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El vuelo y el consuelo

Estamos rodeados de símbolos religiosos y no precisamente musulmanes

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En tiempos de cinefórums y asambleas políticas predemocráticas, era costumbre que tarde o temprano algún nominalista irrumpiera en el debate para exigir la aclaración de conceptos. Era preciso aclarar de qué hablábamos cuando decíamos clase obrera, dictadura o revolución. En esto se iban las horas, dejando pendiente el arreglo del mundo para mejor ocasión pero yéndonos a casa con la doble ilusión de haber levantado el vuelo intelectual y de haber dado consuelo a la conciencia. Vuelo y consuelo se juntan ahora al hablar del uso del 'burka' y otras exóticas indumentarias femeninas en los espacios públicos. ¿De qué hablamos? ¿De la libertad de la mujer, de la obligación de adaptarse a los usos del lugar, de la limitación de los símbolos religiosos, de la prohibición del anonimato enmascarado? Es un buen surtido de tópicos argumentativos, el suficiente para que pescadores de todas las artes puedan lanzar sus anzuelos y sus redes a las charcas con cierta esperanza de buenos resultados. Un poco a la manera de esos gallegos capturados por la Policía en la víspera de San Juan cuando iban a reventar los bancos de sardinas a base de dinamita. Poco riesgo y buen rédito para una noche en que también las sardinas vuelan de precio hasta ponerse por las nubes. Pero no todos obtienen la ganancia esperada, aunque a primera vista parezca otra cosa. Ya se ha abierto la caja de los truenos y ahora hay que pechar con las consecuencias. Porque de tanto airear la caza del 'burka' nos hemos empezado a dar cuenta de que estamos rodeados de símbolos religiosos y no precisamente musulmanes. En nuestros espacios públicos se exhiben crucifijos, imágenes e inscripciones que también pueden herir la sensibilidad de los ajenos al credo cristiano. Y no sólo eso, sino que las jerarquías eclesiásticas, lejos de mantenerse a una prudente distancia de la discusión, parecen venir empujando para ganar terreno. En una zona muy transitada de mi ciudad acaban de levantar una imponente figura del Sagrado Corazón alzada sobre una loma que saluda ¿o apabulla, según se mire? a todos los viandantes. Y la Conferencia Episcopal lanza una oportuna ofensiva ante los tribunales europeos en favor del mantenimiento de los cristos en las escuelas. Entiéndase, de los cristos en cruz, que de los otros ya estamos sobrados. ¿De qué hablamos cuando hablamos de 'burkas', pues? ¿Qué símbolos prohibir y cuáles autorizar? El pintor Antonio López, que termina estos días una soberbia escultura gigante con forma de mujer para ser colocada en una plaza de Coslada, definió bastante bien el papel de las cosas que se instalan en los ámbitos públicos. «Algo -explicaba- que cuando la gente se encuentre con ello, tenga una sensación de amabilidad y armonía; que no se sienta amedrentada». Quizá a eso se reduzca todo. A que necesitamos símbolos que no amedrenten a nadie, así de sencillo.