acampañados

Harto, sin perro y sin flauta

Por lo que parece, los políticos van a seguir dando motivos para hartarnos a todos

VALLADOLID Actualizado: Guardar
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Cuando vi la primera manifestación de indignados, el pasado 15 de mayo, en Valladolid, me sorprendió que había mucha más gente –pero mucha más– que en la manifestación del 1 de mayo. Por unas cosas o por otras, aquellas demostraciones iniciales de hartazgo pasaron un poco de puntillas, y enseguida empezaron a aparecer las etiquetas de turno. Que si perroflautas, que si izquierdosos, que si jóvenes utópicos y soñadores... Pasé por allí. Varias veces. Por Fuente Dorada, digo. Tengo trabajo, mi santa también, mis hijas pueden ir al colegio y no les falta para comer, y a día de hoy el banco no me embargará la casa. De jovenzuelo me queda cada vez menos, no tengo perro y no sé tocar la flauta, y aporreo el teclado con las dos manos, de lo que deduzco que soy políticamente ambidiestro. Y sin embargo estaba allí tan enfadado como el que más. Cabreado con unos políticos a los que no entiendo, que observan todo en clave electoral y que dejaron inflarse desmesuradamente una burbuja que se veía desde Seseña.

Esos mismos políticos que viajan a Europa, a Bruselas, en clase ‘business’, para que no les afecte el síndrome de la clase turista, que es cosa de pobres, y votan en contra cuando se les pide que rebajen gastos. Los mismos que contaban los coches oficiales por centenares, cada uno con su seguro, sus averías, sus revisiones y su gasto en carburante. Los mismos que negaron una y mil veces la crisis hasta que la recesión les soltó una patada en todas las previsiones que los dejó doblados.

Nos llamaron indignados, palabra que alberga un matiz pelín violento que hace que parte de los ciudadanos tenga cierta prevención hacia ese movimiento social. Después, cuando el 15-M derivó en acampadas que ya no iban a ninguna parte, ni literal ni metafóricamente, aprovecharon sus arsenales mediáticos y sus tribunas para confundir términos. Como era de prever, cuando el movimiento se enquistó aparecieron los que no pintaban nada allí. Las familias con niños, los ancianos, los adultos y los adolescentes de los primeros días dieron paso a otros que solo iban a acampar. A pasar la tarde, como quien dice. Y entonces todos, incluidos los del principio, pasamos a ser perroflautas indignados.

Los políticos son así. Siguen sin darse cuenta de que el hartazgo es real. De que gran parte de los ciudadanos les exige acabar con sus privilegios excesivos. Hace unos días han sacado a concurso el ‘pack’ del diputado. Consiste en ‘tablet’, móvil de última generación y conexión ADSL en casa, todo ello a cargo del erario. En mi trabajo utilizo las mismas cosas. El periódico me paga el móvil. Esa es la diferencia. Esos son los pequeños detalles que amplían la distancia entre su realidad y la nuestra. Los que nos llevan a indignarnos, a salir a la calle y a protestar. Y por lo que parece van a seguir dando motivos para hartarnos a todos.