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José Tomás, a examen

La minitemporada del torero empieza esta tarde en Badajoz con el cartel de 'sin entradas' colgado

MADRID Actualizado: Guardar
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Detrás del mito de José Tomás hay un hombre impredecible, solidario, sufridor del Atlético de Madrid, que acaba de tener un hijo. «Y eso le va a cambiar por completo», pronostica su madre. Hoy vuelve a ponerse el traje de luces para una microtemporada de solo tres tardes.

Ser un dios y un hombre al mismo tiempo resulta una tarea agotadora. Y te puede costar la vida. Lo han conseguido muy pocos y casi ninguno en vida. Mesías los hay a patadas, pero dioses revelados... caben en los dedos de una mano. José Tomás es uno de esos que cuando lo ve la gente les entran ganas de arrodillarse, como si en lugar de librar una chicuelina a un milímetro de su pálido muslo, lo hubieran visto levantar al mismísimo Lázaro. Dos años después de la gravísima cogida de México, José Tomás vuelve hoy a pisar un ruedo en Badajoz en el comienzo más tardío de la temporada

que se recuerde. Han pasado la pólvora de Valencia, el azahar de Sevilla y los atragantones de Madrid, y la imagen descomunal del torero asedia al hombre. Al humo de las velas don José Tomás Martín arranca la temporada con El Juli y Padilla. Solo volverá a pisar el albero dos veces más, una en Nimes y otra en Huelva. Muchos hablan de la reaparición, aunque no estaba retirado ni lesionado. Solo ausente, instalado en ese limbo suyo en el que lee a Hegel, va a comprar el pan a caballo o en moto y juega con su bebé, que se llama José Tomás, como el padre y el abuelo. Ese limbo, en cualquier caso, se antoja un lugar difícil en el que le cuesta cada vez más mantenerse y en el que siempre se le exige más. Como si cada tarde tuviera que hacer el milagro, como si no convertir el agua en vino fuera pegar un petardo. Nadie dijo que jugar con la muerte fuera fácil.

José antes del toro: Un chaval con un balón

José Tomás no es más que un hombre, aunque sea un hombre complejo, profundo y al tiempo lineal, silencioso, adinerado pero sencillo, comprometido radicalmente con su profesión, flaco y un punto asceta. «Nadie salvo él sabe por qué hace las cosas», dice Isabel Martín, que no atina a explicar qué le bulle en la cabeza a su hijo, ni por qué se va, ni por qué vuelve ahora. Ni lo sabe ella, que todavía recuerda cuando era un chaval «extrovertido y muy divertido» que comía mal y que pasaba su infancia en Galapagar jugando a ser futbolista. No sabía entonces quién era Manolete, su ídolo hoy, pero en esos veranos disfrutados en la calle había un abuelo, Celestino, que lo llevaba a los toros y que un buen o mal día, en un tentadero en una finca, le preguntó si quería torear. Y se armó el taco. Desde entonces, el abuelo le pinchaba los balones y el chaval nunca más sería el mismo, pues su vida orbitaría atraída por el agujero negro, profundo, luminoso y mortal al mismo tiempo del toro bravo. «Yo no me lo creía, nunca me lo llegué a creer. Sabía que era bueno de becerrista, bueno sin picadores, con picadores..., pero me costó darme cuenta de que se estaba convirtiendo en lo que es», dice Isabel.

Las razones del héroe

Con el tiempo, la madre ha llegado a tragarse esa empresa loca de perseguir el arte en la tangente con la muerte. Recientemente, José Tomás habló en la entrega del taurino Premio Paquiro. Ese profeta no es de grandes oraciones, así que fue noticia que hablara pero más sonó que contara su propia teología. Narró cómo días después de que en Aguascalientes ‘Navegante’ le abriera una mina en el muslo izquierdo, le visitó en sueños el mismísimo toro. Al principio no le gustó, pero a los días cogieron confianza y el maestro le preguntó por derecho, como un cañón:

– ¿Por qué te volviste tan rápido?

– Te tocaba pagar.

¿Pagar qué? En su fábula torera le pasaban una factura por todo lo que le estaban dando los toros. «Porque con nuestras embestidas das sentido a tu existencia, porque frente a nosotros en el ruedo te puedes sentir más vivo (...) Todo tiene un precio. Me tocó a mí el marrón de cobrarte a ti, porque aunque en mi instinto va el ataque, me costó hacerlo». El torero le dio la razón a ‘Navegante’. La recuperación le había hecho crecer «como persona y como torero » y tuvo que «profundizar en las formas». Cuando cogió la muleta por primera vez, fue «más hermoso que caminar». Gracias a las operaciones podría dejar de cojear, torear de salón, hacer de nuevo el paseíllo y volver «a los terrenos de la libertad», a «poner de nuevo la vida en juego a cambio de más vida», que «vivir sin torear no es vivir». Su madre Isabel, que tiene más valor que El Guerra, supo en ese momento, 37 años después de traerlo al mundo, que había entendido a su hijo. «Comprobé que le comprendía. Él es así y así es feliz».

