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Susana Díaz de Vivar: Gato Frías, pintora por casualidad

Esta artista, que expone sus obras por todo el mundo, prioriza por encima de cualquier virtud ser una persona familiar

Susana Díaz de Vivar y Teté Fernández-Shaw

Goretti Domecq

La vida es superar los obstáculos que nos vamos encontrando cada día, y hay que hacerlo con la mejor actitud posible. Así se podría resumir la filosofía que inspira a Susana Díaz de Vivar en su día a día. Es una persona a quien sus amigos definen como una superviviente. Nacida en Madrid, con apenas dos años, Susana perdió a su padre, un diplomático argentino. Ese hecho hizo que su madre, gaditana de nacimiento, decidiera mudarse a Cádiz donde tenía a su familia. De este modo, nuestra protagonista pasaría más de 20 años de su vida en la Tacita de Plata, y como ella misma dice - “aquí tengo mis raíces: mi familia, mis primos, mis amigos. La parte afectiva, que no se compara con nada y además grandes recuerdos que me han ayudado a ser lo que soy hoy”. Susana prioriza por encima de cualquier virtud, ser una persona familiar y es que dice que para ella es lo más importante. Siempre quiso formar una familia, ya que había cosas que había echado de menos en su infancia. Como anécdota, en el momento de nuestra charla está a punto de volver a Argentina debido a que va a nacer su nieto número 12 y no quiere perdérselo.

Años más tarde, Díaz de Vivar, se trasladó al país de su padre en busca de las raíces de este, y fue allí donde le empezaron a llegar regalos, como ella designa a las cosas buenas que te pasan en la vida. Empezó a pintar, lo hizo para salvarse psicológicamente, como una mera afición, y nunca pensando que lo acabaría haciendo profesionalmente. Sus pinturas reflejaban en la mayoría de las ocasiones los recuerdos que tenía de su época en España, y el ambiente que respiraba por las calles: “una vida sencilla que desprendía paz, amor, felicidad”. Pinta igual que ve y vive la vida.

Su éxito comienza cuando tenía un restaurante con su primer marido, y en el estaban colgadas sus obras como parte de la decoración del local. Un día entraron a comer un grupo de prestigiosos arquitectos que le preguntaron por el autor de las obras, porque estaban interesados en conocer su trabajo y adquirir alguna obra. En ese momento, la pintora pensaba que le estaban gastando una broma, porque su meta nunca había sido esa. Ahí fue cuando su carrera marcó un punto de inflexión que hizo que empezará a compartir su arte con el mundo.

Díaz de Vivar en una foto de juventud.

Gato Frías es como conocen a artísticamente a Susana en los rincones del mundo por los que ha ido exponiendo su arte catalogado como naif, “el que sale de dentro” según la pintora. Dice que es solo en España donde le llaman por su nombre de pila. Este nombre artístico surge de la siguiente forma: Gato que es como le llamaba su padrastro, y Frías del apellido de su primer marido. (Se casó dos veces).

Una bonita casualidad que llegó sin buscarla, y qué le permitió a esta intrépida artista viajar por distintos rincones del mundo exponiendo sus obras. Entre ellos están Suiza, Uruguay, Brasil, Argentina, Inglaterra, España, Venezuela, Estados Unidos… Sus creaciones en muchos casos representan uno de los grandes intereses que tiene Gato, las historias, lo que hay detrás de las personas, lo que ve, las cosas que ha ido viviendo a lo largo de su vida, pero siempre sacando lo positivo, haciéndolo con amor y transmitiendo su alegría, porque a pesar de las adversidades, alegre ella es un rato.

Actualmente, Susana vive en Argentina junto a su familia, pero cada vez que puede ya sea por vaciones o a exponer viene a Cádiz, a ver a su otra familia y grandes amigos que conserva de su etapa aquí como Teté Fernández-Shaw, quién le acompaña en la fotografía junto a una de sus obras. Además de esas dos razones de peso, incide en que siempre le ha atraído esta tierra, que es una parte fundamental de sus obras y de su corazón, - “no hay lugar donde no encuentre algo, especialmente los blancos de las fachadas, que representan a los pueblos de la provincia”. Cuando hablamos de ellos, se le ilumina mirada con uno en especial, Vejer de la Frontera, al que vuelve cada vez que puede y donde no le importaría vivir si no fuese por estar con su familia. Hacía él siente una gran admiración, por su buen cuidado, las arregladas flores que adornan sus ventanas, el cariño de sus vecinos por su pueblo. Otra de las cosas que admira de esta tierra, es el mar que baña sus costas, del que dice: “no es el frío del Atlántico ni el calor del Mediterráneo, es la temperatura perfecta en el cruce de estos dos mares”. Seguimos paseando por sus rincones favoritos, esta vez en el Puerto, y es el Bar el Castillito: “No será el restaurante más lujoso, pero para mí es perfecto. Su enclave es mágico, tiene una energía espectacular, una carta que me teletransporta a mis veranos en Cádiz, siento que como lo que ya comía en mi casa hace 40 años, y lo que más me gusta, es que es un negocio familiar, donde la madre de la familia estuvo trabajando hasta justo antes de la pandemia con más de 90 años. Siento un cariño especial por ese lugar”. Y de Cádiz, que decir, que es su segunda casa, son conversaciones, son sus personas. El lugar que la vio crecer y que recientemente la vio exponer. Una ciudad de la que nunca deja de hablar y que siempre lleva.

Gata Frías, admiradora de El Bosco, capta la esencia de las cosas y las transmite con su pintura, pero también es un lujo poder escucharla y conocerla porque ella en sí es energía y la comparte con quién le rodea. Es capaz de emocionarte con sus palabras y vivencias. Entre sus próximos proyectos está publicar un libro junto a una amiga donde contará su vida y seguro que será un “regalo” para los lectores. De Cádiz a Buenos Aires y de Buenos Aires a Cádiz irradiando positivismos.

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