MIEDO. Dos israelíes y un niño se protegen tras sonar la alarma que anuncia el disparo de cohetes.
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«Hay que ocupar Beit Hanun»

Los habitantes de Sderot, la ciudad judía blanco de los cohetes 'Qasam' de las milicias palestinas, consideran que la mano dura es la única solución

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«Ya no es como antes. Hoy día el sonido de los cohetes se escucha en toda la ciudad. Los palestinos los han perfeccionado mucho», comenta Yosi Cohen, asesor del alcalde de Sderot, la localidad israelí sobre la que caen más Qasam. Sólo ayer, hasta las seis de la tarde, habían impactado una decena, aunque ninguno causó daños. Sderot cuenta con 23.000 habitantes, de los que la mitad son inmigrantes judíos de las antiguas repúblicas soviéticas que han llegado desde los noventa. Su proximidad a Gaza la ha convertido en blanco predilecto de los milicianos.

Yosi señala un viejo cohete que se guarda en Ayuntamiento y después muestra las fotografías de una veintena de víctimas. Cinco han muerto. «Esta situación no se puede soportar. En el extranjero todos están preocupados por lo de la playa de Gaza -donde el viernes murieron siete palestinos de la misma familia- y nosotros no le importamos a nadie. No es posible vivir en estas condiciones. ¿Por qué no vienen a verlo Annan y Solana?», pregunta Yosi, que presume de haber nacido en Sderot.

Reunión multitudinaria

Cinco minutos antes había concluido una reunión en la que participaron decenas de funcionarios de varios ministerios y consejeros militares. No se ha tomado ninguna decisión, pero se ha aprobado una serie de recomendaciones al Gobierno. Sin embargo, la política de Estado está por encima de todo y no parece probable que el Ejército descargue su fuerza sobre los palestinos en las próximas horas, al menos hasta que el primer ministro, Ehud Olmert, termine sus visitas a Londres y París.

Para Yosi la solución es obvia. «Si no nos dejan otra alternativa, lo que hay que hacer es ocupar Beit Hanun y expulsar a los palestinos», asegura en referencia al pueblo de Gaza desde donde los escurridizos activistas suelen disparar los cohetes. A escasos trescientos metros del Ayuntamiento, Sima Hadad, una mujer de 33 años y madre de tres hijos, descansa sentada en una silla de plástico bajo una lona azul y blanca -los colores de Israel- que le protege del sol. Está en el segundo día de huelga de hambre que llevan a cabo una decena de vecinos frente al domicilio del ministro de Defensa, el laborista Amir Peretz. «Si realmente lo deseara, él podría acabar con esta pesadilla en un abrir y cerrar de ojos, pero no vemos que haga nada. La solución es muy sencilla: destruir Beit Hanun», comenta indignada. «Con los árabes es imposible hacer la paz, hay que tener mano dura», sentencia. «Los niños tienen pánico», añade mientras acaricia a uno de sus hijos, pero el niño parece encantado porque no hay colegio y puede jugar todo el día.