Las razones del héroe: Los apóstoles, contados

Esa afición a arrimarse a los precipicios que exaspera a su madre –aunque lo niega– ha atraído a su alrededor a una corte de apóstoles de diverso pelaje. Músicos, escritores, empresarios, deportistas, locutores de radio y simples aficionados han dado una mano por estar delante de una leyenda del toreo, un tipo tan radical que lo mismo se deja un toro vivo en la plaza que aguanta una tarde con dos cornadas en el ruedo sin pasar a la enfermería (gemelo y axila, en Jerez). Pese a que tiene un carácter de aúpa, muchos se han pegado por estar al lado de esa personalidad tan misteriosa, por saber cómo habla, cuál es su tono de voz, y algunos rostros famosos han pasado horas en las recepciones de los hoteles esperando a que les recibiera. Y él que no. En la prensa salen amigos de José Tomás a porrillo, pero amigos de verdad no son tantos. Pueden decirlo muy pocos, entre ellos Vicente Amigo y Joaquín Sabina, que le escribió la canción ‘De purísima y oro’ y al que el torero le ha llegado a brindar un toro con la mirada antes de tirarse con la espada. Otros muchos han llegado y se han ido, apartados por el abismo al que se asoma el torero: era demasiado duro tomarle cariño.

No es un hombre de multitudes y dicen que no le gustan las peñas taurinas, como si predicara solo en la plaza y no con la palabra. César, socio de la Peña José Tomás de Madrid y propietario de la cafetería donde se encuentra la sede, asegura que nunca se pasó por allí. «Debe de ser un tipo raro y no le gustan estas cosas. Yo le conozco en la plaza, toreando. Ahí sí».

Guerra de despachos: El contrato imposible

Hasta las divinidades firman contratos y a JT (así se le apoda en las redes sociales) le cuesta cada vez más hacer tratos. Es el torero que más gente lleva a las plazas: en Badajoz la semana que viene y en otoño en la Vendimia de Nimes, donde matará seis toros él solo. Sobre estas premisas se entiende que debiera estar en todas las ferias grandes. Pues no. No es fácil contratarlo y tampoco se conoce hasta qué punto quiere más de tres tardes. En primer lugar, no torea ante la televisión desde hace más d euna década, con lo que se plantea un problema de derechos de imagen. Sus honorarios tampoco son fáciles: cobra alrededor de 300.000 euros la tarde y no todos están dispuestos a pagárselos pese a que salven una buena parte del abono. Las corridas de toros cuestan todas igual, no como los conciertos de música y el caché plantea problemas serios a muchos. Este año, todo estaba preparado para comenzar en la Maestranza, en Domingo de Resurrección, que es como arrancar una gira en el Madison Square Garden. Él se mostró decidido y contento y a principios de año se metió a matar toros en el campo. Luego, todo se desactivó. Llegó el cabreo. Según su entorno, los empresarios rebajaron hasta tres veces el precio acordado y negociado. «Pues no voy», dijo. Los aficionados le echan en cara no estar en las primeras ferias con el toro de las primeras plazas.La línea roja por la que camina se está poniendo al rojo vivo.

La vida tras el mito: Un tipo normal

Ser un torero cósmico no está reñido con ir por la vida como un tipo normal. José Tomás no torea desnudo a la luz de la luna, ni se corta el cuerpo a lo Marilyn Manson, ni da discursos mientras sus amigos toman notas. Lidia un par de toros a la semana en el campo y vive en una urbanización de Estepona.

Allí se deja ver en moto cuando va a comprar pan (en Galapagar hace el recado a caballo),cuando corre por las playas, cuando toma un cortado en la cafetería del Carrefour o cuando echa las pachangas de fútbol sala con los amigos (es el ‘siete’). Sus vicios mundanos son jugar a cartas con los amigos, desde presidentes de equipos de baloncesto hasta gentes sin cargo. A JT le han cambiado la vida tres ciudades. Galapagar, por el nacimiento, Aguascalientes porque le corren por las venas sus bolsas de sangre y Estepona, porque allí conoció a la madre de su hijo. Se llama Isabel y los suyos lo supieron hace nueve años cuando merodeaba sin razón aparente ante la tienda de revelado del Carrefour.

No se esconden, pero les revienta verse en las revistas. Desde noviembre son padres de un niño. La abuela materna tiene claro que a José Tomás este hijo «le va a cambiar por completo». Ya no es solo un torero, ahora es padre y nadie sabe cómo le puede afectar. Ni la madre que lo parió.

Obra social: El torero de la igualdad

José Tomás no es un hombre especial en lo que habla, sí en lo que piensa y en lo que hace. Ningún estereotipo mandaba que un torero montara una fundación que trabaja por la igualdad de género, entre otros fines sociales. «Conoció muchas historias de violencia y supo que había que hacer algo», explica Rogelio Pérez Cano, director de la entidad y médico del torero,parte de esa guarda pretoriana que completan su apoderado Salvador Boix, su hermano Andrés, mozo de espadas, y su hermano Antonio, el fisioterapeuta que le recompone el cuerpo maltrecho.

Desde 2009, ha apoyado proyectos de toda índole con más de medio millón de euros. El último ha sido la ayuda a varios comedores sociales. Él mismo visitó casi todas las instalaciones candidatas a recibir la ayuda. Cuando llegó al del Ave María de Madrid con la pasta, los usuarios de la cola no lo reconocieron hasta que se decidió a hablarles, tímido como un chaval que no se sabe la lección, con los brazos nerviosos detrás de la espalda, los mismos brazos que no le tiemblan en la plaza cuando juega a aguantar el tipo como una estatua.