La picaresca de los cocheros (antecesores de los taxistas) ya era de sobra conocida. :: LA VOZ
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Se busca talabartero, razón: el Cádiz del Doce

A principios del siglo XIX aún existían oficios y gremios con un alto grado de especialización

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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Ni el sonido de la radio, a un volumen considerable, puede acallar el runrún de la máquina eléctrica. José María apura el corte de un cliente. Éste, sentado en el sillón, se deja hacer. Lleva acudiendo a esta barbería de la calle Isabel La Católica desde hace seis meses, el mismo tiempo que hace que cerró la suya de toda la vida, la de la calle San Pedro. Al dueño le llegó la hora de jubilarse y como tantos otros no ha encontrado a quien pasarle el testigo. Hoy, las barberías antiguas se cuentan con los dedos de las manos (y tal vez sobre una), pero antaño eran un referente de la vida diaria. A la barbería se iba tanto si uno tenía que afeitarse o cortarse el pelo como si no, porque en realidad era una excusa para poder charlar y ver a los amigos. A menudo, se confiaba más en aquel hombre que manejaba la navaja con destreza, cerca de la yugular, que en un hermano.

Cuando Rafael García, el padre de José María, abrió su local en San Carlos (antes trabajaba en la peluquería Félix, en la calle Nueva) había cerca de 60. Y eran pocas comparadas con las que existían a principios del siglo XIX. Según la relación de Gremios e Individuos de la época, había 115 barberías y 34 peluquerías, que no eran lo mismo. Estos últimos se dedicaban sólo al arreglo de cabezas, lo que requería más destreza que las elaboradas crestas que pueden verse hoy por las calles de Cádiz. En los sainetes de González del Castillo se narra alguna anécdota sobre los polvos de harina que se usaban para blanquear peinados, que solían manchar la ropa.

En el Cádiz del Doce había oficios para todos los gustos. Algunos habituales, que subsisten hoy en día tras la incorporación de la tecnología, pero otros muchos que ya han desaparecido. La gran mayoría de los gaditanos se quedaría en blanco si leyese una oferta de trabajo de alguien que busca un talabartero. Hace doscientos años no era tan extraño. Los talabarteros eran guarnicioneros muy especializados, es decir, trabajaban el cuero pero sólo el que se destinaba a las pretinas o cinturones en los que se colgaba la espada o el sable. Teniendo en cuenta la época, no eran desde luego piezas de coleccionista, sino algo que se usaba habitualmente. Hasta 10 individuos, censados con ese oficio, podían encontrarse en el Cádiz de entonces.

Más rarezas que parecen sacadas de la ficha artística de 'Alatriste': los latoneros, toneleros, tallistas, estereros, doradores, hojalateros... No es que fueran muchos, pero formaban parte de esos gremios cuyas enseñanzas se transmitían de padres a hijos.

Para numerosos (teniendo en cuenta la población de entonces) están los cocineros: 319 había entonces, lo que sumado a los reposteros (12) y a los confiteros (51) dan un alto índice de oficios relacionados con la gastronomía, tal y como apunta Ramón Solís. A estos hay que sumar 117 camareros, por no hablar de los mesoneros o de los que atendían los cafés y las posadas.

Pese a que siempre se ha dicho que Cádiz era la ciudad más ajena a la división social por clases y oficios, lo cierto es que sí existía. Por ejemplo, la mayor cifra de comerciantes -un oficio tradicional en la capital gaditana- se daba entre el comercio. Entre el antiguo barrio del Correo y el Pópulo se concentraba el 30% de todos ellos, según cita el catedrático Alberto Ramos Santana en su capítulo sobre el siglo XIX en la 'Historia de Cádiz'.

Es verdad que el oficio más numeroso en aquella España todavía muy rural era la de agricultor y aunque en Cádiz no había tierras, la mayor parte de ellos se concentraban en los barrios de Extramuros. En 1865 sumaban 61 individuos (casi la mitad de los que había en la ciudad), pero más allá de las Puertas de Tierra no sólo había gente dedicada a sacar frutos de la tierra. También estaban los jornaleros (215) que trabajaban sobre todo en las fábricas de curtidos, las alfarerías, los molinos harineros, las bodegas, los almacenes de vinos y licores y los de madera, además de las fundiciones.

Y si la agricultura era uno de los oficios básicos, pese a la escasez de tierras, también lo era la pesca. Muchos de los que se dedicaban a faenar en el mar vivían en el antiguo barrio de La Merced (Santa María). Las populosas calles pegadas a las Puertas de Tierra estaban plagadas de tabernas y bodegas (muy ligadas al mundo marino), pero también había muchos carpinteros, jornaleros y zapateros.

El Mercado de la Libertad

El Cádiz del siglo XIX, en realidad, no ha variado tanto respecto al del XXI hay cosas que nunca cambian. En los alrededores de lo que hoy es la plaza de abastos existía ya un buen número de pequeños comerciantes, que trabajaban precisamente en el Mercado de la Libertad (que también daba nombre al barrio).

Otra ocupación que sólo ha mudado su vehículo pero que tampoco ha variado tanto: los taxistas. Su antecedente inmediato eran los cocheros (eran 53) y ya por entonces, por cierto, tenían fama de pícaros y hacían gala de su ingenio para aumentar las tarifas.

Y como ciudad famosa por albergar un buen número de funcionarios, también en aquella época había trabajadores de la función pública y muchos, por cierto. El Ayuntamiento contaba con 177 trabajadores; los Juzgados, 44, y el Tribunal del Consulado, 40, por citar sólo tres. Lo lógico, tratándose de una ciudad asediada, que además enlazaba guerras y batallas, era que los más numerosos fueran los militares: hasta 3.055 hombres se ocupaban, oficialmente, de defender la ciudad, al margen de los voluntarios.