el comienzo de la Vuelta a España suponía una gran ilusión para los que disfrutábamos de otros deportes además del fútbol. En mi memoria aún pervive el recuerdo de la gorra oficial de Perico Delgado que mi madre me consiguió, con mucha constancia, reuniendo los puntos que venían en la caja de una conocida marca de papel de plata. ¡Qué grande era el segoviano! Reconozco que el ciclismo empezó a interesarme a medida que fui descubriendo sus hazañas. Por aquella época, la ronda nacional era orgullo de todos y los primeros espadas del país se preparaban a conciencia para luchar por la victoria final. Melchor Mauri, Marino Lejarreta, Anselmo Fuentes, Fernando Escartín, Abraham Olano... Todos sentían la responsabilidad de tener que hacer un buen papel en su casa, incluso los que también destacaban en competiciones de mayor caché como el Tour.

Ahora, sin embargo, la situación ha cambiado. Si hay algo que achacar a la brillantísima trayectoria de Miguel Induráin es que fue el primero que impuso la moda de 'ningunear' la Vuelta. Desde que empezó a ganar en Francia dejó de participar o de tomársela en serio, y sólo la corrió en el año de su retirada debido a la enorme presión que ejercía el entorno, abandonando antes de tiempo con más pena que gloria. Desde entonces ya no ha sido lo mismo. Valverde y Contador ganaron los dos últimos años, sí. Pero de forma circunstancial. El primero, porque estaba sancionado en Italia y eso le impedía participar en la ronda gala, lo mismo que el segundo, cuyo equipo, el Astaná, fue sancionado por asuntos de dopaje.

En la última década, los españoles han 'pasado' de su gran carrera. No como franceses o italianos, por ejemplo, que lo dan todo en su país e, incluso, vienen aquí a por todas. Nada más hay que ver el abanico de aspirantes (Menchov, Nibali, los Schleck...) y las ausencias nacionales (Contador, Samuel Sánchez...) para darse cuenta de que esto no es lo que era.