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Rey de corazones

El riojano Juan Vicente del Álamo ha superado tres trasplantes de corazón, un hito médico mundial

LOGROÑO Actualizado: Guardar
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Cuando este periodista llamó por teléfono a Juan Vicente del Álamo (Logroño, 1960) se llevó una sorpresa morrocotuda.

– ¿Está Juan Vicente?

– Ahora no. Está jugando al pádel.

–¿Cómo dice? Estoy buscando a Juan Vicente del Álamo.

–Sí, sí, yo soy su mujer. Él ha ido a jugar al pádel. De aquí a una hora estará en casa.

Juan Vicente del Álamo tiene 52 años y ya va por su cuarto corazón. El pasado 24 de mayo, un equipo de la Clínica Universidad de Navarra le efectuó el tercer trasplante, una operación arriesgadísima y un hito insólito en la medicina mundial. Con semejante historial, uno esperaría encontrarse a Juan Vicente sentadito en el sofá, tapado con una manta, viendo la televisión y, si acaso, haciendo un supremo esfuerzo para ir de vez en cuando al baño.

Pero no. Juan Vicente estaba jugando al pádel.

Horas después, en el parque de La Grajera, aparece Juan Vicente del Álamo. Sonríe. Viste pantalones vaqueros, jersey y chaquetón. Tiene buen color, camina con energía, baja y sube las escaleras que dan al pantano. Nadie diría que ha superado tres trasplantes de corazón. Solo se adivina su increíble viacrucis cuando, a requerimiento de la fotógrafa, se levanta el jersey y muestra las redundantes cicatrices que le parten el pecho. «Estoy maravillosamente –dice–. Y me gusta estar haciendo cosas: bricolaje, ciclismo, pádel, caminar... Los médicos me frenan, pero yo no me paro a pensar si me estoy pasando».

Se pase o no, da gloria ver a Juan Vicente activo, entusiasta y sonriente. Porque su sufrimiento supera cualquier adjetivo: «En este último trasplante –narra– lo he pasado verdaderamente mal. Pensé que me moría. Me vi en la UVI, entubado por segunda vez y mi cabeza me decía que ya no había salida, que esto se había acabado». Incluso recuerda haber muerto: «Fue un delirio causado por los medicamentos, ahora lo sé, pero entonces lo viví con extrema realidad. Es curioso: mientras soñaba que mis dos hijas recogían mi cadáver, yo solo me esforzaba en poner una hermosa sonrisa para que luego, en el tanatorio, me viesen tranquilo, relajado, casi liberado».

Sin embargo, Juanvi no vivió los peores momentos en la mesa del quirófano. Ni siquiera en el opresivo ambiente de la UVI, cuando todos los peligros acechan y uno no sabe si la moneda caerá finalmente de un lado o de otro. Esas son experiencias terribles, pero nada puede compararse con la angustia que se respira en la lista de espera; una ansiedad que destroza los nervios y envenena los pensamientos: «Sabes que tu salvación depende de que aparezca un corazón –explica Juan Vicente–. Y te sientes mal por dentro cuando esperas con congoja que llegue un fin de semana, un puente, la operación salida... A que alguien, en fin, muera en la carretera. ¡Ya es triste aguardar así la desgracia ajena!». Si Juan Vicente accede a esta entrevista es, precisamente, porque piensa que puede echar una mano a quienes se encuentran en esta situación: «Siento que estoy en deuda con la sociedad. Yo vivo porque hay gente que ha donado los órganos. Si no, estaría criando malvas. Dios no necesita los órganos y nosotros sí. Ahora quiero transmitir fuerza a la gente que está en lista de espera, quiero darles ánimos, demostrarles que de esto se puede salir.Y bien».

La odisea de Juan Vicente comenzó en 1990 cuando, después de romperse el menisco jugando al fútbol, le detectaron una anomalía cardiaca. El tratamiento no funcionó y el trasplante parecía la única salida posible. Le fue bien, pero en el 2003 una obstrucción arterial le obligó a visitar el quirófano por segunda vez. El rizo ya rizado se volvió a rizar el 24 de mayo del 2012, cuando el ataque de unos anticuerpos le hizo convertirse, muy a su pesar, en un hombre récord. «No hay estadísticas, pero creo que soy el único de Europa y el segundo del mundo», aventura con algo de orgullo inofensivo. Entre tanta visita a la Clínica Universitaria, Juanvi no se ha tumbado a la bartola: ha sido ocho veces campeón de Europa de tenis para trasplantados y una vez, en Japón, incluso llegó al subcampeonato mundial. «¡Si ya me pedían autógrafos con el segundo trasplante, imagínate ahora!», bromea.

Juan Vicente del Álamo ya ha cogido las raquetas de pádel. Sin embargo, gracias a su cuarto corazón, ahora puede practicar un deporte todavía más exigente, fatigoso y gratificante: corretear detrás de su nieto Joel, de 17 meses, que ya ha empezado a andar. «Me machaca», suspira. Y enseguida añade, sujetándose las lágrimas: «A eso me he agarrado. Quería vivir para jugar con él».

«Encontrar un órgano compatible ya era muy difícil»

Juan Vicente del Álamo fue derivado a la Clínica Universidad de Navarra (CUN) por el Servicio Riojano de Salud. Su tercer trasplante le ha convertido en una persona singular: «Hay muy pocos casos registrados en la literatura médica mundial», explica Gregorio Rábago, director del Servicio de Cirugía Cardiaca de la CUN. El trasplante requirió, en este caso, un complicadísimo tratamiento previo para eliminar los anticuerpos que había generado Juan Vicente: «Teníamos un serio problema –recuerda Rábago–, ya que cualquier otro injerto hubiera sido rechazado». Si no se lograban reducir los niveles de anticuerpos, encontrar un órgano compatible era «muy difícil». Pero el tratamiento surtió efecto. Y Juan Vicente respiró: «Estaba ya muy mal. Débil, sin fuerzas. No tenía calidad de vida y necesitaba ingresar en la Clínica cada dos por tres». Todo se resolvió, finalmente, el 24 de mayo. Con un nuevo corazón latiendo en el pecho de Juan Vicente. «Y esto, no lo olvidemos, gracias a la generosidad de los donantes españoles y al excelente trabajo de la Organización Nacional de Trasplantes», puntualiza Rábago.