Sociedad

«No me arrepiento de nada, de mayor quisiera ser Jesulín»

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En 1993, entró en el plató de un programa de Mercedes Milá y, ante las dudas sobre su valor, se bajó los pantalones y enseñó sus cornadas en las ingles. Nacía un mito en la curiosa geografía social de España. Jesulín de Ubrique era un prototipo marciano salido de la España rural que se colgaba de los pitones en la plaza, confundía la ese y la zeta, se metía en albornoz en la cama de los platós de la tele, enseñaba el gayumbo y tenía un tigre en casa que se llamaba Currupipi.

¿Se arrepiente de algo? «En absoluto. Todas esas cosas las hice conscientemente y cuando estaba en lo más alto de mi carrera. Para que me entiendas: si volviera a nacer, me gustaría parecerme a Jesulín de Ubrique».

Eso implica encerrarse en una plaza con 9.000 mujeres, como hizo en 1994 en Aranjuez. La Policía tuvo que intervenir cuando el torero salía a hombros de sus admiradoras más fuertes, perseguido por un tormentoso mar de bragas y sujetadores. «¡No te creas, que eran muy exigentes!».

Le costó el desprecio de muchos aficionados y se cargó con la fama de torero cómico. Janeiro, que situó Ubrique en el mapa, quedará para la historia como el que dijo que los pitones sabían como los pezones de una mujer. ¿Lo hubiera dicho ahora? «Mira, yo acababa de cortar un rabo en Pamplona y podía decir lo que fuera. Cuando cortas un rabo allí, no en 'Villatal', puedes decir lo que te salga de los cojones».

Los programas matinales se frotaban las manos con él. Llegó, incluso a grabar su 'Toa, toa, toa', que fue disco de oro y le costó un cachondeo considerable que aún arrastra. Hubo exclusivas, declaraciones y anuncios de cacao. «Pude hacer muchísimas cosas a las que me negué porque eran demasiado para mí. Lo que pasaba era que todo el mundo quería algo y la gente ha ganado muchísimo dinero conmigo. No me importa porque hacía lo que yo quería y cuando llegaba a la plaza, triunfaba por derecho. Y no hay más».